El viento frío que azotó su rostro

Caminos entrelazados

Capítulo 17: Caminos entrelazados

Es bien sabido que el tiempo es relativo, por ende, para Azra que esperaba la carta de la academia, los días transcurrieron como un suero de miel de abeja. 

Marelin estaba que se comía las uñas por la espera, la mujer no paraba de revisar el correo una y otra vez en busca de aquel sobre con el sello de un dragón. Aron también esperaba la carta, no con el mismo entusiasmo que su mujer, pero igualmente se preguntaba por qué tardaba tanto.

«¿Y si lo rechazaron?», se preguntó un montón de veces. 

Por más que el caballero no quisiera que su hijo tomara su mismo camino, tampoco deseaba que este se viera deshonrado como hombre. 

Iba a ser la burla de pasar eso. 

—¡Maldita sea!— gritó Azra blandiendo su espada. El chico la agitaba de un lado a otro, mientras que Freya lo observaba de lejos. Ambos se encontraban en el campo de entrenamiento —¡¿Por qué no la envían?!— la situación ya lo estaba desesperando. 

—Tranquilo— la joven se acercó a él como un intento de calmarlo —Tal vez ocurrió algo y ya la carta está de camino. 

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?— levantó las cejas, creía que estaba solo —No lo entiendes, no soy tan bueno con la espada— golpeó el tronco de un árbol —Nunca seré tan bueno como mi padre. 

—Eres Azra, no Aron— se llevó las manos a la cintura —Si no eres bueno con la espada, entonces usa algo con lo que sí eres bueno— tomó un arco del suelo, este se encontraba sobre una manta junto a varias espadas —Tómalo— se lo pasó, pero este se opuso. 

—El arco y flecha es propio de cobardes incapaces de llevar a cabo un duelo frente a frente. 

—Recuerda lo que te dijo Aron cuando ustedes se enfrentaron: no existen reglas en el campo de batalla. 

—De todos modos, siempre es bueno manejar varias armas. 

—Pero te enfocas en la espada— suspiró observando las armas del suelo. 

Hace tres años, Freya tuvo la ilusión de aprender a luchar con el sueño de convertirse en una dama de acero. Al principio quiso que Azra le enseñara, pero el chico se negó. Además, como sus ganas estaban impulsadas por acompañar a Aron cuando partiera de la mansión, las mismas se vieron disminuidas con el tiempo; pues el hombre nunca se marchó. 

La paz reinaba por los aires, el punto era saber por cuánto. 

La chica se puso de cuclillas y agarró el mango de una de las espadas. Ella hizo varias muecas, no esperaba que pesara tanto. 

—¿Qué haces?— le preguntó Azra arrugando la frente —Suelta eso, podrías lastimarte. 

—Estoy bien— dijo casi sin voz —Solo…— levantó la mitad de esta —¿Por qué no quieres que aprenda a defenderme? 

—Que te defiendas está bien, lo que no me simpatiza es el modo en que quieres hacerlo— Azra no solo se preocupaba por su bienestar, él también tenía motivos egoístas: El primero, no quería que Freya se convirtiera en una dama de acero porque le quitaría la oportunidad de casarse, y la segunda, porque el chico estaba seguro de que lo hacía por su padre. 

Desde antes de sospechar que su amiga estaba enamorada de Aron, el joven ya sentía celos de su cercanía con él. 

—No he dejado mi sueño de lado— protestó levantando el arma por fin. Ella lo hizo por varios segundos hasta que no pudo más y esta cayó anclada en la hierba —¡¿Por qué pesa tanto?!— reprochó enojada —¿Qué tanta fuerza tienes que puedes cagarla fácilmente? 

—Soy un hombre— alardeó con una sonrisa. 

—Tsh, por favor— rodó los ojos —La grandiosa Tricia de Orlens es una mujer y la mejor espadachina del mundo, no por nada es la líder de las damas de acero— ahora era Azra el que rodaba los ojos —Sé que muy pronto se convertirá en una legendaria como Aron. 

—¿Cómo quién?— levantó la ceja —Está bien que la admires, pero tampoco exageres. Los niños del otro lado del mundo escuchan historias sobre mi padre— le tomó la espada —Esta cosa es demasiado pesada para ti, considera tomar una que sea proporcional a tu tamaño y destreza. 

—¿Me estás aconsejando?— cuestionó sorprendida. Freya miró las demás espadas, tomando una más pequeña y con la hoja mucho más fina que la primera que agarró —Esta es más liviana— la levantó, pero aun así no tenía buen equilibrio; ella no evitaba tambalear al tenerla en manos. 

—Eres avariciosa por naturaleza, quieres correr cuando no puedes gatear— se encogió de hombros —Seré sincero contigo, no me agrada que quieras ser una dama de acero, ni mucho menos me gusta la idea de que escojas entre mi padre y yo— confesó en voz baja. 

—¿Por qué tendría que escoger entre ambos?— clavó la espada en el suelo. 

—¿Recuerdas lo que hablamos ese día? ¿Cuando los ésteros nos atacaron? 

«Si a mi padre lo llegaran a mandar al otro lado del país para siempre. Tú… ¿te irías de la mansión?». 

«Solo que… Emh, no quiero que te vayas». 

«Está bien, solo por ti me quedaré». 

—¿Hablas de nuestra promesa? 

—Sí— suspiró —Siento que, en un momento dado, vas a tener que decidir entre mi padre y yo; siento que lo elegirás a él sobre mí.




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