Por fin era viernes.
Salí por la mañana a hacer las compras del súper, limpié el departamento, me bañé, chequé si había pendientes del trabajo, intenté escribir un rato (fallé épicamente), salí un rato a pasear para comprarme un café e ir a mi librería favorita. Terminé mi día alrededor de las 7, y fui directo a mi departamento. Tenía ganas de llegar a casa, relajarme un rato. No tenía planeado hacer nada esa noche, solo ponerme la pijama y hacer aquello que mejor se me daba: echar la hueva.
Pero ¡ja! El destino siempre quiere divertirse un poco con sus invitados.
-¿Qué haces? Levanta el trasero, vamos a salir.
Nadia regresó del trabajo más sucia que una almeja, oliendo a pescado, pero con una energía que solo llegaba a ver de vez en cuando. Lástima que justamente la tenía el día que yo menos quería salir.
-Vamos a salir. Tanya, Evan, ¿recuerdas?- Entraba y salía de su cuarto haciendo dios sabe qué cosas. Yo me escondí debajo de las colchas y gruñí en protesta. -Ándale.- Me quitó la colcha de encima. -Levántate, arréglate. Me voy a dar un baño rápido, ya sabes que en diez minutos yo estoy lista. Y tú no, así que apúrate, caracol.
-¿Caracol yo? Tú hueles a estiércol.- Dije, de mal humor.
-¡Diez minutos!
Escuché el sonido de la regadera a lo lejos, y supe que no tenía opción, así que como pude, hice uso de la poca fuerza de voluntad que tenía, y me paré para dirigirme a mi cuarto.
Evan y Tanya eran nuestros amigos más cercanos, y los únicos que Nadia y yo teníamos en común. Tanya trabajaba en el mismo lugar que Nadia, así se conocieron. Después cambiaron de trabajo, pero se siguieron llevando. Yo digo que tuvieron algo más que una amistad, pero mi amiga siempre me lo negó. Y claro, cómo no iba a negármelo, si poco tiempo antes de que le preguntara si habían tenido algo, Tanya había empezado una relación con un tal amigo suyo llamado Evan, a quien Nadia parecía no querer mucho. Eventualmente lo conocí también, y terminamos haciéndonos amigos los cuatro. De vez en cuado, aquellas veces que lográbamos coordinar nuestros horarios, salíamos a cenar o por unos tragos al bar de Marco. En realidad, las que más salían eran Nadia y Tanya, Evan y yo éramos como los extras de la obra. Hoy era uno de esos días- lamentablemente.
Opté por una opción sencilla. Hacía frío, así que elegí una falda negra con medias abajo, un suéter beige, una bufanda roja, y de zapatos, unas botas negras. Bueno, tal vez no tan sencillo. Ya si me iban a sacar de la cama, me tenía que ver increíble, ¿no? Me puse un poco de maquillaje, y agarré mi bolsa justo a tiempo para encontrarme a Nadia en la sala, poniéndose su chamarra de cuero encima.
-Ah bueno.- Dije mientras le dedicaba una sonrisa pícara. -¿Usando tu mejor chamarra? Que por supuesto no tiene absolutamente nada que ver con que vas a ver a Tanya.
-Y a Evan.- Agregó, cruzándose de brazos. ¿Tan temprano a la defensiva? -Además.- Tomó su bolsa y abrió la puerta del departamento. -¿No será que te pones tú así de guapa por si el destino decide hacer que casualmente te encuentres a tu príncipe encantador?
David. Se me había olvidado el pequeñísimo detalle del lugar a donde íbamos a ir. De repente, mis pocas pero existentes ganas de salir, se esfumaron. No quería encontrarme a David otra vez. Ya suficiente tenía con encontrármelo en la oficina- y muchas otras veces en el bar. Bueno, no eran muchas, pero tampoco eran pocas. En fin, no quería y punto.
Decidí no darle demasiada importancia al comentario de Nadia. O intentar al menos.
-No digas tonterías.- Dije, poniendo los ojos en blanco y saliendo del departamento.
-Lo mismo digo.- Escuché decir a Nadia, mientras cerraba la puerta con llave.
Dentro del bar de Marco había más gente de lo usual. Normalmente se llenaba más tarde, que era alrededor de la hora a la que yo me iba a mi casa aquellos viernes que decidía ir, pero al parecer esa vez la gente había decidido llegar más temprano. Buena suerte que conociéramos bien a Marco, pues nos pasó enseguida y nos sentamos en la mesa en la que siempre nos sentábamos.
No pude evitar mirar a mi alrededor, buscando esa cara familiar. El bar era un área en la que se permitía fumar, dentro y fuera, así que había bastante humo y no podía ver bien las caras de la gente. Decidí relajarme y fluir con la situación.
Si me lo encontraba, perfecto. Y si no, también.
-¡Nadia, Roma!- Escuché una voz familiar detrás de mi, y di la vuelta para encontrarme con Evan y Tanya. Me levanté de mi silla con una sonrisa en el rostro, y saludé a ambos, contenta de verlos después de semanas de no habernos reunido.
-Siéntense por favor.- Dije, mientras le hacía señas a Marco para que viniera a nuestra mesa. -¿Cómo han estado?
-¡Bien! Bien, Roma. Muy bien de hecho.- Dijo Tanya emocionada, mientras volteaba a ver a Evan, quien había agarrado su mano. Tanya era una mujer muy bella. Complexión robusta, piel pálida, cachetes ligeramente rosados, ojos grandes aceitunados, nariz redonda (tierna a mi parecer), boca grande, labios carnosos, dientes blancos y bien acomodados; pelo negro como la noche y ondulado hasta el codo… Evan por otro lado, nunca me pareció un hombre atractivo. Pero esa solo es mi opinión. Hombre delgado, espalda un poco jorobada, cejas delgadas, nariz puntiaguda, poco pelo (era de los que se quedaban calvos desde jóvenes), y sonrisa con dientes un tanto astillados. Supuse que era una gran persona, gran personalidad, gran humor- ya saben. La verdad es que no lo conocía mucho, solo a través de Tanya. Tampoco era que tuviera mucho interés de hacerlo, si les soy honesta. -De hecho, pensábamos esperar a que llegaran al menos las bebidas, pero ya no podemos esperar. Queremos que seáis los primeros en saber.