David tomó asiento en una de las sillas de la barra de la cocina, y miró a su alrededor. Quizá no lo conocía tanto todavía, pero sí lo suficiente para darme cuenta de que estaba observando todo, analizándolo.
Quería averiguar qué es lo que estaba pasando.
-¿Quieres algo de tomar?- Preguntó Stefano, y le dio una palmada (más fuerte de lo necesario) en la espalda. -¿Cerveza, agua? – Ofreció, como si la casa fuera suya. En fin, un idiota hecho y derecho.
Busqué la pistola con la mirada, pero no la encontré.
¿Dónde la tiene?
-Nada, muchas gracias.- Sonrió tranquilo, manteniendo la expresión en su semblante intacta. -No sabía que ustedes dos se conocían.- Agregó David y Stefano soltó una risa incrédula.
-Más bien yo no sabía que ustedes dos se conocían.- Stefano se lamió los labios y pasó un brazo posesivo por encima de mis hombros, apoyando todo su peso sobre ellos y sosteniendo la mirada sobre David.
Pero David no estaba poniendo atención. Ni a mí, ni a Stefano. En cambio, tenía la mirada clavada en el suelo de la sala. Volteé los ojos para entender lo que estaba viendo, y la vi.
Mi ropa interior tirada y rota en el suelo.
-Muy poco.- Se limitó a responder David, regresando la mirada a mí.
Había atado cabos y su mirada lo decía todo. Sabía lo que estaba pasando- al menos lo necesario para saber que no era nada bueno.
Con la mirada, le volví a rogar que se fuera, pero no movió ni medio dedo de su lugar.
-¿Muy poco?- Preguntó Stefano, todavía el tono incrédulo en su voz. Soltó mis hombros y caminó hacia la barra enfrente de la que estaba sentado David, y recargó ambos codos en ella. -No considero coger como “muy poco”.
David frunció el ceño ante el comentario y negó con la cabeza.
-¿Y yo cómo coño iba a saber que te gustaba ella? Me hubieras dicho y ya está, en vez de tanto drama.
Crucé los dedos mentalmente y recé porque la pequeña actuación de David funcionara… de algo.
-Pues ya lo sabes idiota.- Stefano se enderezó y caminó hacia él. -Cuentas claras amistades largas.- Sonrió, y con el brazo, le mostró el camino hacia la salida. -Ya te puedes ir.
David se levantó de la silla.
-Toda tuya.- Le guiñó un ojo a Stefano y empezó a caminar hacia la salida. Pero antes de llegar a la puerta, se volteó en un segundo y le dio un derechazo en la cara a mi ex. Stefano se tambaleó hacia atrás desconcertado y se tocó la cara. Un segundo más tarde, ya se había avalanzado sobre David, tirándolos a ambos al suelo.
Golpeó a David una, dos, tres, cuatro veces en la cara. Estaba hecho furia.
-¡Déjalo!- Grité enojada y me acerqué por atrás, tomándolo de la cara y jalando hacia atrás. Clavé mis dedos lo más fuerte que pude en sus ojos y gritó de dolor. Sin darme tiempo de quitarme, Stefano me golpeó con el codo en las costillas, haciéndome caer hacia atrás. Pero David ya se hacía recuperado, y se le aventó a Stefano.
-¡No la vuelvas a tocar!
Uno, dos, tres, cuatro, cinco golpes.
Eso habría sido suficiente. Carajo, habría sido suficiente si tan solo Stefano no fuera un hombre tan mañoso.
En un abrir y cerrar de ojos, tomó el arma que tenía en la parte de atrás de sus pantalones y la apuntó hacia David, haciéndolo retroceder con las manos al frente. Ambos se pusieron de pié. Yo seguía en el piso a espaldas de Stefano, buscando desesperada algún objeto pesado.
-Stefano, baja la pistola.- David trató de razonar con él, pero era imposible. Yo más que nadie lo sabía.
-No gracias.
Finalmente, mis ojos se fijaron en una estatua pesadas de decoración que teníamos sobre la mesa. Tratando de no hacer ruido, me arrastré hacia la mesa.
-Si me matas, vas a ir a la cárcel. No seas imbécil.
-No- ¡tú no seas imbécil!- Stefano movió la pistola enojado. -Nadie en su sano juicio insulta a quien le está apuntando con una pistola.
-Si me quisieras matar, ya lo habrías hecho.- Concluyó David sin dudar.
Estaba a punto de llegar a la mesa. Solo un poco más.
-Tú lo que quieres es irte con Roma y dejar toda esta mierda atrás. Empezar de cero con ella, ¿no?- Stefano no respondió. -Pues haciendo esto estás arruinando la única oportunidad que tienes de hacerlo.
-¡Callate!
Llegué a la mesa y estiré el brazo para agarrar el objeto pesado.
Pero una detonación de arma me detuvo en seco.
Pensé en David.
Stefano le había disparado.
Y todo por mi culpa.
-¡Roma!- Gritó David.
El dolor intenso que sentí fue el que me regresó a la realidad.
Qué bueno que estás bien, pensé.
Fijé la vista en el lugar que me empezaba a doler cada vez más, y más.
Tenía un hoyo en la pierna, y la sangre empezaba a salpicar por todos lados.