El Viaje de Roma

Capítulo 19

-¡Roma!- Escuché la voz de Stefano persiguiéndome por el pasillo. Yo iba a paso veloz en dirección al cuarto, no tenía ganas de discutir. No otra vez.

Sentía una presión en el pecho que aún no descifraba del todo. ¿Miedo, quizá? Pero no lo creía. ¿Miedo a qué? Era Stefano de quien estábamos hablando. Mi pareja, mi amor. No tenía por qué tenerle miedo, podía confiar en él. Siempre.

-No quiero discutir contigo, mejor lo hablamos después.- Entré al cuarto y cerré la puerta con seguro. ¿Por qué? No por miedo ni nada. Solo no quería que entrara porque quería mi espacio. Solo eso.

-¡Abre la puerta, Roma!- Los golpes se escuchaban cada vez más fuertes, más frecuentes. ¡Pam, Pam, Pam! -¡Que me abras la puta puerta!- ¡Pam, Pam!

Uno, dos, tres, cuatro, cinco… 33 golpes fueron los que había contado. Era impresionante cómo no se lastimaba la mano por la fuerza con la que la golpeaba. Me daba gusto que no estuviera lastimado, no quería que por mi culpa terminara lesionado.

Después de unos segundos de silencio, Stefano comenzó a hablar. Esta vez, con un tono diferente- más calmado.

-Nena, ábreme por favor, ¿sí?- Pude ver cómo se movía la manija en su intento de abrirla desde el otro lado. -No me gusta cuando nos peleamos. Solo quiero darte un abrazo, prometo no hablar del tema si eso es lo que prefieres, ¿okey? Pero por favor ábreme, nena.

Ya me sentía más tranquila. No me gustaba cuando se enojaba, pero no pasaba nada, porque cuando estaba tranquilo todo mejoraba.

Los temblores que no me había percatado que estaba teniendo por todo el cuerpo cesaron, y pude respirar normal otra vez. Me levanté de la cama lentamente y me dirigí a la puerta para abrirle a Stefano. La verdad es que tenía muchas ganas de un abrazo suyo. No me gustaba pelear con él.

Abrí la puerta y miré a Stefano, que estaba recargado contra el marco de la puerta con cara de agobio.

-Roma.- Dijo aliviado y me tomó de la cara con ambas manos, con la suavidad que tanto me gustaba. -Ven.- Me acercó hacia él y me dio un abrazo, quizá un poco más fuerte de lo que me habría gustado, pero un abrazo igualmente. Cuando las costillas comenzaron a dolerme, lo solté para verlo a la cara.

-No me gusta que nos peleemos.- Le dije.

-A mi tampoco, nena.- Me tomó de la cara y me plantó un beso suave en la frente. -¿Tienes hambre? Voy a hacer algo de comer. Es más, voy a hacer tu comida favorita y también vamos a poner tu serie favorita, ¿te parece?

Asentí con la cabeza, mientras se dibujaba una sonrisa en la comisura de mis labios. Ahí estaba mi Stefano.

Mi novio se dio la vuelta para dirigirse a la cocina, pero un instante después se detuvo en seco. Volteó otra vez para verme a la cara. Cuando le vi el rostro, mi corazón se detuvo un instante. No era mi Stefano.

-Solo una cosa, Roma.- Dijo con expresión seria, y antes de poder percatarme de lo que estaba pasando, Stefano levanto su mano derecha y la dejó caer con toda su fuerza, rabia y rencor sobre mi mejilla izquierda.

Un ardor insoportable empezó a asentarse en mi mejilla, y el zumbido que tenía en el oído se volvió cada vez más fuerte. Por instinto, me llevé la mano a la cara. Dolía, sí. Pero me dolía más el pecho, y las lágrimas que no me dejaban de caer por las mejillas. Mi respiración pesaba toneladas, y se sentía como una agonía, más que como un alivio.

-No vuelvas a cerrar la puerta con seguro.- Dijo con voz tranquila, y se dio la vuelta nuevamente para dirigirse a la cocina. Yo continué inmóvil en mi lugar, mirando al suelo. Temblaba, lloraba- apenas respiraba. -¿Prefieres Pizza o Sushi, nena?- Preguntó Stefano desde la cocina con una sonrisa en el rostro, como si nada hubiera pasado.

-Tierra llamando a Roma, hello.- Dijo una voz que se escuchaba a kilómetros de mí. Volví de golpe a la realidad y me di cuenta de que era Iván, que estaba moviendo una mano enfrente de mí para que le pusiera atención. -¿Ya me escuchas?

-Sí, te escucho.- Respondí.

-¿Entonces?- Preguntó e hizo una pausa, como esperando algo de mí. Cuando vio que no tenía idea de lo que me estaba hablando, continuó. -La demanda, Énfasis. ¿Pudiste conseguir algo de información, sí o no?

-Ah, eso.- Carraspeé y me rasqué un poco la nuca, sin saber bien qué decir. -Todavía no. Pero estoy en eso.

-¡Eh, Avemaría!- Conestó Iván, imitando una expresión colombiana, (le gustaba jugar con diferentes acentos). -A ti no te corre el reloj, ¿no?

-Si tanto te urge, ¿por qué no lo investigas tú?- Puse los ojos en blanco.

-No no no, discúlpame bella donna, pero no.- Negó con la cabeza y después apuntó su dedo índice sobre mi nariz. -El plan era que investigaras. No yo.

Quité su dedo de mi vista y me levanté de mi lugar, dirigiéndome a la oficina de Elena, quien me había mandado a llamar a través del chat que manteníamos por computadora.

Una vez afuera de su oficina, toqué la puerta para avisar de mi llegada y la abrí. Elena se encontraba caminando de un lado a otro mientras hablaba por teléfono. Perfecto, pensé. Se veía tensa, estresada, ansiosa; su actitud abarcaba todos los adjetivos negativos que se les puedan ocurrir. Sí. Incluso enojada.



#3394 en Novela romántica
#163 en Joven Adulto

En el texto hay: comedia, romance, drama

Editado: 15.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.