El Viaje de Roma

Capítulo 3

Hice lo mejor que pude.

Y aún así, no fue suficiente. Estaba ahí, sentada frente a Stefano, en un restaurante carísimo.

Ah sí, y con muchas ganas de vomitar. O salir corriendo. O ambas.

Antes de que me condenen por haber estado ahí con él… quizá sea una buena idea esperar a que sepan toda la historia.

-¿Qué pasa, guapa? ¿No te da gusto verme?- Stefano sonrió y le dio otro trago a su copa de vino. Pidió una botella (a pesar de que le dije claramente que yo no quería tomar), y ahora mi copa de vino descansaba llena enfrente de mí.

-¿Qué quieres, Stefano?- Dije por fin.

-Ah, directo al grano.- Mi ex dejó su copa sobre la mesa. -Sin rodeos. Esa es mi chica.

-No soy tu chica.- Espeté. -Y si no vas a decirme por qué has estado acosándome, entonces me voy.

-Okey. Bien, tranquila. Te voy a decir por qué estoy aquí.

Mi estómago dio una vuelta de 360 grados.

-Vine a recuperarte.

Solté una risa irónica, pero honesta.

-¿Recuperarme? ¿En serio? Pues ya te puedes ir a la mierda, porque eso es imposible.

-Mmmm.- Stefano negó con la cabeza. -Nunca me ha gustado cuando dices groserías. Esa linda boca no se lo merece.- Puse los ojos en blanco ante su comentario. -En fin. No tienes mucha opción, Roma. ¿O te recuerdo que de mí depende que tu triste trabajo no cierre? Me imagino que no quieres que cierre Énfasis, y mucho menos que todos tus compañeritos se queden sin trabajo.- Stefano puso cara de falsa lástima, y me dieron ganas de romperle la cara.

-Si crees que eso me va a hacer regresar contigo, estás muy, muy equivocado.

-Me imaginé que dirías algo por el estilo.- Stefano sonrió, y puso una memoria USB sobre la mesa. -Así que traje refuersos.- Me congelé sobre mi asiento. -¿Te acuerdas de las cámaras que puse en mi departamento? Ya sabes, las que puse para cuidarte y que no te me escaparas en medio de la noche.

Tragué grueso.

-Bueno, esas mismas cámaras grabaron lo que me hiciste esa noche. ¿Te acuerdas, nena?

Los recuerdos empezaron a golpearme bruscamente antes de que pudiera detenerlos. La sangre, los gritos, las amenazas… No fue mi intención. Hice lo que pude con lo que tenía en ese momento.

Me defendí de él.

Esa noche decidí que era momento de irme. Había estado viviendo con Stefano durante siete meses, y ya no lo aguantaba un segundo más. Los focos rojos estuvieron prendidos desde el principio, pero yo estaba chica y él supo manejarme a su antojo. Me moldeó a su medida. Y cuando menos me di cuenta, ya estaba frente al espejo, preguntándome en qué momento habían aparecido esos dos moretones en mi cara. ¿Stefano lo había hecho? Imposible. Me amaba, ¿no?

Estaba totalmente envuelta en su red. Era una montaña rusa todos los días, y la salida no parecía ser una opción. Sus abusos venían seguidos de flores, regalos, consuelos, disculpas, cariño; hasta el punto en que se me olvidaba lo malo que podía llegar a ser. Lo violento y abusivo. Él se encargaba de hacerme olvidar.

Pero después de que pasaba el tiempo, también se encargaba de hacerme recordar.

Hasta que por fin me cansé. Por fin llegué a mi límite. Un límite al que ni siquiera sabía que era posible llegar- o que existiera.

¿Era posible decir que no? ¿Irte?

¿Defenderte?

Ese día, Stefano salió en la noche a comprar no se qué, y yo aproveché la oportunidad para juntar todas mis cosas importantes e irme. Cuando llegué a la sala con mi maleta, escuché unas llaves intentando abrir la puerta. El pánico inundó mi cuerpo y como pude, escondí mi maleta detrás de la barra de la cocina justo al mismo tiempo en el que Stefano entró en el departamento.

-Se me olvidó mi cartera.- Explicó con una sonrisa en los labios al verme parada en la cocina. -¿La has visto? No sé dónde tengo la cabeza últimamente.

Tragué grueso y respiré. Miré alrededor buscando la maldita cartera con fingida tranquilidad hasta que la vi.

-Ahí está, amor.- Señalé hacia ella lo más calmada posible.

Stefano siguió mi dedo hasta verla. Estaba en la mesa de la sala.

-Ahí estás.- Murmuró y caminó hacia ella. -Menos mal que la encontré.- Metió la cartera en la parte de atrás de su pantalón.

-La encontré yo.- Espeté agresivamente sin pensar dos veces.

Stefano volteó a verme sorprendido, y un segundo después arrugó las cejas, enojado.

Ay no.

-¿Y eso qué importa?

Solté una risita fingida y di un paso hacia atrás, tratando de cubrir la maleta lo mejor posible.

-Tienes razón.- Negué con la cabeza. -Perdón, yo tampoco sé en dónde tengo la cabeza.

-Estás rara.- Afirmó sin titubear.

-¿Qué?- Fruncí el ceño. -No es cierto.

Siempre fui un horror mintiendo. De verdad, creo que hasta doy lástima.



#3394 en Novela romántica
#163 en Joven Adulto

En el texto hay: comedia, romance, drama

Editado: 15.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.