-¡Tú te callas coño!- Gritó Stefano y le puso la pistola en la cien a David.
-Al menos déjame pararle el sangrado. ¡¿O acaso quieres que se muera, idiota?!
Stefano me miró indeciso. Imaginé a sus dos diablitos debatiéndose por una respuesta, quizá sí, quizá no, quizá sí, quizá no.
-Está bien. Haz que deje de sangrar.- Stefano caminó hacia la cocina sin dejar de apuntarnos a ambos y agarró un trapo. Se lo lanzó a David.
Sin perder el tiempo, se arrodilló a lado de mí y envolvió el trapo alrededor de mi muslo. Solté un quejido de dolor.
-Yo sé, yo sé, yo sé.- Dijo David preocupado, mientras se quitaba el cinturón. Lo puso alrededor de mi pierna y apretó. Lloré del dolor. -Tranquila. Vamos a salir de esta, te lo prometo.
¿Vivos o muertos? Quise bromear, pero no podía decir nada. El dolor que sentía en la pierna era agonizante.
-¡Cállate!- Stefano caminó hacia David y le puso la pistola en la nuca. -Ya te dije que no le hables a mi mujer.
-No soy tu mujer.- Alcancé a decir, apenas con una voz audible.
Stefano se arrodilló a lado de David y puso la punta de la pistola encima de mi herida, haciendo presión. Solté un grito ahogado.
-Tú te callas.- Ordenó Stefano entre dientes.
¿Ustedes creen en las coincidencias? Porque yo no.
Creo en los planes que tiene la vida para nosotros.
Y también creo en los planes de dos mejores amigas.
El zumbido eléctrico sonó por todo el departamento, y Stefano cayó en seco al suelo, convulsionando.