El Viaje De La Bolsita Misteriosa

Capítulo 4 – Refranes, espinas y advertencias

Los animales de los alrededores empezaban a murmurar. ¿Qué hacían una Zarigüeya y un Chigüire caminando juntos por tierras tan calurosas y lejanas?

El camino se hacía largo, las raíces secas rompían el suelo y el sol parecía tener dientes.

Miixa tenía la lengua afuera. Ischo sudaba como totuma en fiesta patronal.

—Necesito agua o me voy a volver chicharrón —dijo la Zarigüeya jadeando.

—Yo necesito una sombra o me desarmo —añadió el Chigüire con la voz arrastrada.

Fue entonces cuando entre un matorral de ceibas espinosas, salió una Lapa colorada con mirada inquieta, y detrás de ella, un Puercoespín llenito de espinas y de refranes.

—¡Pájaro de mar por tierra! —dijo el Puercoespín, frunciendo el hocico—. Esto está más raro que burro en patines.

—¡Ay, qué emoción! —dijo la Lapa—. ¿Ustedes la Rabipelao y el Chigüire son... noviecitos?

—¡Nooo! —respondió Miixa al instante—. Somos compañeros de viaje. Y yo no soy ningún “Rabipelao”, ¡soy Zarigüeya!

—Ajá, sí, sí… Zarigüeya, Rabipelao, lo mismo es —respondió el Puercoespín moviendo una espina como si fuera sombrero—. Árbol que nace torcido… echa sombra pal otro lado, decía mi abuela.

—Eso no es así, Mora Mora —le dijo la Lapa entre risas

—¿No era así? Bueno, ya ni sé... Dijo Mora el Puercoespín.

Ambos se ofrecieron a ayudar a Miixa e Ischo a cruzar un tupido matorral lleno de orquídeas silvestres, enredaderas pegajosas y espinas ocultas, que les cerraba el paso.

La Lapa se coló por abajo, mostrando el camino, y el Puercoespín despejaba las ramas con sus púas, soltando refranes mal dichos cada dos pasos.

— Mira Rabipelao, Culebra que no muerde… se enreda por gusto, decía mi tía.

—Mora Mora, ¡eso no ayuda! —protestó Miixa entre risas—. Y no es “Rabipelao”, ¡es Zarigüeya!

Ya casi saliendo del matorral, una Anaconda verde los interceptó desde lo alto de un árbol hueco. Tenía la mirada lenta y sabia, y hablaba como quien ha vivido más que las piedras.

—Ese que llevan ahí no es un encargo cualquiera —dijo con voz grave—. Siento su energía… cálida, diferente.

Tengan cuidado, porque esta zona guarda secretos antiguos. Animales mañosos y ustedes… solo saldrán ilesos si buscan al Perro de agua.

—¿Y por qué nos estás ayudando? —preguntó Ischo, con el corazón acelerado.

La serpiente bajó su cabeza, con respeto.

—Porque no siento amenaza en esa criatura. Lo que trae es algo… fraternal. Y la naturaleza responde al amor verdadero, ustedes mejor que nadie deberían saberlo…

A lo lejos, más allá del último morichal, un cuerpo de agua brillaba como un espejo en calma.

—Hasta aquí llegamos —dijo la Lapa.

—Caminante sin bastón, confía en el sol... o algo así —murmuró Mora Mora, mientras Miixa suspiraba con paciencia.

—Gracias, amigos —dijo Ischo con gratitud.

—Nada de amigos ahora somos compadres, dijo la Lapa.

Los nuevos compadres se desaparecieron entre el follaje, y Miixa e Ischo quedaron solos frente a la inmensidad del agua.

Pero algo no cuadraba.

—¿Y el Alcaraván? —preguntó Miixa, frunciendo el hocico—. Siempre aparece antes de una locura…

—Ni trinos, ni plumas. Qué raro…

La Zarigüeya y el Chigüire se miraron. El viento soplaba distinto.

El camino parecía en silencio... demasiado silencio.

Y así, justo ahí, termina este capítulo, con el cuerpo de agua esperando, y el misterio del Perro de agua latiendo en la orilla…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.