El Viaje de Roma

Capítulo 32

Hay algo que no entiendo. La mayoría de las canciones que escuchamos, tienen que ver con romance. Todo es romance. Desde no me dejes que sin ti no respiro, hasta, odio que me hayas dejado, ahora ya no puedo respirar. De verdad, necesitamos canciones diferentes. Algo más que solo amor romántico. No sé, amor propio, por ejemplo. Somos muy suceptibles a lo que vemos, escuchamos, sentimos, probamos… me atrevería incluso a decir que nuestros sentidos son bastante manipulables… engañables. Y eso es muy, muy peligroso. Hay que saber mantener la línea entre lo que es realista y lo que no.

O por lo menos intentar.

-Say you’ll remember me, standing in a nice dress staring at the sunset babe, red lips and rosy cheeks, say you’ll see me again even if it’s just in your…

Quizá empezando mañana.

-Wiiiiiildest dreaaams, aah, aah, ahh.

Canté Wildest Dreams de Taylor Swift, no sé cuantas veces en la regadera. La escuché en la cocina, en el trabajo, en el metro, en la calle… estaba jodida.

Era un viernes por la mañana, y me dirigía al trabajo. Llevaba mi café de siempre en la mano y, como era de esperarse, tenía puestos los audífonos con mi canción favorita del momento. Cuando llegué al edificio de Énfasis, subí unos cuantos pisos con el elevador, hasta que hizo una parada antes de llegar al mío. Cuando las puertas se abrieron, se me escapó una sonrisa al ver a la persona que estaba esperando para subir al elevador.

David se subió al elevador junto con otras dos personas, y presionó el mismo piso al que iba yo. Después, se acomodó a lado de mí, viendo hacia el frente. Unos segundos después, las puertas del elevador se cerraron, y este se echó a andar. Sentí cómo el cuerpo de David se pegaba lentamente a mí, casi como en secreto. Su mano se acercó a la mía, y nuestros dedos jugaron en armonía, entrelazándose, pero nunca tomándose por completo. El sonido del elevador llegando a nuestro piso me regresó a la realidad. Miré a David y le sonreí, despidiéndome para ir a trabajar.

Me encaminé hacia la oficina de mi jefa. Iba a averiguar de una vez por todas lo que estaba pasando en Énfasis. ¿Cómo? No tenía ni idea. Pero algo se me ocurriría cuando cruzara la puerta… al menos eso esperaba.

Toqué la puerta, pero no obtuve respuesta. Volví a tocar… nada. Entreabrí la puerta y asomé la cabeza.

-¿Jefa?- Pregunté.

Elena estaba sentada en su escritorio, codo apollado en la mesa, su mano descansando bajo su barbilla. Tenía la mirada perdida en la ventana que proyectaba una hermosa vista de la ciudad. Cabe mencionar que no se molestó en voltear a verme cuando entré a su oficina, así que entré de todas formas y cerré la puerta detrás de mí.

-Ahora no, Roma. Estoy ocupada.

Sí, ya vi. Pensé con sarcasmo, e ignorando su petición, tomé asiento frente a ella.

-Necesitamos hablar, Elena.- Dije con un tono un poco más serio.

Elena me volteó a ver con cara de pocos amigos, como preguntándome si estaba sorda por haberle hecho caso omiso a sus palabras.

-Dije que ahora no. Ven a verme después.- Ordenó y regresó la mirada pensativa hacia la ventana.

-Pero es que…- Empecé, pero antes de poder siquiera terminar la oración, Elena habló. Y no necesariamente de la forma más calmada.

-¡Joder, querida!- Volteó a verme otra vez, ahora con cara de súplica. -Te estoy pidiendo que me dejes sola. Ahora no es buen momento.

Probablemente fue muy mala idea lo que hice después, pero decidí tomar el riesgo. Muchas veces, no me pregunten por qué, la gente me buscaba para desahogarse y contarme sus tragedias, sus problemas y quién sabe cuántas cosas más. Así que decidí, por primera vez, intentar que mi fría y controladora jefa se abriera conmigo.

-Yo sé que probablemente soy la persona menos indicada para esto… y me consta que tampoco soy la cara que quiere ver en estos momentos, o incluso la voz que quiera escuchar ahora; pero a veces hace bien… sacarlo. Piénselo así. Solo soy una más de sus empleadas- somos totales desconocidas, al menos en cuanto a lo que nuestras vidas privadas respecta. Puede confiar en mí, se lo aseguro. Soy buena escuchando, y lo que menos me interesa es hacer juicios sobre su vida, porque honestamente, no es que me interese hacerlo tampoco.- Le regalé una sonrisa torcida, honesta y empática- y concluí. -Solo… que sepa que si alguna vez quiere sacarlo, puede confiar en mí.

Me levanté de la silla y me dirigí a la puerta, con la esperanza de que mi pequeño monólogo sirviera de algo. No es que no se lo haya dicho con honestidad y me quisiera aprovechar de ese momento vulnerable para sacar información. Fui genuina cuando dije que soy buena escuchando, que no la iba a juzgar. Que podía confiar en mí. Pero claro que parte de mí también esperaba que, de tener esa charla con ella, la distancia entre las dos se acortara al menos un poco para preguntarle qué carajos estaba pasando con Énfasis.

Tomé la manija de la puerta y la giré, pero la voz de mi jefa me detuvo.

-Roma.- Llamó. Volteé a verla, y me indicó que me sentara con la mirada. Sin decir nada, solté la manija y regresé a mi asiento. Le sonreí para indicarle que la escuchaba, cuando sea que ella estuviera lista para empezar. Elena se removió incómoda- dudosa en su silla, pero unos segundos después carraspeó y comenzó a hablar.



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En el texto hay: comedia, romance, drama

Editado: 15.09.2025

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