-¿En lunes Roma, de verdad?- Preguntó Marco al verme entrar en el bar como si fuera un viernes cualquiera, para sentarme en la barra y pedir algo de tomar. Claro que la diferencia erradica en que, en vez de alcohol, pedí un vaso con agua.
-¿Y qué? Tenía ganas de visitarte.- Sonreí, intentado que no se me notara la mentira piadosa.
Así estaba más o menos el plan:
Considerando que no tenía el número de David y que no creía conseguirlo (al menos por lo pronto), ir al único lugar en el que coincidía con él era mi única opción. Claro, claro- también coincidíamos en el trabajo, pero ahí no podía hablar bien con el sin que se fuera, me dejara hablando sola, pasara mi jefa y me llamara la atención, o mil cosas más. En caso de que se me ocurriera decirle que saliéramos a tomar algo, era obvio que me iba a decir que no. Así que por lo pronto, la única alternativa que veía era la de encontrármelo por “casualidad” en el bar. Y sí, me quedaba claro que iba a perder una buena cantidad de tiempo esperándolo ahí, pero ¿qué más podía hacer?
Además, tengo que admitir que me divertía eso de pasar mi tiempo investigando algo. Me encantaban los retos.
Dicho y hecho. David no fue ese día al bar. Ni el siguiente, ni el siguiente del siguiente, ni el siguiente del siguiente siguiente. Al parecer era un hombre muy ocupado, y claro, estábamos en plena media semana. Nadie va al bar entre semana. A menos que seas alcohólico… o una mujer desesperada por conseguir información de cierta situación que podría llegar a…
-¿Ya me vas a decir la verdadera razón de tus visitas?- Preguntó Marco, mientras me servía mi segundo gin tonic.
Ya era viernes por la tarde, casi noche, y el bar comenzaba a llenarse.
Ah si, ahí estaba el bar que me gustaba. No el deprimente y vacío bar de entre semana. No es que me encantaran los lugares llenos de gente, pero la que iba a ese bar me gustaba. Tenía buena vibra, y no lo sé, le daba ambiente- vida al lugar.
-Y no me vengas con que “me siento sola y venir a verte me alegra el día, ¿cómo has estado?” porque, Roma preciosa, no te creo nada. Llevas viniendo toda la semana y por lo que veo el problema no es de alcoholismo, porque ni siquiera has estado tomando. Bueno, hasta hoy claro.- Concluyó Marco de forma juzgona y abrí los ojos con fingida sorpresa y dolor.
-Qué ofensa a nuestra amistad, Marco.- Negué con la cabeza. -Por supuesto que vengo a verte.
-Roma.- Presionó con cara de incredulidad.
-Y… quizá también porque estoy haciendo un pequeño… un pequeño trabajo de investigación.- Me rasqué la nuca pensativa. -Sí, pongámoslo así.
-Estoy más perdido que antes, vas a tener que explicarte un poquito mejor.
Al final, le conté un poco de lo que había pasado con Énfasis y sobre la coincidencia de encontrarme a David en mi trabajo, después de haberlo conocido en el bar. Pero claro, omití ciertos detalles que… bueno, no eran precisamente de su incumbencia. Y con eso me refiero a mi opinión sobre él y nuestra pequeña apuesta. El punto es que Marco pensó (como siempre) que estaba un poco loca, y que mi plan era exactamente el sinónimo de mi nombre… una locura. Y ¿a mí? No me importaba. ¿Por qué? Porque era lo único que se me ocurría hacer, así que no me quedaba más que mantenerme firme.
-De todas las cosas que pudiste haber hecho…
-¿Ah sí? ¿Cómo cuáles? Soy toda oídos.- Dije, levantando una ceja. -Aquí esta tu caja de quejas y sugerencias.- Me señalé a mí misma. -Ya cubriste las quejas; escucho tus sugerencias.
-Bueno, pues…- Marco hizo una pausa, pensativo.
-¿Ves?- Me crucé de brazos, esperando a que hablara. -Créeme que si hubiera otra forma que no fuera sacarle la información a David…- Marco abrió los ojos tanto, que parecía que se le iban a salir. Me hizo señas para que dejara de hablar.
-¿Qué?- Dije, helándome en mi asiento.
Dime que no está atrás de mí por favor. Dime que no está-
-Qué curioso encontrarnos siempre en las situaciones más extrañas, ¿no, Roma?- Habló el hombre detrás de mí. Esa voz que conocía bien y que pertenecía a esa piedrita en mi zapato. La piedrita con nombre y apellido: David Durant.
Cerré los ojos e inhalé profundo antes de darme la vuelta en la silla.
En vivo y a color. Jeans oscuros, camisa blanca remangada hasta el codo y abierta en la parte de arriba. Reloj en la mano derecha, pulsera de piel en la izquierda. Pelo desacomodado, olor: 100/10.
Le sonreí a David a modo de saludo.
-¿Cómo estás?- Fue lo único que logré decir.
-Confundido. ¿Por qué hablabas sobre mí?- Se sentó en el taburete que había a lado mío, y Marco vio su oportunidad para desaparecerse. -Bueno, creo que tengo una idea del por qué. Mejor dime, ¿sobre qué exactamente hablabas de mí?
-Número uno, ¿no te enseñaron a no espiar conversaciones ajenas?
-Si la conversación es sobre el que está escuchando, no se considera espionaje.
-Número dos, dije David. No David Durant. ¿Sabes cuántos Davides hay en el mundo?
-¿Entonces no era sobre mí la conversación?