El Viaje de Roma

Capítulo 30

-Por el poder que me otorga la ley, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Iván liberó mi rostro del velo y me besó.

-¡Iván!- Grité agitada.

-¿Iván?- Sentí unos brazos sacudirme. -Soy Nadia, tonta. Te quedaste dormida. ¿Cómo que Iván?- Escuché una risita mientras abría los ojos de golpe. -¿Qué estabas soñando, mmm?

-Una pesadilla.- Dije con la respiración agitada. Todavía estaba en mi escritorio, mi computadora se había quedado sin batería y yo, dormida. -Una horrible, horrible pesadilla, Nadia.

-Pues levántate y lávate la cara de susto que vinieron a verte.

Fruncí el ceño confundida. En seguida, el susto se asentó en mi pecho.

-¿Iván?- Pregunté alarmada.

-No, Iván no, Roma.- Dijo riéndose mientras se dirigía a la puerta. -¡Apúrate!- Cerró la puerta a sus espaldas.

Me pregunté quién podría ser. Ojalá sea David.

-Cállate.- Le dije a mi mente mientras ponía los ojos en blanco y me dirigías al baño para lavarme la cara- sí la tenía de susto. Y también la esquina de la computadora marcada en el cachete derecho. Me acomodé un poco el pelo (ante la posibilidad de que fuera David), y me lavé las manos. Divisé un perfume en la esquina de mi lavabo y lo tomé para echarme un poco. Por si acaso.

-¿Por si acaso qué?- Fruncí el ceño. -Espabila, Roma.- Me dije al espejo y me di dos pequeñas cachetadas en las mejillas, preparándome para salir.

Cuando abrí la puerta, la persona que más quería que estuviera ahí… lo estaba. De espaldas a la puerta de mi cuarto, manos en ambos bolsillos de sus jeans azules, chamarra de cuero negro, pelo desacomodadamente acomodado, reloj en mano, cabeza ladeada a la izquierda… David. Estaba hablando con Nadia sobre no se qué, porque no estaba escuchando palabra alguna, sino viendo al hombre como estúpida. Casi escuché la gota gorda de baba cayendo al suelo.

Me compuse y carraspeé la garganta antes de hablar.

-David. ¿Qué haces aquí?

Se volteó para verme y mi corazón dio una vueltita de felicidad. O yo había estado medio ciega, o se había puesto más guapo de lo habitual.

-Ocupada, ¿eh?- Dijo mientras señalaba la marca de la computadora que la siesta me había dejado en el cachete. Nadia me sonrió con picardía y se fue a hacer sus cosas, dejándonos solos.

Fruncí el ceño y me tapé el cachete “disimuladamente” con la mano.

-Mucho trabajo da sueño.- Murmuré.

-Claro. ¿Ya estás lista?

Y ahora qué le picó a este.

-¿Lista para qué?

-Te cuento de camino.- Dijo mientras se daba la vuelta para dirigirse a la salida.

-¿De camino a dónde?- Presioné sin moverme.

-Quién sabe.- Abrió la puerta principal.

-Yo no voy a ningún lado si no me dices a dónde vamos.

-Si si.- Salió del departamento. -Te espero en el coche. ¡Adiós Nadia!- Dijo antes de cerrar la puerta y dejarme ahí parada como tonta.

Nadia soltó una risita desde la cocina y me volteé a verla con mal humor.

-¿Y tú de qué te ríes chismosa?- Fruncí el ceño.

-Si dejas que el orgullo te arruine la cita, te mato.

-No es orgullo, punto número uno. Y punto número dos, no es una cita.- Crucé los brazos.

-Lo que digas.- Tomó su plato con verduras y se dirigió al sillón de la sala de tele. -¿Llevas lencería bonita?

-¡Nadia!

-¿Qué? Personalmente creo que la roja es…

-No oigo no oigo soy de palo tengo orejas de pezcado.- Canturreé como niña chiquita mientras me tapaba los oídos y me dirigía a la salida. Agarré las llaves y cerré la puerta detrás de mí. Pero antes de irme, la volví a abrir y asomé la cabeza. Miré a Nadia con una sonrisa en la cara.

-Deséame suerte.



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En el texto hay: comedia, romance, drama

Editado: 15.09.2025

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