El Viaje De La Nada

Capítulo 3: El Día De La Cita

Teresa le propuso un plan. Se encontrarían en la estación de tren de Caracas. Era un lugar céntrico, concurrido, el lugar perfecto para un encuentro. Jesús sintió una punzada de nerviosismo. ¿Y si ella era diferente a como la imaginaba? ¿Y si no la reconocía? Teresa le envió una foto de una flor violeta que crecía en un jardín. "Seré la flor violeta en medio de la multitud", le escribió. Jesús le respondió con una foto de un libro que tenía en su apartamento: "Seré el libro que espera en un estante".
El día de la cita, Jesús se despertó con una sensación de vértigo. Se afeitó, se puso su mejor camisa y salió a la calle. El aire de la ciudad no era tan pesado, las voces de la gente no eran tan ruidosas. Todo parecía tener un brillo especial. El viaje en bus se sintió más corto de lo normal. Los rostros de los pasajeros no eran tan sombríos. Al llegar a la estación, el sol estaba en su punto más alto, un calor que no le molestaba.
Se sentó en un banco, con el libro en las manos, y esperó. Vio a una pareja de novios, riendo y abrazándose. Vio a un vendedor ambulante, gritando el precio de sus periódicos. Vio a una anciana con una mirada triste en los ojos. Jesús se preguntó si ella también esperaba a alguien.
Pasó una hora, y luego otra. El sol se movió en el cielo. La gente se fue yendo. El bullicio de la estación se fue apagando. La luz del sol se convirtió en una luz más tenue, más anaranjada. El teléfono de Jesús no recibía mensajes, no sonaba. La sonrisa en su rostro se fue borrando. La sensación de vértigo que había sentido en la mañana se convirtió en un nudo en el estómago.
Le escribió un mensaje a Teresa: "Estoy aquí". Pero el mensaje no llegaba. "Teresa, ¿estás bien?". El mensaje no llegaba. Jesús se puso de pie y caminó por la estación. Las tiendas empezaban a cerrar. Las luces de la estación se encendieron. Ya no había nadie.
El aire se volvió frío. La sensación de vértigo regresó. Jesús se sentó de nuevo, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura. El libro que tenía en sus manos ya no le parecía una parte de su identidad. Su vida ya no le parecía tan prometedora.
Justo cuando estaba a punto de levantarse e irse, un tren entró en la estación. No era un tren normal. No tenía un nombre, no tenía un destino. Era un tren viejo, de metal oxidado, con ventanas opacas. Se detuvo frente a él, las puertas se abrieron. Jesús sintió una extraña necesidad de subir. No había nadie adentro.
Un hombre viejo apareció detrás de él, con un sombrero y una barba gris. "La esperanza a veces tiene un precio", dijo. Jesús se giró para mirarlo. El viejo tenía una mirada que le recordaba a la de la anciana que había visto antes, una mirada triste y vacía. "No esperes más", le dijo el viejo. "Sube. El tren del olvido te espera". Jesús sintió una punzada de miedo. Pero también sintió un alivio extraño. Subió al tren.




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