El viento frío que azotó su rostro

El caballero de Lym

Arco I: Frío y verano

❀~✿ ❀~✿ El caballero de Lym ❀~✿ ❀~✿

Todo sucedió aquel día, cuando un grupo de esclavistas encontró en la nieve más helada, la figura de una niña que había perdido a su familia debido a una de las tormentas más poderosas que hubo en décadas.

Aquella joven, de una cabellera rubia y ondulada, de rostro redondo y nariz pequeña, con unos ojos tan grandes y llamativos que embelesaba a cualquiera que los mirasen; no tenía a nadie en el mundo, el único propósito de su vida era pagar la deuda que había acumulado por haber sido rescatada de una muerte inminente.

Su inigualable belleza le trajo múltiples ofertas a los que se hacían llamar sus dueños, querían venderla al mejor postor y para ello, incrementaban cada vez más y más el precio. Querían esperar que la niña, de doce años, desarrollara sus dotes físicas para pedir más dinero a cambio de ella; ni siquiera tenía un nombre, la pequeña había sufrido de un grave golpe en la cabeza que le costó su memoria.

Si por una chiquilla de doce años ofrecían una fortuna, los vendedores sabían que cuando creciera y se convirtiera en una joven radiante, la cantidad de oro dado subiría a extremos inigualables.

En este mundo, el negocio de esclavos era tan legal como la venta de pescado. La única condición para que cualquier persona pudiera vender a otra, era que esta no poseyera ningún tipo de bien: así como muebles, inmuebles o hasta familiares. Un esclavo era menos que un sirviente, era una persona que había perdido el derecho de ser llamada así.

El mayor interesado por adquirir a la niña, era el dirigente azul. Un hombre de mediana edad que, producto a su elevado puesto en la corte, era capaz de hacer lo que fuera sin que nadie le llevara la contraria. Este, desde la primera vez que visitó el pueblo, quedó encantado por el rostro tan angelical de la pequeña. Fue tanta su fijación que le ofreció a Tales, el principal responsable de la niña, una enorme suma de oro que estaba dispuesto a dar en ese mismo sitio de ser necesario.

Tales fue quien encontró a la pequeña, y a diferencia de sus socios, quienes eran más accesibles, su ambición no le permitía aceptar ninguna propuesta. Sabía que a medida que creciera, le entregarían más dinero. Lo único que había que hacer era tener paciencia.

No obstante, el dirigente no se quedaría de brazos cruzados. Él adquiriría a la esclava, sea como sea: legalmente o no. Si los estafadores, como los llamaba el hombre, no le entregaban a la niña, él mismo la tendría por las malas. Nada más tenía que aprovechar que ella estuviera sola para llevársela a un lugar donde no la encontraran jamás.

—Iré a recoger hierbas.

La ciudad donde se encontraba la niña, se caracterizaba por poseer seis meses de un invierno gélido y otros seis meses de un invierno cálido, en la última estación, las flores propias de temporadas frías, aprovechaban para brotar de sus capullos y era normal encontrar una gran serie de hierbas que servían para calmar heridas, más las de los otros esclavos, los cuales eran víctimas de maltratos.

Ese día la esclava sin nombre se levantó dispuesta a recorrer el bosque para así alejarse de su realidad por al menos unas horas. No sabía que era peor: estar en aquel lugar en donde era tratada como una oveja en venta, o que alguien la compre y la trate peor que eso. Todavía era demasiado joven para imaginar la cantidad de cosas perturbadoras que podían hacerle.

Hay que resaltar lo asustada que estaba porque toda esa ternura que tenía, desapareciera cuando creciera y el interés que tenían las personas se fuera. De ocurrir eso, los comerciantes se enojarían mucho, se comportarían horrible y quién sabe, tal vez se deshicieran de ella. Todas esas preguntas la abrumaban.

—Se te está haciendo costumbre— le dijo Margarie, una chica de veintitantos a la que muy pronto venderían. Su piel era como el sol, con unos ojos almendrados que transmitían una calidez indiscutible; ni hablar de su suave cabello rojo que formaba una nube.

—Hay muchos heridos— susurró a lo que la muchacha levantó la ceja, ella sabía muy bien por qué la niña lo hacía —No hago nada aquí, podría…

—No tardes mucho— le dio un par de palmaditas en la cabeza —Tales se enojará si no te ve cuando regrese, sabes que eres su propiedad más valiosa.

—Umm— asintió cabizbaja.

Así, la niña, tomando una canasta, se dirigió al bosque sin saber que era vigilada por su mayor postor. Ella vestía uno de esos vestidos simples, era de color blanco y de mangas cortas; su largo cabello ondulado estaba amarrado en una cola.

Ella no tenía que alejarse mucho para sentirse aliviada. La joven sentía que las flores eran la única compañía que necesitaba, tomar cada hierba la hacía sentir relajada y el coleccionar las plantas, reconocerlas y clasificarlas, era lo que más le encantaba.

Además de la niña, un hombre, a finales de sus treinta, daba uno de sus paseos a caballo. Ese día se había alejado más de lo normal, la fría ciudad en la que se situaban, se había convertido en su hogar temporal desde hacía más de un mes. Ya en un día tendría que irse, lo que fue la mejor noticia que le pudieron dar.

A aquel hombre le llamó a la atención ver al que era el dirigente azul, espiar a una niña de lejos. La pequeña se mostraba tan inmersa en su pasatiempo que no se daba cuenta del peligro que se aproximaba.




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