El Viaje De La Bolsita Misteriosa

Capítulo 6 – La tormenta de los caminos cruzados

El calor del mediodía se había ido, pero el cielo no traía descanso. Las nubes se arremolinaban como bandadas de pájaros grises y el viento comenzó a soplar con un silbido extraño, como si alguien —o algo— estuviera husmeando.

Miixa, que venía sobre el lomo de la señora nutria, sintió un escalofrío recorrerle los bigotes.

—¿Ustedes escucharon eso? —susurró, sin querer asustar al Bebé.

—Escuchar, sí... entender, no —dijo Ischo, nadando junto a la nutria con el lomo medio fuera del agua.

Fue entonces cuando apareció ÉL.

Desde lo alto de un árbol caído, con una cicatriz que le cruzaba el ojo como un rayo seco, un Jaguar enorme los miraba en silencio.

—Así que aquí está el rumor... la bolsita brillante, la criatura del destino. —rugió con voz grave, entre dientes.

—¡Atrás, Jaguar! ¡No queremos pelea! —dijo la señora Nutria, poniéndose firme como quien se prepara para un salto.

Pero el Jaguar, viejo y astuto, bajó con calma y caminó entre el lodo como si el barro no se atreviera a tocarle las patas.

—No busco pelea. Busco lo que ustedes no entienden. Nadie carga tanta luz sin pagar un precio. —gruñó, con una sonrisa torcida—. Lo que llevan no debe llegar tan lejos...

Entonces, la tormenta cayó.

Lluvia. Rayos. Truenos.

Todo se volvió confusión. El río creció, el viento soplaba ramas como lanzas, y en medio del caos... se separaron.

Miixa, con la bolsita abrazada, cayó sobre un arbusto. Ischo rodó colina abajo. La Nutria desapareció entre las corrientes.

Y fue en ese instante, entre hojas mojadas y miedo, que la bolsita brilló con más fuerza que nunca.

Miixa cerró los ojos.

Ischo contuvo el aire.

Y entonces ocurrió...

“Visión del Bebé

En medio de la tormenta, la bolsita dejó escapar una luz dorada que envolvió todo.

Miixa, mojada y temblorosa, sintió como si el tiempo se detuviera.

Una imagen apareció, flotando en la lluvia:

Una mujer sentada en una cama, con una bata blanca, acariciándose el vientre mientras sonreía.

Un hombre a su lado, con las manos juntas, orando bajito:

—Todo va a salir bien, chiquitín... o chiquitina.

—Ya te queremos, sin siquiera haberte visto...

—Eres nuestro milagrito.

Los ojos de Miixa se llenaron de lágrimas que no venían del agua de lluvia.

Ischo, desde la distancia, también la vio.

El Bebé... los estaba recordando. O tal vez soñando con ellos.

La luz se volvió una esfera que envolvió a Miixa, la levantó con suavidad, y la arrastró hacia donde estaba Ischo, guiándolos hasta reencontrarse.

Detrás, el Jaguar miró, confundido, con una mezcla de rabia y miedo.

—Ese no es un simple humano… —dijo—. Es... Una promesa.

Y desapareció entre la niebla

Ya en la calma, entre los charcos, se oyeron nuevamente los trinos.

—¡Ya casi, ya casi, ya casi llegan! ¡Y esta vez SÍ sé a dónde! ¡O eso... creo! —gritó el Alcaraván desde lo alto.

Miixa, con la bolsita apretada en el pecho, susurró:

—A veces los caminos se cruzan para mostrarnos algo que habíamos olvidado...

Y con paso firme, comenzaron a caminar hacia un punto lejano donde se veía humo de cocinas, techos de palma y luces de bienvenida: el pueblo.




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