Falso.
Falso falso y falso.
Los problemas no se van si los ignoras.
De hecho, el intento de mantenerme más centrada que nunca para ignorar todos los problemas que venía cargando, terminó disparando en mi contra.
Sí. Mi escusado vomitado y la cruda asquerosa que tenía (física y moral), me lo dejaron bien claro. Quise manejarlo todo sola, controlarlo, reprimirlo, dármelas de guerrera intocable, trabajadora ejemplar.
Pero perdí el control.
¿Están confundidos? Déjenme regresarme un poco.
9 Horas Antes
-¿Entonces si dos más dos son cuatro, entonces dos al cubo son..?
Me empecé a reír como loca. Como loca, desquiciada, maniaca, psicópata. ¿Eso les da una pista de la cantidad de alcohol que ya llevaba dentro de mi sistema? Pista para mis lectores más lentitos: MUCHO PINCHE ALCOHOL.
-Roma.- Marco se frotó la nuca, preocupado por mí. Eso sí, después de haberse reído conmigo. -Ya está. Se acabó. No más alcohol para ti.
-Ni quería.- Levanté los hombros, indiferente. -¿Sabes qué sí se me antoja? Una naranja.- Ladeé la cabeza y le hice ojitos. Después recordé la canción y comencé a cantarle bajito. -Naranja dulce limón partido, dame un abrazo que yo te pido. ¿Conoces esa canción?- Sonreí.
-Sí.- Puso expresión de obviedad ante mi pregunta, y luego se dio la vuelta. -Voy por tu naranja, mujer. Ahorita regreso.
Marco abandonó su puesto, y yo vi mi oportunidad. Me levanté (tambaleándome como toda una profesional) del taburete, y rodeé la barra. Como era lunes casi no había gente, pero tampoco era como que les importara mucho que una borracha extraña se estuviera robando alcohol del bar. Ese lugar era para las personas a las que les importaba una mierda la vida de los demás porque estaban muy metidos en la suya… y luego estaba yo- la metiche por excelencia.
Tomé mi vaso y lo rellené de vodka. Después le di un trago, dejando que el líquido me quemara el estómago. Una vez satisfecha con mi acto de rebeldía, dejé un billete sobre la barra y me volví a mi lugar antes de que Marco regresara.
-Aquí está.- Dijo mientras ponía una naranja enfrente de mí. Sus ojos cayeron sobre mi vaso lleno. -Ah, ya veo. ¿Robándote alcohol?
-No es robo.- Señalé el billete. -Ahí está el pago.
Marco me miró con incredulidad y alzó el billete.
-Esto es un euro, Roma.- Me regresó el billete. -Y me da igual si agarraste sin decirme, lo que me preocupa es la cantidad que llevas. ¿Por qué no mejor te llevo a tu casa? ¿Qué no trabajas mañana?
-¿Y qué? La diversión no solo es para los viernes.- Puse cara de pocos amigos. -Además, seguro que cierran la compañía en nada de tiempo. Da igual si voy mañana o no. Es más, ¡que me corran! Ni siquiera me valoran ahí.
-Sabes perfecto que la Roma sobria se va a arrepentir de todo lo que estás haciendo ahorita, ¿no?
-Claro que lo sé.- Reí bajito. -Esa Roma es una mojigata.
-Roma…
Justo cuando Marco iba a empezar a hablar, un hombre se sentó a lado mío. Tenía una linda cara. No era precisamente mi estilo, pero me llamó la atención. Barbón, pelo negro, sonrisa agradable, ojos claros. Pidió algo de tomar y se quedó sentado un rato.
-¿Tú también tuviste un día de mierda?- Pregunté.
El extraño volteó a verme, y sonrió. Parecía una persona amable.
-Algo así.- Respondió con acento español y extendió la mano a modo de saludo. -Soy Rubén, mucho gusto.
-Roma.- Dije, dándole la mano.
-Es un lindo nombre.
-Gracias.- No pude decir lo mismo del suyo. Lo siento a todos los Rubénes, no me gusta mucho ese nombre.
Estuvimos hablando un rato. Les diría cuánto, pero no lo recuerdo (por obvias razones). Se ofreció a acompañarme a mi casa, y le dije que sí. Antes de que empiecen a juzgarme, intenten entenderme. La Roma sobria (e incluso borracha) sabía que eso no era buena idea. No se trataba de saberlo sino de la importancia que le di. A la Roma triste de ese momento, no le importaba. Pero así como el dicho; quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Tengo recuerdos de esa noche, pero muy pocos. Tranquilos, no lo invité a pasar y tampoco me acosté con él. Aunque sí nos besamos durante un rato afuera de mi edificio.
¿Me arrepiento? Sí. Habrá quien pueda hacerlo y esté bien con ello. Yo no soy esa clase de persona. Perdí el control de mí misma, de mis decisiones; y lo que es aún más peligroso que esas dos cosas juntas- no me importó. Había estado tan enfocada en hacer las cosas bien y en no sucumbir a cómo me estaba sintiendo, que cuando se volvió tan abrumadora la presión que ejercía sobre mí misma y tomé la decisión de ir a distraerme un rato al bar, se me salió todo de las manos.
Mi error decidió levantarme con un dolor agudo en el estómago. Las náuseas aparecieron tan rápido que apenas alcancé llegar al baño a desechar todo eso que me hacía daño. Pensarán que fue el alcohol- yo digo que fueron las emociones dañinas, los miedos abrumadores, el estrés acumulado. Y claro, no soy estúpida- el alcohol también.