El viejo y el diablo

El viaje del viejo

Al fallecer su amada, un viejo ya de 75 años, con los huesos rechinantes, decide salir a cumplir su sueño de joven, que consistía en descubrir tierras nuevas, gente nueva y experiencias nuevas.

Antes de salir a la aventura, el viejo piensa en qué llevará con él a su viaje y qué dejará atrás. Toda su vida pasó construyendo su morada, alimentando a sus animales y arando la tierra que está a punto de abandonar para cumplir el sueño que tenía de joven. Le toma varios días pensarlo y decidirse.

Meses después, toma lo primero que encuentra: unos frascos con comida enlatada con variedad de alimentos dentro, unos panes duros y frutas para los primeros días del viaje. Carga esto sobre su toro, quien, al igual que el viejo, tenía sus largos años encima. Al estar liberando a sus animales, se encuentra con el cerdo consentido de su amada, un cerdo de 200 kg que, al verlo, el viejo siente pena por lo que significó para su abuela. Decide llevárselo con él también. Dando unos pasos fuera de la casa, escucha a un ratón chillar. Este llega corriendo y se sube al abuelo, quien, lejos de temerle, lo deja quedarse en su hombro para protegerlo del gato que, a su atrás, llegaba. El gato sube al toro y se recuesta en su lomo sin quitarle la vista al ratón. Al poco rato de su partida, escucha unos ladridos que llegan a lo lejos y con una velocidad que sorprendió al viejo. No era que lo había olvidado, era que el perro se quedaba dormido en cualquier lugar, y buscarlo era como buscar una aguja en un pajar. Así, el grupo conformado por el viejo, el toro, el cerdo, el ratón, el gato y el perro comenzó su viaje hacia lo desconocido.

Pasaron unos días sin pena alguna. El pueblo ya había quedado lo suficientemente atrás como para no verlo más, y el camino sin pisadas previas guiaba hacia una colina. Fue entonces que el cerdo se paró en seco y, firmemente, decidió no seguir si no se cumplía su dieta estricta de ocho comidas al día. Se quejaba de que ya casi estaba en los huesos, a pesar de ser el que más comía de todos en el grupo. El cerdo recordaba que su ama le daba leche de vaca fresca todos los días por la mañana y la noche, carne de res cada que el sol estaba en lo más alto y legumbres hasta el ocaso. Esto le hizo pensar que merecía todavía ese mismo trato y que, si no se lo daban, ya no los acompañaría y se perderían de su buena compañía.

El viejo insistió al cerdo, le dio comida de la más sabrosa que el cerdo comió, pero no siguió. Dándose por vencido, el viejo le dijo al cerdo:

—Si tu decisión es quedarte, lo aceptaré. Hay mucho pasto aquí del cual te puedes alimentar. Pero si decides acompañarme, podrás comer junto a mí y de mi plato. Aunque no sea lo que estás acostumbrado, es lo mejor que puedo ofrecerte.

Sin embargo, el cerdo ya había tomado una decisión, y sintió más presión al voltear y fijarse que los demás animales lo miraban fijamente. El cerdo decidió quedarse, esperando a que el viejo regresara y le pidiera perdón, que le dijera: “Volveremos a la granja y todo volverá a ser como antes”.

El viejo, con gran pesar, dejó al cerdo atrás, pero debía continuar. Apartó al gato, que otra vez trataba de trepar por su ropa, tomó una manzana de las bolsas que llevaba el toro y siguió.

A los días notó que el toro se movía extrañamente. Aunque este trataba de disimular, se notaba que algo no andaba bien. Al bajar la mirada, el viejo notó una pezuña ensangrentada. Se había puesto incluso morada y, pese a eso, el toro no se había quejado en ningún momento. El viejo detiene al toro, quita las bolsas que cargaba y le revisa cuidadosamente la pezuña. Le coloca hierbas que guardaba para sus lesiones propias o dolores que le daban a menudo por la edad. Usó toda la medicina en hierbas que llevaba en las bolsas. El toro, apenado, trataba de levantarse y continuar, pero no era posible; apenas intentaba ponerse de pie, sentía que algún músculo le iba a explotar si daba un paso más.

Unos días transcurrieron, y el toro solo sentía que retrasaba el viaje. No quería que el viejo se quedara con la idea de que él era débil. Siempre se esforzó por ser el más fuerte, el que más ayudaba en la granja, sea para cargar, arar, mover la carreta o cualquier cosa en la que se le necesitara. Él era el mejor. Menos ahora, que era donde más el viejo necesitaba de él, y solo podía estar echado con una pezuña casi muerta. Esta idea cada vez le pesaba más y más, hasta que, una noche en la que el viejo fue a recolectar hierbas para el toro, al regresar ya no encontró a nadie. El toro había desaparecido, y aunque no podía estar muy lejos, sus huellas se perdieron a las orillas de un río.

El viejo pasó tristes sus días. El perro trataba de consolarlo frotándose contra su pierna, pero era inútil. El viejo se había tenido que despedir de un buen amigo que lo ayudó durante muchos años en la granja, y le seguía el pesar de no haber podido hacer más. El gato se subía a su regazo y ronroneaba. Solo así el viejo podía conciliar el sueño. El ratón dormía en su pecho, debajo de su camisa, y cada noche cuidadosamente salía a darle un par de mordidas al pan que el viejo guardaba en la bolsa.

Otros días pasaron, y el peso de la bolsa obligatoriamente tuvo que ser reducido para poder continuar. Incluso el perro ayudaba a cargar algunas provisiones, y otras tuvieron que dejarlas. Solo quedaba un pan y medio, y el resto eran latas de comida.

El ratón miraba preocupado que, cada vez que salía a comer, había menos y menos comida. No era como en la granja que aumentaba; aquí solo se reducía, y eso le causaba mucha preocupación.

Una noche, el ratón, aterrado por un sueño, se levanta y, al dirigirse a la bolsa, nota que ahora solo queda un pan entero y una lata de manzanas encurtidas. Se disponía a dar una mordida al pan y regresar a dormir como ya era rutina, pero al voltear nota al gato casi en los huesos. Un gato que, seguramente, no dudaría en atacarlo si no tuviese más qué comer... aunque eso solo pasaría si no hubiese más que frutas en la bolsa. El ratón no tardó dos segundos en darse cuenta de su situación. Corrió, tomó el pan que quedaba y salió disparado con él.




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