La última persona que esperaba ver aquel día en la oficina, era a David. Después de que le envié aquel mensaje, pensé que ya no iba a saber nada de él hasta el día siguiente, y no precisamente porque él me fuera a responder algo, no. Sino porque yo, como buena mujer que insiste hasta conseguir lo que quiere, iba a presionarlo hasta poder verlo en persona.
Pero no había sido necesario. No solo eso, sino que me sorprendió… gratamente. ¿Qué? El estómago es el camino al corazón de una mujer. La verdad es que no estoy segura de que eso aplique para todas las mujeres pero en mi caso…
-Mmmm.- Puse los ojos en blanco después de darle un segundo bocado a los fideos que David amablemente había traído. Estábamos sentados en el suelo de mi cubículo, saboreando delicias chinas. -Mmm, mmm, mmm.
-¿Vas a seguir haciendo ruidos?- David me miró con mala cara.
-¿Qué quieres que haga? Están buenísimos.- Le dirigí una sonrisa con los cachetes llenos de comida. Tragué grueso. -Además ya tenía hambre. Iba a comer algo en mi casa antes de ir al bar, pero bueno, ya sabes. No se pudo. Así que gracias. Me hiciste una mujer feliz.
-No es nada.- Se encogió de hombros y se llevó unos fideos a la boca. -Me quedaba de paso.
-De paso, claro…- Me reí bajito.
Continuamos comiendo mientras yo molestaba a David y él se limitaba a soltar uno que otro gruñido apático. Eso, o a darme la respuesta más cínico-sarcástica que pudiera encontrar. Bueno, también se le escapaba una pequeña sonrisa de vez en cuando. Tiene una sonrisa muy bonita…
Alto.
Carraspeé y dejé el envase de cartón vacío a un lado mío.
-Quería consultar algo importante contigo.- Le dirigí una mirada de preocupación a David. El entendió, y dejó su comida a un lado.
-Te escucho.
-Verás, lo que pasa es que…- El corazón me empezó a latir con fuerza. ¿Qué pasa Roma? Contrólate.
Hablar de esos temas me parecía de lo más complicado del mundo. Daba justo en una herida del pasado mía que aún no había trabajado, y que seguía ahí; abierta, ardiendo- punzando. Y en ese momento, cuando intenté hablar de lo que había pasado entre Evan y Tanya… No. Lo siento, me corrigo. De lo que Evan le había hecho a Tanya… Me costaba la vida. Sentía como si Tanya y yo estuviéramos exactamente en la misma situación. Como si en realidad no fuera a hablar de Tanya, sino de mí. Tenía tanta carga y tanta necesidad de sacar todo aquello que me pasó con alguien, que cualquier tema remotamente parecido a eso me hacía querer llorar, abrazar a alguien, contarle todo.
-¿Roma?- La voz de David me trajo de regreso a la realidad.
-Sí, perdón.- Parpadeé rápido, intentando alejar las lágrimas de mis ojos y la pesada sensación en mi pecho. -Lo que te decía era que- bueno- tengo una amiga que-
-Espera un segundo.- Interrumpió David. -Respira, estás hablando muy rápido. No sé qué es lo que haya pasado, pero claramente te tiene alterada. Así que tómate un segundo para respirar, y ya después continúas, ¿está bien?
Asentí ligeramente y respiré hondo. Tenía razón. Necesitaba un segundo para calmarme y respirar. Siempre hacía eso. Cuando empezaba a sentirme mal, huía del sentimiento y empezaba a hacer mil cosas, hablar de otras mil, y pensar en otras mil. Distraer, distraer, distraer. Alejar el sentimiento, porque, ¿lidiar con él? Me parecía, hasta ese día, mi número uno en la lista de imposibles. Y en ese momento no se trataba de mí. Se trataba de Tanya, se trataba de Nadia. Se trataba de ayudar a alguien, y lo estaba haciendo sobre mí. Me sentía egoísta y poco empática, aunque sabía que no lo era realmente.
-¿Se trata de lo que te pasó en el bar el otro día? ¿Cuándo te sentiste mal?- David hacía las preguntas con suavidad, con tacto- no de forma intrusiva.
-Sí. No.- Respiré hondo. -Sí y no. La razón por la que quería verte era para hablar sobre un tema que le pasó a una amiga. Pero digamos que ese tema conecta con cosas de mi pasado que me pasaron y que…- Las palabras se me atascaban en la garganta. -Que todavía no digiero, es todo.
-Entonces este… tema que quieres platicar conmigo, le pasó a una amiga tuya.
Asentí.
-¿Quieres platicarme un poco?
-Sí.- Ya me sentía más tranquila. David era muy bueno escuchando, y por la misma razón me sentía cómoda platicándole todo aquello. Bueno- no precisamente todo. Pero sí lo que fui a contarle ese día.
Cuando terminé con la historia, David guardó silencio unos segundos. Parecía procesando la infromación que le había contado. Tenía el ceño fruncido, y cara de confusión… y de tormento.
-Ese imbécil…- David negó ligermante con la cabeza. -¿Cómo puede alguien… En serio, no lo entiendo. -Alzó la mirada hacia mí, y nuestros ojos se cruzaron. Nos miramos unos segundos, antes de que decidiera hablar otra vez. -Roma, tú…
Sabía hacia dónde iba dirigida esa conversación. Quería preguntar sobre mí. Sobre mi pasado.
Decidí interrumpirlo antes de que pudiera continuar.
-¿Hay algo que podamos hacer? Es decir, ¿por la vía legal?