La sensación se rehusaba a dejarme en paz. No era la primera vez que me pasaba algo así; algunas eran peores que otras, unas más fuertes, otras tristes y otras… otras aterradoras. La de aquel día había sido una mezcla entre miedo y tristeza, que juntas se convirtieron en una abrumadora bomba que terminó por explotar en el cubículo de aquel bar.
La pena me envolvió completa- no sabía qué decirle a David. Estaba claro que no le debía ningún tipo de explicación, pero caminar en silencio junto a él tampoco me parecía una opción muy cómoda, así que decidí hablar.
-Gracias por acompañarme a mi casa.- Dije, rompiendo el silencio pesado.
-No hay de qué. ¿Cómo te sientes?- Preguntó, volteándome a ver. Caminaba con ambas manos en los bolsillos de su pantalón, con un aire despreocupado. No parecía estar incomodo en lo más mínimo.
-Ya mejor, gracias.- No era del todo verdad, ya que todavía tenía unas náuseas horribles, pero al menos ya no sentía el impulso de correr al baño a vomitar.
-¿Siempre te pasa así?
-¿A qué te refieres?- Fruncí el ceño, fingiendo confusión. -Solo me cayó mal lo que estaba tomando.
-Bueno.- Dijo simplemente. Solo que entendí el tono que estaba utilizando. Era obvio que no me creía, que sabía que estaba mintiendo. Y aún así, se limitó a responder con una palabra, en vez de hacer un montón de preguntas intrusivas.
-¿No me vas a preguntar nada más?
-Si dices que te cayó pesado tu trago, te cayó pesado tu trago. ¿Por qué haría más preguntas?
-Porque no me crees, y se nota.
-No te creo, pero tampoco soy impertinente. Si no me estás diciendo la verdad es por algo. No me incumbe.
-Eso de que no eres impertinente es bastante debatible.- Bromeé y soltó una risa. Yo también sonreí.
Continuamos caminando durante unos segundos en silencio. Ninguno de los dos llevaba prisa por llegar a mi casa, o al menos eso parecía, pues íbamos considerablemente lento. -No es mi intención mentir. Pero son temas de los que no suelo hablar con nadie.
-No tienes que darme una explicación.
-No.- Afirmé. -Pero quiero. No es que me moleste compartir cosas contigo, de hecho a veces tengo que restringirme.- Forcé una risa. -Simplemente a veces me dan ganas de contarte muchas cosas. Me inspiras- aunque no lo creas porque honestamente ni yo lo entiendo bien- mucha… ¿confianza?- Levanté ambos hombros en un gesto de confusión. -Lo único que me detiene es que, uno, no te importa en lo más mínimo lo que tenga por contarte, y dos, que tampoco tienes el interés de contarme algo sobre ti. Y no se puede remar solo ¿no? Tiene que haber algo de…- La palabra se atoró en mi garganta como si sus letras fueran tóxicas.
-¿Reciprocidad?- Terminó de decir David por mí. Yo solo asentí. -Y de hecho te equivocas. Me gusta mucho cuando me cuentas cosas sobre ti. Disfruto de hablar contigo, Roma. Pero ya te dije que soy una persona bastante reservada, no es nada personal. Simplemente soy así.
-Todos- Comencé a decir mientras dejaba de caminar para verlo de frente. -con la persona indicada, terminan abriéndose. Es cuestión de sentir comodidad, seguridad, sentirse escuchados, entendidos, acompañados. Una vez que encuentras eso… buena suerte manteniendo ese cajón cerrado. Porque créeme, vas a querer compartir hasta la cosa más estúpida y mundana del mundo con esa persona.
-No lo creo.- Concluyó, pero no parecía tan seguro de sus palabras.
-Llámame cuando encuentres a esa persona y platicamos.- Le sonreí, sabiendo perfectamente que, como a todos, a él también ya le llegaría ese momento.
Seguíamos sin movernos, y cuando miré a mi alrededor me di cuenta de que mi departamento estaba solo a unos cuantos pasos más. Pero no quería irme todavía. Quería quedarme. Solo un poco más.
-¿Tú ya encontraste a esa persona?- Preguntó, mostrando un ápice de curiosidad.
¿Tenía a alguien así en mi vida? Estaba mi mamá, con quien platicaba de vez en cuando sobre cosas que me pasaban, pero siempre muy superficiales. Con mi papá era lo mismo, superficial. Nadia, superficial.
-Una vez hubo alguien. Pensé que podía confiar en él, y lo hice.- Negué con la cabeza e hice una mueca. -No salió tan bien.
David asintió con la cabeza, dejándome saber que entendía bien de lo que le hablaba.
-Y por eso es mejor no confiar en nadie. ¿Para qué? Te tienes a ti, con eso basta y hasta sobra. Puedes tener unos cuantos amigos con los que sales a divertirte, a pasar el rato. No necesitas más.
-Todos necesitamos a alguien.- Dije e hice una pausa, pensando en sus palabras. Por como lo dijo, intuí que era así como él manejaba su vida. Tenía varios amigos con los que mantenía las cosas de forma superficial, y cuando necesitaba de alguien recurría a él, se refugiaba en él. Confiaba solo en él.
-¿Y confías en ti?- Pregunté ante ese último pensamiento. -Porque aveces podemos ser nuestros mejores compañeros, pero otras nuestros peores enemigos. Y creo que ahí es cuando todos necesitamos un hombro, hasta que retomemos esa fortaleza que creemos perdida, pero que quizá solo está en construcción.- Sopesé mis palabras un momento antes de continuar. -Y aún después, estando en nuestro mejor momento, es cuando pesa la soledad ¿no te parece? Es cuando más te gustaría compartirla con alguien a quien quieres mucho. Es bueno disfrutarlo con nosotros mismos, pero ¿compartirla? Creo que compartir nuestra felicidad es una experiencia incomparable.