Esta historia comenzó hace muchos años, en tierras de sábanas doradas, cielos infinitos y cantos de viento.
Un lugar donde las nubes bailaban lento, los ríos hablaban bajito, y los animales sabían cosas que las personas apenas imaginaban.
Una tarde tranquila, entre morichales y manglares, una pareja de enamorados se mecía en un chinchorro, mirando el atardecer.
Hablaban entre susurros, con voces dulces y soñadoras:
— ¿Te imaginas cómo sería tener un Bebé? —preguntó ella.
— ¿Una mini versión nuestra? —respondió él, sonriendo.
— Así mismo... para enseñarle a correr por aquí y por allá.
— Sentarnos a ver luciérnagas, contar las estrellas y cantar tonadas.
— A abrazar a los animales y, sobre todo, que nos diga...
— PAPÁ Y MAMÁ.
Lo que ellos no sabían era que, no muy lejos y oculto entre los matorrales, un Alcaraván los estaba escuchando.
Ese mismo pajarito curioso y serio, del que muchos dicen que anuncia cuando una mujer está embarazada.
Al oír sus palabras, y viendo cómo pintaba la situación, el Alcaraván agitó sus alas y salió volando como si el viento le quemara las patas.
— ¡TRABAJO NUEVO! ¡TRABAJO NUEVO! —gritaba entre trinos.
Voló hasta lo más alto, donde pasaba una Cigüeña blanca, de esas que vienen de tierras lejanas y saben encontrar y llevar bebés a cualquier rincón del mundo.
— ¡Hay una familia que está lista! ¡Una bolsita urgente para ellos! —anunció el Alcaraván.
La Cigüeña sonrió.
— Entonces… es hora de entregar un regalo. Y justamente conmigo traigo el indicado para ellos.
Pero cuando el viaje estaba por comenzar, algo ocurrió.
Un viento inesperado sopló desde el sur, tan fuerte que la Cigüeña perdió el control, y la bolsita cayó del cielo, girando como semilla de samán.
Aterrizó suave, entre flores moradas en medio del monte.
La Cigüeña, con el ala torcida, no pudo continuar. Miró a su alrededor y gritó:
— ¡Necesito ayuda! ¡Este viaje no puede ni debe detenerse!
Fue entonces cuando, entre las sombras de los matorrales, apareció una Zarigüeya de ojos brillantes y cola larga.
Y justo detrás, saliendo de una lagunita, un Chigüire gordito y noble como piedra tibia al sol.
— ¿Una entrega especial? —dijo la Zarigüeya—. Yo puedo llevarla.
— Pero el camino es largo… yo te acompaño —añadió el Chigüirito.
Así comenzó el viaje más extraño, gracioso y valiente que se haya contado alguna vez.
Porque aquella bolsita misteriosa no solo escondía un Bebé...
Escondía una sorpresa que ni la naturaleza había logrado descifrar aún.