Me quedé sentada en el comedor unos minutos, sin saber bien qué pensar o hacer. Lo que acababa de decirme David no había sido cualquier cosa. Lo que acababa de decir había dado directo al clavo.
¿Cómo supo exactamente qué decir? ¿Así de transparente era?
Pero me molestó mucho que se fuera así de repente. Siempre se iba así. Cortaba cualquier momento significativo o profundo después de haber entrado él mismo en uno. Los creaba, y después se largaba. Así sin más. Y no es que estuviera esperando a que nos quedáramos acurrucados en el suelo mientras nos abrazábamos. Pero tampoco que se fuera después de soltarme una bomba.
Y por eso lo seguí.
-¡Espera!
Nos encontrábamos en el estacionamiento de Énfasis. David tenía la mano puesta en la manija de la puerta de su… carajo, qué carrazo. Pero cuando me vió, se detuvo. La puerta estaba a medio abrir, y él listo para subirse.
-Tengo prisa.- Cortó cualquier oportunidad de conversación para subirse a su coche, pero me le adelanté, parándome en medio de la puerta que estaba entreabierta.
Tú no vas a ningún lado.
-Roma, hazte a un lado por favor, me tengo que ir.- Dijo serio.
-No parecías tener prisa hace cinco minutos.- Me crucé de brazos. -A ver dime, ¿qué hora es?
-No tengo tiempo para esto, Roma.
-¿Qué hora es?- Repetí.
-Son las cinco y cuarto de la tarde.
-Eeeee.- Imité el sonido de respuesta equivocada. -Son las cinco en punto.
-Ni siquiera has visto el reloj.
-No lo necesito. Sé que son las cinco de la tarde.
-A ver. Muéstrame.- Levantó las cejas, desafiándome.
Moví la mirada hacia mi bolsa para sacar mi celular y demostrarle que estaba bien.
-Te estoy diciendo que-
En un abrir y cerrar de ojos, David me hizo a un lado y se subió a su coche. Pero antes de que pudiera cerrar la puerta, me lancé hacia adentro, quedando con las piernas fuera del coche, y el resto de mi cuerpo boca abajo encima de él. Ah sí, y también me di un golpazo en la barbilla con el descansa brazos.
-¡Carajo!- Exclamé cuando sentí el dolor en la barbilla.
-¿Qué mierda haces, Roma?- Preguntó David entre exhaltado y sorprendido, mientras me ayudaba a voltearme con cuidado.
-Te ibas a ir.- Respondí como si fuera lo más obvio del mundo y su pregunta estuviera de más. Aunque mi tono falló en sonar con obviedad, pues estaba enfocada en mi barbilla. Ya me había empezado a sangrar y no quería manchar a David, por lo que puse mi mano encima de la herida.
-Ay Roma.- David hizo una mueca de dolor cuando se percató de mi pequeño accidente. Ahora estaba sentada encima de sus piernas, viéndolo. -Déjame ver.- Me quitó la mano con delicadeza y me tomó de la mandíbula. Con cuidado, me levantó la cara para ver mejor mi herida. Como David era un hombre alto, aunque estuviera sentada encima de él nuestras cabezas no quedaban precisamente a la misma altura- pero casi. -Solo a ti se te ocurre aventarte así, sin calcular. A lo bestia.- Sonaba entre molesto y angustiado.
-Te ibas a ir.- Repetí. Pero esta vez, no pretendí sonar con obviedad. Sino más bien decepcionada.
-¿Y?- Preguntó a secas.
-No sé…
Sí sabes, dilo.
David todavía tenía su mano en mi mandíbula, pero ya no estaba examinando mi herida. Estábamos más cerca de lo que me había percatado, y pude sentir la calidéz de su respiración en mi boca. No quitaba su mirada de la mía, y yo no es que tuviera la intención de quitar la mía de la suya. Tenía unos ojos oscuros… muy bonitos.
-Quería quedarme un rato más contigo.- Dije finalmente.
La mirada de David se transformó en confusión. Parecía no entender lo que acababa de decir, como si estuviera hablando en un idioma completamente ajeno al de él.
-¿Por qué?- Preguntó en voz baja, aún confundido.
-No lo sé…- Yo era apenas un susurro. Estar encima de él, con su respiración en mi boca, con esos ojos viéndome… Dios, no podía concentrarme en lo importante.
Y no era la única.
David fijó sus ojos en mi boca durante unos segundos, mientras su respiración se volvía más pesada, más pausada. Después regresó su mirada a la mía sin decir una palabra.
-Mierda.- Solté entonces, cuando me percaté de que mi herida goteaba sangre, y había manchado la camisa de David. -Lo siento mucho, no pensé que fuera a sangrar tanto.
-Da igual.- Dijo, separándose un poco de mí. -Súbete del otro lado.
-¿Cómo?- Fruncí el ceño, confundida. -Pero tengo que regresar al trabajo.
David puso los ojos en blanco.
-Dile a tu perrito que te lastimaste en el baño y te tuviste que ir a casa.
-¿Perrito?- Ahora sí estaba confundida. -¿De qué perrito me habl- ¡David!- Exclamé cuando entendí a quién se refería. -No le digas así a Iván. Es una buena persona.