Capítulo 16: Chicos grandes
Un gran alboroto sacudió uno de los pueblos de Lym; Enrod, cuando encontraron en la habitación de una de sus posadas, a un hombre joven, asesinado por el corte de la espada de todo un profesional.
La mitad de las personas no paraban de compartir numerosas teorías de cómo el hombre pudo haber terminado así. Uno de los espectadores lo conocía, dijo que se llamaba «Jonely Vans» y que en otras ciudades era perseguido por abusar sexualmente de mujeres de corta edad.
Sus víctimas por fin obtuvieron venganza.
Mientras tanto, en la mansión del caballero, Azra esperaba que Fayle se encontrara a solas para de ese modo confrontarla por lo sucedido en la noche anterior. El chico no dudaba de que la pelirroja supiera de las intenciones del desgraciado, para él, la chica no pudo actuar más mezquina.
—Oye— la detuvo en lo que ella llevaba un cesto de ropa sucia al área de lavado —Quiero hablar contigo.
—Tiene que ver con lo que pasó ayer, ¿verdad?— bajó las cejas. Por más que el cuervo le cayera horrible, jamás sospechó de los planes que tenía para su compañera —¡Le juro por mi vida, que no sabía de las intenciones de ese tipo!— apretó el cesto más fuerte —Fui una estúpida al suponer que un noble se llegaría a interesar en una sirvienta como yo, al menos de una manera sana. La vida no es como en los cuentos de hadas.
La cara de Fayle no se veía cómo la de alguien que fingía arrepentimiento. Azra pudo notar dolor en sus palabras, a ella tampoco le fue bien.
—Tienes que tener más cuidado de las personas con las que te juntas— suspiró. No tenía caso reclamarle por algo que se le salía de las manos.
—¿Usted la ama, cierto?— cuestionó sin tapujos —Siempre se preocupa por ella, Freya es la única que no se ha dado cuenta del modo en que la mira.
—Ella y yo…— tensó el mentón —Solo somos amigos.
—Si usted que es un noble respetado no es correspondido, ¿qué me queda a mí? Ni modo, tal vez quise vivir el sueño por Freya: conquistar el corazón de alguien importante— ese pensamiento fue más para sí misma que para Azra —Si me disculpa, tengo que continuar con mis labores— hizo una reverencia y luego se marchó. Dánica que observaba de lejos, se fue con ella al destino previsto.
Hasta una persona equis se dio cuenta de lo mucho que quería a su amiga.
Azra se preguntaba por la relación de su padre y Freya, sobre cómo él llegó a la conclusión de traerla a la mansión, y de cómo fue que la chica llegó a desarrollar sentimientos por el hombre.
El chico era consciente de lo popular que era Aron con las mujeres, incluso su madre le llegó a platicar de lo mucho que detestaba andar con Aron por la ciudad y que todas quedaran locas por él.
Porque claro, un hombre fuerte y alto como él; con rasgos duros y a la vez atractivos, gozador de una gran reputación de batalla; claro que tendría muchísimas admiradoras.
No obstante, Azra conocía a Freya lo suficiente para saber que la chica veía más allá de lo físico y de su espada. Sabía que la joven no se dejaría vislumbrar por cosas como esas, sino por algo mucho más grande.
El punto era saber cómo competiría con un ser trascendental como Aron Vritz. En el amor, Azra no lo miraba como su papá, sino como el hombre que le robaba el corazón de su amada.
—¿Va a dar uno de sus paseos?— para saberlo, tendría que realizar apuntes mentales sobre todas las características que, posiblemente, a Freya le gustaban de él.
Azra se acercó a su padre, quien sacaba a su caballo de los establos con el propósito de salir como en todas las mañanas. Lo primero que al chico le llamó la atención fue que el hombre no tenía su espada, algo raro considerando que nunca se separaba de ella.
—Buenos días— saludó subiéndose en Nueces —Sí, me iré por una hora o dos— acarició la cabeza del animal —¿Cómo está Freya?
«Atento. Tal vez sea una de las cosas que le gustan de él».
—No se ha querido levantar de la cama— dijo melancólico —No le insistí mucho para no molestarla.
—Le di el día libre para que descanse, será mejor dejarla sola hasta que ella misma decida salir— le dio rienda al caballo.
—¡Espere!— Azra no lo dejaría hasta averiguar qué tenía su padre como para gustarle a Freya —¿No le gustaría que lo acompañe?— propuso sonriendo.
Era poco usual que Aron diera sus acostumbrados paseos con la compañía de otra persona. A él le encantaba disfrutar de la paz que le transmitía montar a caballo. Solo en esos momentos, él podía dejar todas sus aflicciones de lado.
Sin embargo, tampoco podía decirle que no. Azra se iría pronto, por lo que el tiempo juntos se iba a ver reducido significativamente. Después de la academia, la relación con su hijo no iba a ser la misma.
—¿Cómo no querer tu compañía?— dio la vuelta con el caballo.
El joven sonrió haciéndole una seña indicándole que lo esperara por unos minutos. Al cabo de estos, él salió montado en Coco, un caballo marrón y mucho más joven que el de Aron, el cual tenía más de quince años.
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Editado: 12.03.2024