Tres meses después
Valia llenó el tanque de gasolina y colocó la manguera en su sitio. Con el tiempo había aprendido a hacerlo con tanta soltura que desde fuera parecía un conductor experimentado.
— Nuestro corcel de acero está listo para un viaje largo —dijo, dando una palmada al guardabarros de la moto.
Sasha sonrió.
— Aún no me creo que te hayas atrevido a esto.
Valia la atrajo hacia sí. La fresca brisa primaveral hacía que sus rastas se alzaran como pequeñas antenas
— Estoy lleno de sorpresas —susurró, besándole el cuello. Desde hacía poco, allí lucía una letra “V”, tatuaje que hacía juego con el que Valia se había hecho en los Cárpatos.
— En eso tienes razón —rió Sasha, sintiendo cómo las cosquillas le recorrían la piel—. ¿Conduces tú?
— Sí. Pero tú sujétate bien.
Tras arruinarle el viaje invernal, Valia había decidido compensarla con un fin de semana juntos en pleno calor. Además, había comenzado la temporada de motos, y recorrer kilómetros sobre ruedas era uno de los mayores placeres de Sasha. Con una chica así, Valia también había aprendido a disfrutar la adrenalina.
Se abrochó el casco, bajó la visera y aceleró. La moto rugió, como si también estuviera ansiosa por salir a la carretera. Las manos de Sasha se aferraron a su pecho, y su cuerpo delgado se ajustó a su espalda.
— Demuéstrame de qué eres capaz —susurró ella.
— Dime si te asustas.
Con cada segundo, la moto ganaba velocidad. Los árboles, las casas, las calles completas pasaban a su lado como imágenes borrosas. Daba la impresión de que, en cualquier momento, iban a despegar como un avión.
Valia sentía unas ganas incontenibles de gritar de emoción. Gracias a Sasha, había aprendido lo que era saborear la vida. Comprendió cuánto se había estado limitando, y ahora intentaba recuperar el tiempo perdido, viviendo cada momento al máximo.
— Faltan tres horas hasta el motel más cercano —gritó Sasha, intentando hacerse oír por encima del motо—. Y hay un pub donde cenar antes de dormir.
— ¿Para qué queremos ese antro, si tenemos chuletas, pollo al horno y papas con cáscara? —se sorprendió Valia—. Mamá, ¿no te olvidaste la comida?
En el sidecar, envuelta en tres mantas, iba sentada Iryna Fedorivna. Encima del casco llevaba una bufanda enrollada y en las manos sostenía un icono de la Virgen María, esperando que le ofreciera protección extra para el viaje.
— ¡No me olvidé! ¡Hasta hice un caldito! —sacó un termo de debajo del asiento—. Aquí está. Tomaremos algo calentito.
— ¡Qué papelón! —murmuró Sasha entre dientes—. Todos los moteros se van a burlar de nosotros.
— ¿Qué dijiste? —preguntó Iryna Fedorivna—. ¡No se escucha nada!
— Que me alegra mucho tenerla con nosotros en nuestro viaje romántico.
— ¡Ay, qué linda! A mí también me alegra, preciosa.
Sasha cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de su chico. Se sentía completamente feliz. Encontrar el amor verdadero no era tarea fácil, y ella había tenido la suerte de conseguirlo con un enorme bono incluido: una suegra adorable.