El viento frío que azotó su rostro

Primer amor, algo inolvidable

Capítulo 10: Primer amor, algo inolvidable

Freya desconocía su pasado.

Ella perdió todos los recuerdos en aquella tormenta de nieve que le arrebató sus padres, no tenía idea de quién era o del rostro de las personas que la trajeron al mundo. Nada más sabía que pertenecía a Frost.

Ese día en que el caballero la salvó y la llevó a su mansión, cuando conoció a Azra y poco a poco se hicieron amigos; ella tomó ese sitio como su hogar, daba lo que sea para no volver a perder a sus seres queridos.

Así que, con total determinación, la joven empuñó el cuchillo. Nunca había agarrado uno como arma, pero tampoco había estado en una situación de vida o muerte.

En el momento que Simuth alzó su espada con el objetivo de asesinar a su amigo, los ojos de la niña se iluminaron, emitiendo un azul mucho más intenso que antes, casi violeta. —¡No!— gritó con todas sus fuerzas, corriendo hacia ellos. Por alguna razón, ella sintió una sensación electrificante que iba desde la mano en la que sujetaba el arma hasta todo su cuerpo.

Freya no era consciente de sí, un extraño instinto de sangre se había apoderado de todo su ser, deseaba terminar con el guerrero que los amenazaba, y para ello, tendría que matarlo. Ella dejó de ser la misma Freya que Azra conocía, se convirtió en algo más, por el bien de ambos.

La niña se abalanzó a Simuth, él se dio cuenta de que algo se acercaba, pero se sorprendió al ver que era la misma jovencita que antes escapó, dejando a su compañero atrás. Él dejó a Azra tirado en el suelo e intentó cortar a Freya, quien lanzando múltiples gritos evitaba cada movimiento con una velocidad bestial.

No era la primera vez que el éstero veía aquellos ojos que estaban dispuestos a dar su vida por asesinarlo, Simuth no creía en la existencia de personas así en Schmetterling, todo era extraño para él. —¡¿Quién eres?!— logró interceptarla, pero en vez de matarla con su espada, él le propició un puñetazo en el rostro para inmovilizarla. La niña cayó al suelo, de donde se levantó, evitando que el hombre la sujetara; ella no sentía pena ni dolor, solo tenía sed de sangre.

Azra abrió los ojos, el joven caballero se horrorizó al ver que su esfuerzo porque Freya escapara no rindió frutos. Él intentaba levantarse del suelo, sin embargo, el golpe que Simuth le había dado, fue tan fuerte que, quizá, le rompió algunas costillas. —F-Freya— titubeó adolorido, un pequeño puñado de sangre salió de sus labios.

—¡Te mataré!— masculló la niña logrando trepar por el cuerpo de su contrincante. Como era poseedora de una corta estatura, y la espalda de Simuth era enorme; por más que lo intentara, el hombre era incapaz de golpearla con su espada.

En un instante dado, Simuth tomó su cabello y lo haló para quitársela de encima. Freya, sin embargo, ancló las uñas en su armadura y sosteniendo fuerte el cuchillo, se lo clavó en el ojo izquierdo.

—¡Ahg!— la desesperación del hombre se escuchó en todo su esplendor. Debido al movimiento brusco, la niña cayó al suelo, y producto al enojo; el guerrero la pateó varias veces, haciendo que rodara la última vez, a varios centímetros de distancia —Maldita hija de Zóis— masculló con todavía el cuchillo en su ojo. Con una furia incontenible, el éstero caminó hacia ella para de una vez por todas matarla.

Azra viendo esto, se arrastró a dónde se encontraba tirada y en un último intento de protegerla, la cubrió con los brazos.

—Dos pájaros en uno— comentó Simuth recogiendo su arma del suelo.

—L-Lo siento— le susurró Freya a su amigo, mientras que varias lágrimas salían de sus ojos.

El sonido de diversos caballos evitó que el guerrero éstero cumpliera su objetivo. Parte de la brigada, que fue prometida por el dirigente blanco, llegó al pueblo. Lo curioso del asunto es que la misma estaba compuesta por mujeres en su totalidad.

Romie fue el primero en ver a la multitud de guerreras con armadura llegando, el joven detuvo el sonido de su canción por varios segundos, hasta que viéndose obligado a continuar, decidió seguir tocando su flauta sin importar qué.

Los hombres, que ya habían acabado con una buena cantidad de pueblerinos, fueron atravesados por las espadas y flechas de las mujeres que los aplastaban con sus inquietantes bestias. Simuth se apartó de los niños, sabía que si se quedaba tendría la batalla perdida por la condición física en la que se encontraba. La vista era el punto débil de cualquier persona, el saqueador no podía ignorar el sangrado que salía de su ojo.

Echándole un último vistazo a Freya, él corrió buscando a su líder. Algunos hombres se enfrentaban a las guerreras, apuñalándoles los caballos para detenerlas; no se iban a dejar amedrentar, habían llegado demasiado lejos como para abandonar el sitio.

Entre las soldados, se encontraba una en particular: Tricia de Orlens. Aquella guerrera que desde muy joven tenía una fama sin igual por sus grandes hazañas, era discípula de Norn, la fundadora de su Orden.

Lo primero que hizo la mujer al llegar al pueblo, no fue atacar como lo estaban haciendo sus compañeras; ella tenía un objetivo en especial que pudo divisar a la distancia, siendo protegido por varios hombres. Ese era Romie, o mejor dicho, uno de los tantos flautistas de Oneiro que ella tanto odiaba. —Te tengo— murmuró dirigiéndose hacia el joven. Ella se hizo paso por los ésteros que lo custodiaban, matándolos a todos con su lanza.

Romie dejó de tocar su canción, su vida era más esencial que todo, así que intentó escapar de la mujer que, saltando de su caballo, aterrizó sobre él. Ambos forcejearon, el guerrero iba a sacar una daga que tenía escondida en su bota cuando ella le plasmó un puñetazo en el rostro con su guante de metal.

Al finalizar la melodía de la flauta, los esteros se dieron cuenta de que tenían la lucha perdida. Lo mejor era darse a la huida; eran más y estaban a caballo, no podían ganarles si, desde un principio, no tenían provisto que alguien los atacaría. Se suponía que el pueblo estaría vulnerable, Therim, el líder; confió demasiado en las palabras de aquel hombre que lo convenció de realizar el ataque a cambio de una buena suma de dinero.




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