El viento frío que azotó su rostro

La melodía que sonaba en medio del desastre 

❀~✿ ❀~✿ La melodía que sonaba en medio del desastre ❀~✿ ❀~✿

Azra no entendía por qué se sentía tan bien con la compañía de Freya si la niña le parecía fastidiosa, insoportable y chillona. Sin embargo, su manera de actuar le era agradable de cierta forma; ella también era inteligente, valiente y peculiar. No se burló de él cuando fue derrotado por su padre, se mostró amable e intentó que se sintiera mejor. 

Su sonrisa era capaz de transmitirle la misma alegría de ella, y ni hablar de la mirada que ponía cuando observaba cosas en Lym que nunca había visto en Frost. A pesar de que detestaba cargar con todas las bolsas de las compras, valía la pena su esfuerzo.

—Ya sé por qué en Lym hay tantas fuentes— dijo de repente, haciendo que Azra saliera de su trance.

—¿Por qué?— sabía que su respuesta sería incorrecta.

—Porque se ven bonitas— sonrió de par en par —Le dan un toque.

Tal vez no era tan incorrecta como pensaba.

—Tiene sentido— resopló. Entre tantos pensamientos, él volvió a recordar la conversación que tuvo la joven con su papá. Lo que le dijo Freya a Aron, acerca de acompañarlo por siempre, no salía de su cabeza. Tenía que preguntarle —Y oye— el punto era saber cómo —Responde algo.

—¿Qué pasa?

—Si a mi padre lo llegaran a mandar al otro lado del país para siempre. Tú… ¿te irías de la mansión?

—¿Por qué preguntas eso?— hizo una mueca —¡¿Otra vez dices que soy una lambiscona?!

—No es eso— gruñó —Solo que… emh, no quiero que te vayas— ella era la única amiga que tenía, sentía que podía ser él mismo cuando estaba con aquella niña que en un principio le desagradaba. Si quería que se quedara, tenía que ser sincero.

—Ump— Freya no esperaba menuda revelación por parte suya —Ya no puedes vivir sin mí, ¿eh?— a ella le parecía más sencillo bromear del tema. No quería que la conversación se volviera incómoda.

—Tampoco es eso— tal declaración no le pudo molestar más —Pff, ¿sabes qué? Vete si quieres, eres una presumida. Si dije que no quería que te fueras, lo hice porque me preocupa lo debilucha que eres, eso es todo— se levantó cruzando los brazos —¿Cómo hacías antes de conocerme? Soy una especie de caballero de reluciente armadura para ti, mientras que tú eres una damiselita perezosa.

—¿Qué dices?— se extrañó arrugando la frente —Oh— lanzó una risotada —Entonces admites que te preocupo.

—¿Qué?— frunció el ceño —¡Otra vez me malinterpretas!

—Está bien, solo por ti me quedaré— suspiró.

—¡Cada cosa que digo, la pones a tu favor! ¡Yo no…!— se quedó en silencio al escuchar las palabras de Freya —¿En serio?— levantó las cejas —Amh, sí. Como sea. 

—«Como sea»— imitó su voz con un tono burlesco.

—Ay, ¡no sueno…!

Se detuvo.

Los vellos del niño se pusieron de punta, cuando, a varios metros de distancia, escuchó el sonido de una flauta sonando. Si su memoria no le fallaba, en la academia le habían enseñado que aquella canción, con una melodía tan suave como envolvente, significaba peligro.

La canción de la muerte.

—Tenemos que irnos— jaló a Freya del brazo, obligándola a seguirlo. Fuera una broma o no, debían escapar lo más rápido posible.

—¡¿Qué pasa?!— la niña no tenía idea de lo que estaba pasando. Frost no era de interés para aquellos sujetos, por lo que nunca había escuchado hablar de lo amenazante que era escuchar su flauta —¡¿Qué hay de las compras?! ¡La señora Vritz…!

—¡No importa, solo corre!

El grupo de guerreros había esperado mucho. Ellos estaban sedientos de sangre y joyas, sus instintos asesinos lo conducían hacia el pueblo con una indiscreción tremenda que, su líder, Therim; les reclamaba porque no cometieran. Detestaba lo impulsivos que eran sus hombres; además de querer dinero y recursos, deseaban divertirse entre la desolación.

El grito de guerra de los veinte guerreros resonó de lejos, llamando la atención de las personas del pueblo que ya se encontraban huyendo tras oír el sonido de aquella flauta que les advertía sobre una muerte inminente. 

Las flautas no estaban prohibidas en el país, pero solo era permitido tocar las canciones que estaban escritas en un panfleto dictado por el propio rey.

Los hombres se adentraron al pueblo con espadas y escudos en manos, sus armaduras no eran tan avanzadas como las que había en Schmetterling, pero sus cuerpos tan resistentes, eran suficientes para sobrevivir al disparo de al menos tres flechas.

La gente de Lym no estaba preparada, aun así, desde que escucharon la canción de la muerte por parte de Romie, los hombres salieron de sus casas con arma en manos en un intento de proteger a sus hijos y esposas que corrían y escondían lo mejor que podían.  La guardia de Lym participó en la lucha por salvaguardar sus tierras, lo más intrigante del hecho era que la brigada que había prometido el dirigente blanco, no daba indicios de aparecer. Nadie tenía idea de dónde se encontraban los soldados especializados del país.

—¡Déjenme a las pelirrojas!— gritó uno de los soldados, en el momento que introdujo su espada en un pueblerino. Su objetivo de misión, era ultrajar a cualquier mujer hermosa que se encontrase. 




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