Era un viaje incierto, un trayecto en un autobús junto a mi madre y mi hermana. El camino estaba lleno de nubes oscuras y una tormenta que azotaba con fuerza, reflejando el caos interno y la tormenta emocional que sentía por dentro. El viento y la lluvia golpeaban los vidrios mientras trataba de mantener la calma.
De repente, frente a mí apareció un rompecabezas gigante, flotando en el aire. Cada pieza representaba una decisión, un miedo o un recuerdo que debía encajar para poder avanzar. Me sentí presionada, como si el tiempo corriera y la solución estuviera lejos. Fue un momento de mucha tensión y confusión.
Entonces, el cansancio y la angustia me vencieron, y colapsé en lágrimas, sintiendo el peso de todo el dolor acumulado. Pero no estaba sola: el abrazo silencioso de mi familia y el cielo azul que empezó a aparecer me recordaron que no todo estaba perdido.
Poco a poco, la tormenta se fue disipando y apareció un sol brillante, la esperanza que necesitaba para seguir adelante. Sentí una fuerza nueva que me impulsaba a avanzar, a dejar atrás las dudas y a confiar en mi intuición.
Al final del camino, encontré la verdad que buscaba, no en el silencio ni en la perfección, sino en la aceptación de mis miedos y en la voluntad de seguir creciendo, guiado por la luz que siempre estuvo dentro de mí.
Suelta los miedos, para poder volar, es lo que necesita tu alma para estar en paz y libertad... Porque siempre habrá una salida, una luz al final del túnel.
Brilla y vuela...