-¿Ya estás lista?- Nadia entró a mi cuarto con una media sonrisa llena de tristeza y mucha preocupación. Yo me encontraba sentada en la cama, acomodando las últimas cosas dentro de mi maleta. Stefano no tardaba en llegar por mí. -Roma… ya sé que ya te lo pregunté varias veces pero… ¿estás segura de lo que estás haciendo?
-Segura.- Respondí con falsa seguridad y una sonrisa triste en los labios.
Nadia exhaló derrotada y caminó hacia mí para darme un abrazo. La apreté con todas mis fuerzas mientras una lágrima se deslizaba rebelde por mi mejilla.
-Gracias.- Le susurré a mi mejor amiga. Nadia me soltó, y me volteó a ver con seriedad.
-Vas a tener cuidado. ¿Verdad?
-Te lo prometo.- Le regalé otra sonrisa honesta pero asustada. Nadia asintió con la cabeza, se dio la vuelta y caminó hasta salir por la puerta y cerrarla a sus espaldas, dejándome totalmente sola. El miedo empezó a recorrerme el cuerpo, apoderándose de mí casi por completo. Comencé a temblar y maldije en voz baja. Stefano no podía verme así, tenía que controlarme.
Me levanté de la cama y me dirigí hasta el espejo. Tenía un vestido rojo, justo como el que tenía cuando era pareja de Stefano. Debajo de la rodilla para los malpensados pero con una apertura hasta abajo en la pierna derecha, para la imaginación de las parejas. Espalda destapada porque “me daba elegancia”, y el escote modesto, pero lo suficientemente abierto para que diera una pequeña probada de mis bonitos atributos, siempre dejando claro que podían ver pero nunca tocar, porque tenían dueño. Al menos esas eran las rebuscadas y estúpidas palabras sin sentido que decía mi ex. Se empeñaba en recordarme lo mucho que le fascinaba ese vestido, y que como los toros, le era imposible no avalanzarse sobre mí.
El maquillaje que llevaba ese día era completamente ajeno a mí, me hacía parecer muñeca de porcelana y no en el buen sentido (si es que existe uno). Gruñí en desagrado y caminé hacia mi cama.
Ya tenía todo listo. Ah sí claro, excepto la voluntad.
Cerré la maleta y la puse sobre el piso. Estaba ligera, pues no había metido casi nada. Sonó mi celular sobre la cama, haciéndome voltear al instante. Tenía una taquicardia terrible, y cualquier cosa me hacía saltar del susto.
Era David. Quería responder a sus mensajes pero… no sabía cómo empezar a contarle todo lo que estaba pasando. No me sentía lista, y la verdad es que me aterraba que no me creyera. Por una parte me sentía culpable, porque estamos hablando de David- ¿cómo no me iba a creer? Pero, por otro lado, me costaba trabajo abrirme, y sobre todo confiar en alguien.
De cualquier forma, en esos momentos tenía algo más urgente en lo que concertrarme.
Justo cuando ese pensamiento cruzó mi mente, alguien empezó a tocar la puerta. Los pelos de todo mi cuerpo se pusieron de punta, y pude sentir un escalofrío recorriendo mi columna vertebral.
Stefano.
Lo sabía porque lo estaba esperando, pero también lo sabía por la forma en la que tocaba la puerta- con seguridad, como si fuera su propia casa. Como aquellas veces que se le olvidaba la llave de la casa y regresaba a tocar la puerta para poder entrar por ella. Y es que, en su cabeza, ese día él no venía por cualquier cosa. Él venía a reclamar lo que era suyo. Lo que le pertenecía.
Tragué la bilis que se había acumulado en mi boca y respiré hondo. Me enderecé decidida, postura erguida, sonrisa en los labios, maquillaje perfecto.
Crucé la sala de mi casa y abrí la puerta.
Stefano estaba parado del otro lado. Vestía un traje formal del que… bueno, evitaré entrar en detalles porque no es que me importe describir cómo venía vestida una persona que me importa tan poco. Así que lo dejo a su libre imaginación. Lo que sí no voy a omitir mencionar, es la forma en la que me miraba. Me recorrió de arriba abajo con unos ojos llenos de lujuria- de deseo. Como animal viendo a su presa.
-Te ves…- Miré con odio cómo tragaba grueso, haciendo mover su manzana de Adán. -¿Me vas a invitar a entrar?
-No creo que sea buena idea.- Dije, dirigiéndole una mirada insegura.
-Tranquila, solo quiero conocer el departamento en el que te has estado escondiendo todo este tiempo.- Dijo a modo de broma, aunque no fuera para nada una.
-Pero rápido. Quiero irme antes de que mi mejor amiga regrese del trabajo.
-¿Por qué? ¿No quieres que conozca a tu futuro marido?- Ladeó la cabeza y sonrió. Esa era su triste forma de coquetearle a alguien. No podía creer que en el pasado prácticamente me derretía cada vez que hacía eso; y claro que él lo sabía. Se aprovechaba de eso para convencerme de muchas cosas que no quería hacer, pero después me fui dando cuenta de la “sutil” manipulación que ejercía sobre mí, y empecé a negarme a pesar de sus intentos.
Ahí es cuando empezaron las no tan sutiles manipulaciones.
-No seas estúpido. No se qué cuentito romántico te hiciste en la cabeza, pero si estoy aceptando irme contigo es porque no tengo otra opción. Así que pasa, ve la maldita casa, y vámonos de aquí.
Stefano frunció el ceño y puso expresión herida, pero después se compuso y sonrió.
-Está bien, cariño.- Respondió tomándome de la cintura y plantándome un beso en la mejilla. Yo solo me quedé ahí, echa una furia, conteniendo las ganas de patearlo en los testículos y tratando de respirar.