-¿Pudiste averiguar algo?- Susurró la voz de Iván a mi lado.
-Shhh, déjame pensar.
Había estado intentando averiguar sobre la demanda todo el día, y nada. Nada en absoluto. Volví a preguntarle a Elena, quien tuvo la amabilidad de volver a decirme que no era asunto mío; a todos mis compañeros de trabajo, los cuales simplemente se encogieron de hombros (claramente sin entender la gravedad del asunto); conseguí el número del abogado de la empresa, pero se limitó a repetir que era un asunto privado; intenté encontrar el nombre de la empresa que estaba demandando, pero nada. Como dije, estaba en ceros. Y ya no tenía ni idea de qué más podía hacer. No me quedaba más remedio que recurrir al espionaje.
O bueno, sí que la tenía. Pero una cosa era saberlo, y otra cosa querer hacerlo.
Cuando por fin acabó mi turno, entregué el trabajo que había terminado en la mañana y salí del edificio. Aún era temprano para empezar a ejecutar el plan que tenía (si es que se le podía llamar “plan”), así que decidí pasar al departamento para hacerme algo de comer y descansar.
Me pregunté si Nadia estaría ahí. Desde que Evan y Tanya nos dieron la noticia de su pronto matrimonio, no habíamos hablado. Es decir, ella había estado muy ocupada con el trabajo haciendo sus cosas (como yo), así que nos habíamos cruzado solo unas cuántas veces en la casa, únicamente para saludarnos, intercambiar unas cuantas palabras y regresar a lo nuestro. Ni siquiera habíamos comido juntas, cosa que era poco habitual entre nosotras. Lo que me dijo ese día después de que Evan y Tanya se fueran me dolió, pero no es que la hubiera estado evitando durante todos esos días a propósito. Había intentado entablar conversaciones con ella, pero Nadia simplemente se limitaba a responder lo necesario, cerrándose a la posibilidad. Supuse que aquella noticia le había afectado más de lo que podía imaginarme- pero aún así, yo no era ni adivina ni basurero emocional.
-Hola Troya.- Dije sonriendo, al ver al gato de Nadia recibiéndome en la entrada. -¿Cómo estás, gordo?- Empecé a acariciarlo mientras me agachaba y le hablaba bonito.
-Creí que te daba alergia.- Dijo la voz de Nadia, haciendo que me sobresaltara.
-Carajo, casi me da un infarto.- Contesté, poniéndome la mano en el pecho. -Sí me da alergia, pero me gustan los animales.- Me levanté y caminé hacia la cocina. Al parecer Nadia había estado cocinando, aunque supuse que era solo para ella. Estaba sentada cómodamente en el sillón de la sala mientras comía. -¿Qué tal el trabajo?- Pregunté, mientras dejaba mi bolsa en la barra de la cocina.
-Bien.- Respondió cortante.
-Me da gusto.- Saqué una pizza del congelador y prendí el horno.
-Hice comida.- Aclaró antes de que abriera la caja que contenía mi comida.
-¿A qué debo el honor?- Dije de forma un poco sarcástica.
-Ya sabes.- Respondió.
Honestamente, sí sabía. Cuando Nadia la cagaba, hacía comida para ambas (después de días sin cocinar) como si fuera una ofrenda de paz. Yo por otro lado, era más de comprar comida china, pizza, muchos dulces, snacks, vino y poner su película favorita. Pero, a pesar de saber el por qué de su deliciosa comida, decidí dejar que fuera ella quien lo dijera. No se la iba a dejar tan fácil como las veces anteriores en las que se abstenía solo a cocinar, y a que yo adivinara el resto. Quería que lo dijera, quería que se disculpara. Que se comunicara como la adulta que era.
-No sé a qué te refieres, pero se ve deliciosa.- Dije, agarrando un plato y sirviéndome ensalada, pasta y un poco del vino que había dejado afuera. -Voy a estar un rato en mi cuarto antes de salir, por si me necesitas.- Sonreí, dirigiéndome a mi cuarto.
-Espera, espera.- Dijo desde el sillón. Eso. Punto para Roma. Me volteé a verla con el plato y la copa en la mano, esperando sus palabras. -Perdón por lo que te dije. No lo dije en serio, sabes que a veces cuando me enojo…- Se vió las manos, mientras buscaba las palabras adecuadas. Después de unos segundos de silencio, me di cuenta del trabajo que le estaba costando y decidí dejarlo hasta ahí.
-Disculpas aceptadas.- Respondí mientras cambiaba de rumbo, esta vez, dirigiéndome hacia el sillón. Una vez ahí, tomé asiento a lado de Nadia y agarré el control remoto. -Hoy me toca elegir a mí.
Nadia sonrió.