Regresando a la escuela
Volvía a la escuela, un lugar que había dejado a principios de año, pero todo era extraño. Al entrar al aula noté que había muy pocos chicos y que una maestra diferente estaba a cargo. Entre los pocos estudiantes estaban Jessica y Elíana, y otras chicas que no conocía, todas adolescentes. La mirada de estas chicas me causaba una extraña sensación: se veían perezosas, antisociales y aburridas. Una energía nueva en mí me provocó escalofríos y un poco de pánico.
Decidí entonces acercarme solo a mis amigas conocidas, buscando refugio en ellas, pues las otras chicas tenían un rostro intimidante. Salimos juntas al patio, un espacio grande con un tono amarillento cálido, y una estructura colonial que le daba una atmósfera casi antigua y acogedora. Allí charlamos de todo, pero pronto ellas tuvieron que ir a una clase especial y me dejaron sola.
El patio, ahora teñido por la luz del mediodía, se sentía inmenso y, aunque al principio me invadió el miedo, decidí distraerme visitando otras aulas y otros chicos. Pero pronto regresé al patio, donde mis amigas volvieron a reunirse conmigo un momento antes de irse a almorzar. Para no quedarme sola y aterrada, fui a buscar a un antiguo profesor con quien pasé un rato agradable charlando.
El tiempo pasó sin darme cuenta, y mis amigas me vieron con él, pero yo decidí ir a buscar algo para comer. Al volver, sentí una sensación desagradable; entonces el profesor me llamó y fui rápidamente a su aula. Me pidió que lo acompañara y me dio un manojo de ropa doblada para que lo guardara en su armario. Accedí y, al terminar, encendí la luz en el aula y abrí el armario, pero me di cuenta de que todos los chicos ya se habían ido, pues la salida era a las tres.
Sentí espanto por la hora, así que cerré el armario y corrí a buscar a mis amigas. Decidí primero ir al aula, pero al llegar me asusté al ver a esas niñas raras todavía sentadas, inmóviles en sus puestos. Les pregunté por mis amigas y me respondieron que ya se habían ido. Les dije que ya era hora de irse también, pero solo levantaron la mirada y se quedaron dormidas.
Llegó la noche y, para sorpresa mía, las niñas despertaron. Les pedí que me ayudaran a encontrar la entrada de la escuela para poder salir y volver a casa.
Justo cuando sentí que estábamos a punto de encontrar la salida, me desperté. El final quedó suspendido en la penumbra, como una promesa aún por cumplirse.