No me importa si no me creyeron. A partir de ese día me dio un supuesto virus súper contagioso que me dejó en cama durante tres días. No quería salir de mi departamento, y menos ir al trabajo. Le dije a Elena que continuaría con mis pendientes desde casa (por el virus, claro). Pero el susodicho virus tenía nombre y apellido: Stefano Krause. Me daba pánico saber que estábamos en la misma ciudad, y peor aún, que estuvo en mi trabajo. No podía ser ninguna coincidencia- y menos cuando vi la cara enfermiza que puso al verme… llena de satisfacción, como si su plan hubiera funcionado justo como se lo había imaginado.
David me escribió algunas veces a lo largo de esos días que estuve en casa. Incluso se ofreció a llevarme algo de comer, pero insistí en que lo que tenía era muy contagioso y no quería que se viera perjudicado. No es que no quisiera decirle a David lo que había pasado con mi ex pero… bueno, la verdad es que sí- no le quería decir. Los únicos que supieron (a groso modo) lo que pasó, fueron mis papás y Nadia. Nadie más. Y por el momento, pretendía mantenerlo de esa manera. Además- era el abogado de Stefano. ¿Qué tal si ya sabía sobre todo lo que me había hecho? ¿Y si todo era un engaño?
Me estaba volviendo loca. Sentía que no podía confiar ni en mi sombra.
Al cuarto día, no tuve más opción que salir de mi departamento. Me puse un conjunto lindo, me abrigué bien, tomé el bonche grueso de hojas impresas que había dejado sobre mi escritorio y salí -no antes sin respirar hondo- de mi departamento.
El taxi me dejó enfrente de una cafetería a la que nunca había ido antes. Tengo que admitir que me gustó mucho, y que, si no hubiera estado tan lejos de donde yo vivía, seguramente hubiera pasado largas horas ahí.
Había llegado 15 minutos antes de la hora acordada, y la verdad es que me sentía orgullosa. Después de los tres últimos días de perros que había pasado y mi pésimo manejo del tiempo, me merecía una estrella en la frente. Bueno, dos.
Justo como me había imaginado, Marcelo llegó cinco minutos después de mí.
Qué hombre tan puntual.
-Roma, querida.- Me levanté de mi asiento y le di la mano a Marcelo. -Disculpa la demora, había algo de tráfico.
¿Demora? ¿Me perdí de algo? ¿Acaso en este negocio la puntualidad significaba llegar media hora antes?
-Para nada, señor.- Sonreí amablemente mientras ambos ocupábamos un lugar en la mesa. -Llegué apenas hace cinco minutos.
-Por favor.- Marcelo soltó una risa y negó con la cabeza. -Nada de señor. Dime Marcelo.
-Okey.- Respondí con una sonrisa genuina.
Estuvimos hablando casi una hora sobre él y después sobre mí. Me contó un poco de su historia como escritor (no le fue muy bien) y de cómo, en su lugar, prefirió enfocarse en el negocio editorial (le fue extremadamente bien). Y me dio mucho gusto por él. Se notaba por la forma en la que hablaba de su trabajo que era algo que de verdad disfrutaba.
Después preguntó un poco sobre mí. Le di los detalles que creí importantes- universidad, trabajo, pasatiempos, metas (en cuanto a la escritura), y algunos de mis trabajos terminados, además del libro que me pidió que llevara ese día.
Finalmente, llegamos a la parte que más ansiosa me tenía. Mi libro.
-Me interesa.- Dijo de golpe. -Como todo borrador, falta pulir algunos detalles. Pero hasta ahora, lo que he leído me ha encantado.
¿Y si es una estafa y solo quiere robarse mi libro?
Imposible. No soy ninguna novata, leí todo sobre él y su editorial en el internet, y era una empresa verdadera. Y sobre todo, con muchos, muchos libros publicados. Buenos libros.
-¿De verdad?- Pregunté ilusionada, sin poder creerme lo que estaba escuchando.
-Por supuesto, querida.- Marcelo sonrió. -Claro, me falta leerlo todo y como te digo, corregir y modificar algunas cosas; pero por ahora…- Hizo una pequeña pausa y puso una mano sobre el montón de hojas que había sobre la mesa. -Me interesa.
Cuando salí de la cafetería, el aire fresco de las calles me pegó en la cara, haciéndome sonreír. Todavía no lo podía creer. No entendía cómo mi libro había pasado de ser desechado como basura, a tener una oportunidad. Una oportunidad de verdad- yo podía tener una oportunidad como escritora. Y eso me daba miedo, pero me emocionaba muchísimo más de lo que me asustaba. No solo era mi sueño ser una escritora, sino que era mi meta. Una meta que fijé desde niña a escondidas de todos, con miedo a que nunca fuera a pasar y me convirtiera en una decepción para todos… para mí misma.
Ya no más.
A partir de ese día, dejé de esconderlo. Dejé de tratarlo como una meta imposible, y comencé a trazar el rumbo posible. El plan posible.
Pero claro… esto no es un cuento de hadas, y tampoco me parezco mucho a una princesa.
El teléfono empezó a sonar en mi bolsa. Cuando lo saqué, la pantalla ponía: desconocido.
Un sentimiento enfermizo se formó en el centro de mi panza. Los pelos de mi nuca se pusieron de punta, y el aire frío que pegaba en mi cara comenzó a sentirse helado- como astillas en mis mejillas y nariz.