-¿Qué hacemos en la farmacia?- Pregunté cuando David estacionó el coche.
-¿Tú qué crees?- Me lanzó una mirada de obviedad y se bajó del coche. -Ahora regreso, no toques nada.- Cerró la puerta y se dirigió a la entrada del lugar.
Y bueno, ya si iba a tener un coche así de increíble, no le podía pedir a la gente que no tocara nada, ¿no? Hubiera sido una tremenda grosería. Era como ponerle un helado enfrente a un niño y gritarle cuando sacara la lengua para darle una probada.
Eché un vistazo alrededor. Todo parecía nuevo. Muy limpio, muy… sospechoso. Nadie tenía así de limpio su coche. Yo no tenía coche, pero sabía que no lo habría tenido así de limpio si hubiera tenido. El mío habría sido un desastre. Sudaderas, bufandas, sombreros, guantes, libros, botana… En fin, de todo un poco. Pero David no tenía más que una gabardina en la parte de atrás. Y hasta esa estaba bien colocadita en el asiento. Eso no era normal.
Por supuesto que abrí la guantera. No sé qué esperaba ver ahí exactamente, pero no había nada (interesante). Solo papeles. Tomé algunos y comencé a leer. Al parecer el coche no era de David, pues estaba a nombre de una compañía de autos. Me pregunté si era una prestación del bufete de abogados para el que trabajaba. ¿O trabajará de manera independiente? No lo creía. Me puse a buscar más pistas. Sabía que no estaba haciendo nada correcto husmeando entre sus cosas, pero la curiosidad ya me había ganado.
Finalmente, encontré una trajeta de presentación. Tenía el nombre de David, su profesión, su número, y a lado, el nombre de la empresa para la que trabajaba: Sinergia.
La puerta del coche se abrió, haciendo que cerrara rápidamente la guantera y guardara la tarjeta en mi bolsa del pantalón.
-¿Qué tan entretenida estuvo tu búsqueda de pistas?- Preguntó David mientras tomaba asiento a lado de mí y me entregaba una bolsa de plástico con algunas cosas dentro de ella.
-Bastante aburrida.- Respondí con falsa decepción.
-Tómate dos de esas pastillas para el dolor.
-Casi no me due-
-No me vengas con que no te duele, Roma. Tómate dos, o una si quieres. Pero tómate algo, por favor.
-Sí señor.
Abrí la bolsa y saqué su contenido. Tomé una pastilla de la cajita de ibuprofeno y me lo pasé con el agua que me había comprado David. También habían unas gazas y una pequeña botella de alcohol. Y por último, una caja que tenía lo que parecían ser curitas. Me les quedé viendo con curiosidad.
-¿Me voy a curar con un curita?- Pregunté incrédula. David me miró incrédulo y estiró la mano, pidiéndome que le diera las cosas. Se las pasé y me acomodé en mi asiento.
-No son curitas, Roma. Es un tipo de cinta que va a mantenerte cerrada la herida.- Rompió la envoltura de las gazas y les echó un poco del alcohol que tenía la botella. -Aunque quizá deberías de considerar ir al doctor. No sé, yo solo te ayudo con lo que conozco.
Se giró hacia mí y me indicó que me acercara. Tomó mi mandíbula como lo había hecho antes, suave, delicado; y me limpió la herida con la gaza. Zizeé cuando el alcohol dio el pinchazo en mi piel, penetrando y limpiando la herida. Pero no me moví; solamente me centré en él y en lo concentrado que se veía. Cuando terminó de limpiar, dejó la gaza que ahora era roja dentro de la bolsa de plástico, y abrió la caja que contenía las cintas. Tomó nuevamente mi mandíbula para inclinarme la cabeza hacia atrás, y me ayudó a cerrar la herida.
-Lista.- Dijo satisfecho mientras metía las cosas nuevamente en la bolsa.
-Gracias.- Le sonreí. -¿Te han dicho que te pones gruñón y mandón cuando estás preocupado?
-¿Quién dice que estoy preocupado?- Volteó a verme como si estuviera loca.
-Nadie, nadie.- Me reí bajito, sabiendo que estaba en lo correcto. Se había preocupado, aunque fuera solo un poquito. -¿Y ahora a dónde vamos?
-Tú a tu casa y yo a la mía.- Respondió con una sonrisa falsa mientras prendía el coche.
-Pensé que tenías un compromiso.- Levanté una ceja mientras lo veía.
-Ya voy tarde, no tiene caso que vaya.
-O, me mentiste.- Concluí. -Realmente no tenías ningún compromiso, solo que no te querías quedar más tiempo hablando conmigo. Se empezó a poner profunda la plática y te fuiste.
-No me pareció una plática profunda, solamente te dije lo que pensaba y listo.- Levantó los hombros, indiferente.
-Seguro.- Dije sin creerle, pero decidí no agregar nada más. Ya no tenía ganas de seguir contradiciendo su fingida indiferencia- al menos no por ese día. Solo quería irme a mi casa a descansar. -¿Sabes cómo llegar a mi casa?
-No.
-Pues no.- Asentí, dándome cuenta de lo estúpida que sonaba mi pregunta. -¿Cómo ibas a saber?
David me miraba inexpresivo. Estaba claro que se había cerrado conmigo, dejando fuera cualquier posibilidad de continuar conversando como dos personas normales. Y, honestamente, ya no me estaba sientiendo cómoda. El ambiente se había tornado pesado, o tal vez ya llevaba tiempo así y no me había dado cuenta hasta ese momento; quizá era tiempo de empezar a poner más atención. Sin ganas de seguir dándole más vueltas, le indiqué a David cómo llegar a mi casa, y una vez ahí, le di las gracias mientras bajaba del coche y me metí al edificio.