-Vaya, vaya, vaya.- Sonó esa voz molesta que tan bien identificaba a lado mío. -Alguien empezó la semana con el pié izquiero, ¿eh?
Puse los ojos en blanco, pero él no podía verlos porque tenía lentes de sol puestos. Sí, hasta la luz me taladraba el cerebro. Y además estaba más seca que un maldito cactus del Sahara.
-Te pido de la manera más amable y atenta posible,- Volteé a ver a David y sonreí cínicamente. -Que regreses por donde llegaste. No estoy para tus bromitas.
-Gracias por confirmar mi teoría.- Sonrió. -Aunque, la verdad no era necesario porque tu cara prácticamente lo tiene tatuado.
-¡Bueno ya!- Me quité los lentes molesta. -¿A ti qué te picó, David? ¿Un alacrán? ¿Una abeja? ¿Mosquito radiactivo? ¡Estás loco! Me hablas, no me hablas, me hablas, no me hablas. Y cuando me hablas, ¡es para venir a chingarme!- Empecé a inhalar hondo. Inhala hondo, exhala profundo, inhala hondo, exhala profundo, inhala hond- la cara de diversión que tenía David en el rostro me desquició. -¿¡QUÉ QUIERES?!
-Lástima que no pierdo apuestas, estoy seguro de que tenerte como amiga sería todo un espectáculo.- Sonrió mientras me miraba intrigado. -En fin, solo vengo a decirte que ya me voy a comer. Si quieres acompañarme estás invitada. No le sentaría mal un poco de comida a tu cuerpo medio momificado. Estaré en el comedor.
Así como si la invitación que acababa de hacerme fuera la cosa más normal de este mundo, se dio la vuelta indiferente y se marchó. En realidad, si era algo bastante normal lo que había dicho. Pero para alguien normal. Y ya sabemos que David no entra en esa definición.
Un segundo.
-¿Me acabas de llamar momia?
-Te veo en el comedor.- Dijo a lo lejos.
-¿¡Y quién dice que acepté tu invitación?!- Ya no respondió.
Me quedé sentada en mi lugar, pensando si aceptar o no la invitación. Es decir, claro que quería ir. De hecho, me convenía ir. Pero si David dijo que no perdía apuestas y aún así me invitó a comer, una de dos opciones. O estaba medio tonto (sabemos que no era esa), o había algo que no me había dicho. Porque, piénsenlo- en el mejor de los casos sería yo la que tendría que extender esa invitación. Después de todo soy yo la que quiere ser su amiga, ¿no? Entonces decir que sí a la invitación se sentía como… si mordiera el queso de una trampa para ratones. Era una oferta a la que no me negaría, ¿no? Definitivamente había algo más. No pensaba que fuera algo malo (o eso esperaba)- pero había algo. Algo que no estaba viendo.
Ir o no ir, ir o no ir, ir o no ir.
-Hola otra vez.- Dijo David mientras tomaba asiento a lado de él.
Ir.
¿Qué? Quizá solo quería comer conmigo y ya está. No todo tenía que ser drama de cine, ¿no?
-Hola.- Dije simplemente (muy digna, por supuesto), mientras le quitaba la tapa a la sopa que había comprado. Sopa era lo que mejor me sentaba después de tremendas cagadas nocturnas.
-¿Y bien?- Preguntó David.
-¿Y bien qué?- Le dí un sorbo a la cucharada de sopa.
-Estás muy callada.
-Si querías entretenimiento hubieras contratado a un trobador, un juglar y un bufón. Yo soy solo Roma. Y Roma va a comerse su sopa en silencio, muchas gracias.
David se rió durante unos segundos ante mi respuesta.
¿De qué se ríe?
-¿De qué te ríes?- Pregunté.
-Pensé que querías comer en silencio.- Dijo cínicamente.
-Tu risa molesta canceló mis planes.- Ya me había picado la curiosidad. -¿Entonces? ¿De qué te ríes?
-¿De qué es tu sopa?- Intentó cambiar el tema.
-¿Si te han dicho que es de muy mala educación no responder preguntas?
-¿Si te han dicho que eso es una mentira, y que mentir sí es de mala educación?
-¿De qué te reías?- Ignoré su contraataque.
David volvió a ignorar la pregunta y empezó a silvar. A silvar. Tuvo el gran descaro de ponerse A-SIL-VAR. Cerré los ojos y respiré hondo. Ya me había empezado a punzar la cabeza otra vez.
-Eres un grandísimo dolor en mi culo.- Dije desde el fondo de mi corazón.
-Es un placer serlo.- Sonrió y asintió con la cabeza, como si se tratara de agradecer un cumplido.
¿Qué tal el cinismo de este?
-Si tu cinismo equivaliera al dinero en tu cuenta bancaria, las próximas diez generaciones de tu línea ascendente estaría aseguradas. Con pensión y todo.
Se inclinó hacia delante, ambos brazos sobre la mesa, y me miró durante unos segundos sin decir nada, con el ceño ligramente fruncido y la cabeza ladeada. Me estaba analizando, me daba cuenta. En otra ocasión me habría incomodado- preguntado de qué color era la mancha que descansaba en mi cara. Pero sabía que no tenía nada, y por alguna extraña razón, esa vez no me incomodé. De hecho, algo en la forma curiosa y sutil en la que David me miraba me intragaba. Mucho. Me gustaba cómo lo hacía en realidad; y me descubrí deseando que siguiera haciéndolo por unos instantes más.