No es que lo odiara. Realmente no iba por ahí. Tal vez un poco, casi nada. Pero no iba por ahí. Solo no me gustaba verlo. Ni escucharlo. Ni tenerlo cerca. ¿Qué? ¿Me culpaban? O interrumpía mis pláticas, o era un sabelotodo, o tenía que tener siempre la última palabra.
Bueno, eso es lo que asumía (y medio concluía). Tenía que admitir que nuestra última conversación no fue tan mala. Aunque en realidad había tenido, si mal no recordaba, apenas una conversación decente con el… susodicho. El señor Durant. Hasta el apellido tenía que ser-
-¿Os conocéis?- Preguntó Elena, interrumpiendo mis pensamientos no tan positivos.
-No.
-Sí.
Dijimos al mismo tiempo. Yo claramente siendo la dueña del no.
-¿Sí o no?- Rió mi jefa forzadamente.
Miré a Durant por un momento, extendiéndole mi más sincera cara de “gracias por nada”, y después volteé a ver a Elena, usando la misma sonrisa que tanto le encantaba usar con todos.
-Conocidos. De vista. Nada más.- Respondí sin titubear.
-Disculpe señor, ¿desea algo de tomar?- Preguntó Miranda con una sonri(sota) en la cara. Bueno, al menos alguien estaba contenta de verlo. Ya tenía los ojos brillosos de tanto admirar al hombre, y estaba a nada de salirle chispas por las pupilas.
A cambio, Durant le dedicó una sonrisa coqueta.
-Un café americano, por favor.- Dijo por fin.
¿Les traigo algo más mientras se comen con los ojos? ¿Una copa de vino, un aperitivo, un postre? Puse los ojos en blanco.
-Enseguida, señor.- Dijo Miranda y cerró la puerta detrás de ella.
Elena le indicó que tomara asiento, y eso hizo. Pasó a lado de mí con un aire ligero y despreocupado, y tomó asiento delante de mi jefa. Traía un maletín negro, ¿para qué? No lo sé. Probablemente venía con un montón de fajos de billetes de 40,000 pesos para sobornarla y decirle que…
-No sabía que tendríamos compañía.- Habló Durant, refiriéndose claramente a mí.
-No la tenemos.- Dijo mi jefa secamente, mientras me dirigía una mirada que decía “ya sabes dónde está la puerta”.
Sonreí tímidamente, y dirigí la mirada hacia el (ya no tan) extraño del bar. Se había girado levemente sobre su silla para sonreír con cinismo mientras disfrutaba de que mi jefa me corriera en frente de él.
Lentamente, fui dando pasos en reversa hasta chocar con la puerta. Di la vuelta para abrirla, salirme, y cerrarla detrás de mí. Suspiré.
-Maldita curiosidad estúpida.- Dije, recargada de espaldas contra la puerta de la oficina de Elena.
De repente, algo en mi cerebro hizo click, y aunque no era el click más racional, decidí hacerle caso de todas maneras. Así que pegué la oreja en la puerta, y escuché con atención a la conversación entre mi jefa y Ted Bundy.
-Bueno, David.- Dijo Elena, y por el tono de su voz, parecía ser que no era muy fan de David. -Sabemos que no es la primera vez que le pasa algo así a Énfasis. Anda, nunca iremos a juicio.- La incredulidad en su voz era obvia. -¿De verdad quieres pasar por este largo y tedioso proceso?
-Precisamente, Elena.- Dijo David. No pude descifrar su tono. -Esta no es la primera vez. ¿Qué pasa? Veo que le cuesta trabajo a tu empresa mantenerse recta.
¿Recta? ¿A qué se refiere? ¿Qué hizo Énfasis?
-Roma.- Dijo una voz detrás de mi y salté del susto como nunca antes en mi vida. Peor que aquella vez que me atraparon comiéndome las paletas de mis compañeros de Kinder.
-Miranda.- Sonreí nerviosa. Mi vista topó con los cafés que tenía en las manos, y pensé rápido en una solución. Tenía que zafarme de dar explicaciones que, por obvias razones, no quería dar en lo absoluto.
Tomé ambos cafés, y entré sin avisar a la oficina de mi jefa. Ambos pausaron su conversación para mirarme. Elena me dedicó una mirada de advertencia, como diciéndome que me saliera o me abstuviera a las consecuencias. No me importó mucho porque, ay vamos, solo quería ser buena persona y llevarles sus cafés; nada de nada por nada de nada tenía la intención de espiar la conversación que estaban teniendo, ni muchísimo menos saber qué carajo estaba pasando. No iba por ahí.
Definitivamente me van a despedir hoy.
David me miraba con cara de diversión y expectativa, mientras dejaba los cafés sobre el escritorio de mi jefa. Dispuesta a largarme de ahí, moví mis pies en dirección a la salida. Pero no me duró mucho la huida.
-No sabía que trabajabas de secretaria, Roma.- Dijo David, con un tono tan sarcástico que ni parecía sarcasmo. -No era ese el trabajo de… ¿cómo se llamaba la chica? Ah sí.- Chasqueó la lengua. -Miranda.
-Sí, sí lo es.- Dijo Elena un poco…¿apenada? -Es solo que Roma es buena empleada, simplemente le gusta ayudar a quien puede, ¿no es así, linda?- Preguntó con cara de pocos amigos, y yo solo pude asentir con la cabeza. -Ya que estamos hablando de esto… ¿de dónde os conocéis?
Iba a responder, a decir la verdad, pero David se me adelantó.
-De por ahí.- Dijo con desinterés en la pregunta. -¿Continuamos?- Preguntó y me volteó a ver. En su cara se dibujó una media sonrisa- cínica.