Transcurrieron los días, y seguía sin saber nada sobre la famosa demanda a Énfasis. Lo único que me quedaba claro era lo molesto que era ver a David paseándose por las oficinas. De vez en cuando, aquellas veces que me lo encontraba, asentía con la cabeza a modo de saludo. Yo asentía de regreso, y continuaba con lo mío. Quería preguntarle más sobre la demanda, pero estaba claro que no me iba a decir nada, y no era precisamente la primera persona con la que quería hablar. Así que me tragué la curiosidad, y, como buena empleada, me puse a trabajar.
Bueno, solo un rato.
-¿Tú de casualidad no sabes algo sobre la demanda?- Le pregunté discretamente a Miranda, la secretaria de mi jefa.
Me volteó a ver con cara de pocos amigos (me odiaba), y regresó a lo que estaba haciendo. Okey, ella no iba a soltar ni los buenos días. Iba a tener que intentar con otra persona.
Después de mi intento fallido de investigadora encubierta, trabajé unas horas en el artículo que me había encargado mi jefa. Investigué, analicé, hice algunas llamadas, y, después de varias correcciones, terminé. Todavía faltaba un rato para entregarla, pero usualmente terminaba antes. Me gustaba hacer las cosas con tiempo, por si necesitaban algún cambio.
-Ya está listo el artículo sobre el discurso que dio el presidente de Francia.- Le comuniqué a mi jefa desde la puerta. Elena alzó la vista e hizo ademán de que pasara y cerrara la puerta.
Se lo entregué, y, después de unos minutos de lectura, puso el papel sobre la mesa.
-Excelente trabajo, Roma.- Dijo, volteándome a ver. Mi corazón dio un brinco, orgullosa del trabajo que había hecho. -¿Ves? Este es tu campo. No los libros, linda. Es mejor que te concentres únicamente en los artículos. Esto sí que se te da bien. -Me dedicó una sonrisa, enseñándome sus dientes perfectamente alineados y blancos. -Ahora, tengo mucho trabajo que hacer. Cierra la puerta cuando salgas, ¿sí?
¿Recuerdan cuando mencioné que era una persona bastante sensible? Bueno, bastante se queda en la tierra, y yo estoy en Plutón. O quizá en el pequeño asteroide B612 junto al Principito.
En otras palabras, se queda corto.
-¿Por qué lloras?- Preguntó una voz.
Por muy patético que suene, me había ido a la sala de las máquinas de copias a llorar un rato. Así podía hacer dos cosas a la vez: sacar las copias que necesitaba (las cuales tendían a tardar un rato), mientras sentía las emociones que llevaba días reprimiendo. No es que llorar era lo que quería hacer en ese momento, la verdad odiaba llorar. Y más si era en un lugar como la oficina, llena de gente que te criticaba por todo, y que tenían un vacío enorme en el cajón donde iba la empatía.
Llevaba ya unos minutos de pié, lágrimas deslizándose por mis mejillas mientras observaba el trabajo de la máquina- cuando David hizo acto de presencia.
-No tengo ganas de pelearme ahorita.- Contesté a secas.
-¿Pelearte? No sabía que considerabas nuestras tranquilas pláticas peleas.- Dijo con ese ápice de cinismo que tendía a usar.
-¿Tranquilas? En tu mundo será.
-Bueno.- Puso un codo en la máquina de copias y volteó a verme. -Si no estás de humor para peleas ahorita, ¿eso quiere decir que después sí? En unos, ¿cinco minutos te parece?- Miró el reloj que había en su mano izquierda.
-Me das muchísima risa.- Dije sin verlo a los ojos. -¿No tienes algo mejor que hacer que venir a molestarme?
-No.- Respondió.
Es un cínico de lo peor.
-Mejor ve a coquetearle a Miranda y a pasearte como pavo real soberbio por las oficinas que se ve que tanto te gusta.- Puse los ojos en blanco. Ya no estaba llorando.
-Los pavo reales no son soberbios.- Dijo, con cara de ofendido. -No los desprecies por su belleza natural. No es su culpa.
-Y supongo que eso significa que tú no eres soberbio, y que tienes una belleza natural, ¿no?
-Tú dijiste que era un pavo real, no yo.- Sonrió de lado y levantó una ceja. -Si querías mi número me hubieras dicho, no había necesidad de compararme con un pavo real, Roma.
-Eres de lo peor.- Puse los ojos en blanco, y solté una risita.
-Gracias.- Respondió sonriente, y se volteó para agarrar las copias que al parecer también estaba esperando. Sin decir una palabra más o voltear otra vez, desapareció por los pasillos.
Me cae horrible. Pensé mientras agarraba mis copias con el ceño fruncido, pero con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro.