El Viaje y otros cuentos

First and Last

Miércoles, 15 de agosto de 2970.

Los relámpagos inundaban el cielo nocturno, iluminándolo al extremo de que casi parecía hacerse de día. La lluvia comenzaba a caer fuertemente sobre la pila de chatarra amontonada, contribuyendo a la extensión del óxido que ya corroía la mayoría del metal expuesto.

Un rayo cayó sobre la pila, haciendo volar por los aires partes metálicas, derritiendo y fundiendo otras. La electricidad se expandió por cada una de las piezas en contacto, hasta llegar a una en particular, que emitió un destello de luz. Dos enormes faroles se encendieron, titilaron y, por último, parpadearon.

Los faroles volvieron a parpadear luego de unos minutos y una voz metálica se escuchó como un susurro.

“Iniciando sistemas.”

Otra luz se encendió en la pieza ovalada y entonces toda la pila de chatarra comenzó a moverse. Una figura humanoide surgió de entre el metal, corroída por el óxido, incompleta, semi-destruida. Le faltaban partes, pero era evidente que se trataba de un androide, de uno de los modelos más avanzados que habían salido al mercado en el último siglo.

El humanoide se puso de pie, o al menos lo intentó, ya que una de sus piernas estaba especialmente defectuosa y terminó por volver a caerse. Inclinó entonces levemente la cabeza, observándose detenidamente y luego al entorno.

“Buscando piezas compatibles.”

No sería fácil encontrarlo todo, pero al menos necesitaba una pierna derecha. La que aún tenía adosada a su cuerpo estaba carcomida, los circuitos expuestos y la rodilla completamente destrozada, haciendo imposible que se movilizara. En cuanto al pie… aquello directamente ya no podía llamarse pie. Era tan solo un manojo de cables enredados.

Extendió entonces uno de sus brazos, también carcomido por el óxido, pero aún utilizable, para mover algunas de las cosas que tenía a su alrededor. Había captado algo que podía llegar a ser compatible, pero no estaba completamente seguro de qué se trataba. Luego de hurgar por varios minutos, encontró por fin un pie que, aunque visiblemente más robusto que el suyo, podría funcionar.

Se dispuso entonces a conectarlo a sus circuitos y, para su decepción, las cosas no iban a ser tan sencillas. Si fuera capaz se sentir verdaderas emociones humanas, estaría completamente abrumado por la situación, quizás incluso llorando del terror que provocaba estar solo y a punto de realizar una auto cirugía en medio de un vertedero.

Haciendo uso de su motricidad fina, agradeciendo que sus manos aún funcionaran y tuvieran dichos sensores activos –la mayoría de ellos, al menos-, desenredó los circuitos del pie de a poco. Los cables rojos y azules, irónicamente representando las venas y arterias humanas, se habían entrelazado de maneras que jamás creyó posible. Tuvo que cortar algunos, incluso.

Cuando finalmente logró tener los circuitos libres y ordenados, lo más en línea posible, colocó el pie que había encontrado e inició el proceso de auto reparación. Los sensores de su pierna y los cables que acababa de desenredar analizaron las proximidades e identificaron la pieza que tenían al lado, comenzando a conectarse.

Al cabo de cinco minutos su nuevo pie estaba en su lugar y en pleno funcionamiento. Incluso pudo mover los dedos. El problema de la rodilla aún persistía, por supuesto, pero al menos ya podía ponerse de pie para caminar en buscar de algún otro repuesto que pudiera encontrar.

Al incorporarse pudo notar, con asombro, como la chatarra se extendía por kilómetros. Sus sensores de visión nocturna y calórica le permitían distinguir con exactitud en dónde estaba y qué había a su alrededor y, para su gran sorpresa, no pudo detectar ninguna señal de vida.

Algunas piezas metálicas estaban a mayor temperatura que otras, lo cual era lógico considerando que varios rayos habían caído –y seguían cayendo- en el lugar, derritiendo muchas de las piezas, pero ninguna de esas firmas calóricas eran compatibles con formas de vida animal.

Tampoco había nada orgánico en composición. Todo a su alrededor era metálico o plástico y eso lo extrañó aún más. Lo último que tenía en sus registros era un planeta lleno de vida y humanos que estaban abandonando aquel tipo de materiales por otros más orgánicos. Según sus registros las piezas metálicas seguirían existiendo, pero en muy poca cantidad, como partes de objetos que pretendían ser duraderos casi eternos, como él mismo. Y lo mismo aplicaba a las piezas plásticas.

Los descartables habían desaparecido hacía siglos.

Miró hacia arriba, su cuello haciendo un ruido metálico típico de las partes poco lubricadas, y contempló las nubes de tormenta. Se veían como las nubes normales de las que tenía registro, pero algo en la lluvia le parecía extraño. Era agua, sí, pero se sentía extraña. Sin embargo, decidió descartar tal pensamiento. Probablemente fuera el hecho de que los receptores que poseía en su carcasa externa estaban defectuosos, oxidados.




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