Manejamos. Manejamos mucho. Demasiado diría yo. No sabía a dónde íbamos. Quise preguntar varias veces, pero la verdad es que adoro las sorpresas, y no quise arruinármelo. Aunque bueno, no es que fuera una sorpresa… pero me gustó pensar que sí lo era. Me gustó imaginarme a David pensando toda la mañana y la tarde exactamente el lugar al que me iba a llevar. No, demasiado moderno para Roma. No, demasiado viejo para Roma. Mmmm, mucha gente para llevarla ahí. Por supuesto que no había sido así- todavía no me conocía tan bien. No sabía que me gustaban los lugares viejos, pero al mismo tiempo no tan viejos. Tampoco sabía que no me gustaba ir a los lugares con mucha gente porque me sofocaba, me hartaba y me daban ganas de golpear a todos los que veía caminando por ahí con tal de que liberaran el camino. Era toda una mujer selectiva. Me imagino que ni siquiera el hombre que estuviera conmigo toda la vida podría llegar a adivinar todos los gustos raros que tengo. A decir verdad, incluso yo sigo descubiéndolos. Y me encanta.
-Llegamos.- David apagó su coche y me volteó a ver.
Miré a mi alrededor. Parecía una plaza bastante vieja. Había unos cuantos locales abiertos, pero no muchos. Definitivamente era de los 70s. Mínimo. David me hizo una seña con la cabeza para que bajáramos del auto, y sin decir palabra, bajé. Inspeccioné toda el área. Los locales estaban a medio pintar, todos desgastados, y había poca gente dentro.
-Ya dime si me vas a matar.- Bromeé.
David solo se rió y caminó hasta estar a lado mío. Unos segundos después, sentí su mano en mi espalda baja, guiándome hacia el lugar hacia el que me quería llevar. Dimos unas cuantas vueltas por la plaza vieja. Algunos locales ya estaban cerrados, y los pocos que habían abiertos, no parecían tener mucho éxito. Volteé a ver a David, confundida.
-Ya en serio. ¿A dónde vamos?
Él solo sonrió. Pero la sonrisa que me regaló era diferente a las otras a las que había visto antes. Era de emoción. Era la sonrisa de un niño chiquito que estaba a punto de llegar a Disneylandia. No lo pude evitar, pues de pronto su energía me contagió, haciéndome sonreír como niña chiquita.
Llegamos a lo que parecía ser (otro) local viejo, y David abrió la puerta que, como película de terror- chilló. Chilló fuerte. Y después, sonó una campana, anunciando nuestra llegada.
-Bienvenida.- Dijo David, mirando a nuestro alrededor.
Lo primero que llegó a mis sentidos fue el fuerte aroma a viejo. Después se le unió un olor a papel… libros. Libros viejos. El corazón me dio un pequeño brinco. Amo las librerías- y mucho más si son viejas.
Arriba, abajo, derecha, izquierda… todo eran libros. Libros y libros y libros. Mi pequeño paraíso.
-Wow.- Dije, mirando el techo que estaba hecho de páginas rotas y viejas de diferentes libros. Incluso el piso estaba hecho de papel- pero de periódico. Estaba increíble todo. Al fondo a la izquierda había una sección de discos de vinilo de diferentes géneros, dos tocadiscos, una máquina de escribir, tres cámaras viejas, cassettes y fotos viejas.
El resto, eran libros.
-¿Te gusta?- Preguntó David.
Lo volteé a ver como si lo que me estuvieras preguntando fuera lo más estúpido que pudo haber dicho.
-Que si me gusta…- Repetí feliz, mirándolo a los ojos. En vez de contestar, lo tomé de la mano y nos adentramos en la enorme selva de papel que había a nuestro alrededor.
Estuvimos ahí horas. No es broma. Fueron horas. Y fueron de las mejores horas en las que he invertido mi tiempo. En la vida. Entera. Vi de todo- desde géneros de suspenso, terror, romance, historia, misterio, ficción, autobiografías; libros en miles de idiomas diferentes (me quería llevar todos aunque ni siquiera hablara el idioma); discos de vinilo con portadas que daban ganas de comértelas de lo increíbles que estaban… pero esa maldita máquina de escribir. ¡Ah! Cómo me gustó desde la primera vez que la vi. Era de un verde claro, con blanco por dentro, y las teclas de metal.
-¿Por qué no te la llevas?- Preguntó David. -A este paso nos va a dar el siguiente año.
Es que no podía dejar de verla. Pero la verdad es que, con el salario que me daban en Énfasis, no me convenía hacer esa compra. Si hubiera sido una máquina más nueva, probablemente hubiera estado más barata, pero como era vieja, estaba carísima. Los odié. Mucho.
-Na. Tampoco está taaan linda.- Dije, levantando los hombros con indiferencia. -Mejor vamos a ver ese pasillo.- Señalé a uno de los que estaba hasta el fondo de la tienda. Todavía no habíamos ido a ese.
Cuando llegamos, no vimos muchas cosas nuevas. Excepto una sección, que decía “libros de 1930”. Oh sí. Mi ojo derecho enganchó de inmediato con el estante de libros, jalándome hasta llegar a él. Tomé uno de los libros viejos. Estaba seco, amarillento, arrugado y… crujiente. Dios, se está cayendo a pedazos como mi vida. Bromeé internamente y solteé una risita para mí. Cuando alargué el brazo para dejar el libro en su lugar, una voz me hizo parar en seco.
-¿Te gustó ese?
La voz de David me erizó la piel. Ni siquiera pude voltear a verlo. Solo me quedé ahí, congelada. Logré dejar el libro con cuidado sobre la estantería, pero no me di la vuelta.
-Sí.- Respondí en voz baja.