Unos meses después
-¡Salud!- David levantó su copa, y las demás personas lo siguieron- incluyéndome.
-¡Por Roma!- Festejaron alegres.
Ese día nos habíamos reunido todos en el departamento de David y mío (sí, ahora vivíamos juntos y teníamos un perro), para celebrar la publicación de mi primer libro. Estaban mi mamá y mi papá, y los de David (Dylan y Sofía), quienes resultaron estar vivos y ser un encanto de suegros. También estaban David, Nadia (y Troya), Marco, Iván, Marcelo, otros amigos míos y de David, e incluso Elena, mi ex jefa.
Después de todo lo que pasó, decidí renunciar a Énfasis para dedicarme de tiempo completo a mis libros, y Elena se disculpó por la forma en la que me trató durante esos años. Por cierto, la demanda que Stefano le había puesto a Énfasis ya no existía (por obvias razones). David me explicó de qué estaba demandando mi ex, pero la verdad es que no recuerdo bien la explicación legal que me dio. Diría mi abuela, si no te acuerdas, es que no era importante.
Ah, sí, también estaba Stefano.
¡Es broma! (Lo sé, lo sé, “jaja, muy chistosa”). Ese cabrón está refundido en lo más profundo de una celda, y no va a salir en muchos años.
No podía estar más feliz.
-Muchas felicidades, Roma.- Dijo Marcelo Minutti, mi editor, mientras se acercaba a mí con una sonrisa en el rostro.
-Gracias, Marcelo.- Le devolví la sonrisa. -Muchas gracias por todo, de verdad. Espero que podamos trabajar juntos en el futuro.
-¡Por supuesto que sí, querida! Ya te lo he dicho antes. Este solo es el comienzo.
Apareció mi jefa- ex jefa- Elena, apenada por interrumpir.
-Disculpád.- Sonrió Elena. -Solo quería felicitarte, Roma.
-Hablád, hablád. Yo voy por otro chupito, ¡que están de maravilla!- Marcelo sonrió emocionado y nos dejó solas.
-Gracias.- Respondí con honestidad ante la felicitación de Elena.
-La verdad es que lo siento mucho, Roma. Estoy apenada contigo.- Suspiró y tomó de su copa, antes de continuar. -Y no de forma hipócrita solo porque ahora vas a tener mucho éxito y tengo que quedar bien.- Negó con la cabeza. -Sino porque, después de leer la carta que me dejaste en mi escritorio el día que renunciaste… me di cuenta de muchas cosas. Fui una gilipollas, ¿verdad?
Solté una risa ante la pregunta. No solo porque la respuesta era obvia, sino por la palabra que usó.
-Un poco.- Respondí, y Elena me miró con incredulidad. -Bueno, un poco mucho. Pero lo que me importa no es que lo hayas sido, sino que ahora lo reconozcas y te disculpes. Lo aprecio mucho.- Le sonreí a Elena, haciéndola sonreír también.
-Ven acá.- Alargó los brazos y me dio un abrazo fuerte. Yo se lo regresé. -Felicidades. Te lo mereces.
Un carraspeo interrumpió nuestro pequeño momento emotivo. Gracias a Dios, porque ya me estaba incomodando.
-¿Te importa si te la robo un segundo?- Llegó David, me tomó de la cintura y depositó un beso en mi cabeza que me pareció de lo más tierno.
-Que no que no. -Respondió Elena con un acento español marcado. -¡Ala, ala! ¡A celebrar!
Levantó su copa a modo de brindis con una sonrisa en la cara y se fue a platicar con otras personas.
-Tenías razón.- Habló David, con esa sonrisa que me encantaba.
-¿Sobre qué?
-Es mejor compartir los buenos momentos con la gente que quieres.- Me dio un beso en los labios con sabor a vino tinto. -Ven, acompáñame rápido. Te quiero dar una sorpresa.
Subimos a la segunda planta y David me tapó los ojos.
-¡Pero no me dejes chocar con nada!- Dije, asustada y emocionada a partes iguales.
-Bueno.- Respondió David, y acto seguido, me subió en sus brazos.
-¡David!- Estaba muerta de la risa. -¡Bájame!- Obviamente no quería que me bajara.
Cuando llegamos, David me bajó con cuidado y me dio la vuelta.
-¿Lista?- Preguntó. Podía escuchar la emoción en su voz y me creció otra talla el corazón.
David me quitó la tela de los ojos.
Lo que vi me dejó boquiabierta, y trajo lágrimas a mis ojos.
-David…
Era uno de los cuartos del departamento que no utilizábamos. David me había dicho que lo quería usar para trabajar, y que lo iba a arreglar para que quedara como quería. Pero me había mentido. En realidad, había puesto un escritorio, una lámpara, un sillón, un tocadiscos, y un librero.
Y encima del escritorio, estaba la máquina de escribir viejita que había visto en la biblioteca, aquel día que salimos a pasear.
-Para que tengas un lugar en dónde escribir.- Dijo David. -¿Te gusta?
Volteé a verlo, lágrimas cayendo por mis mejillas. Sonreí, y salté encima de él, envolviéndolo en un abrazo con todo el cuerpo.
-¡Me fascina!- Exclamé como niña chiquita y lo llené de besos por toda la cara. -Gracias, gracias, gracias, gracias.