Es él. De nuevo. Me concentro en que mi caminar no demuestre inquietud hasta doblar en la esquina de la manzana, y apuro el paso una vez allí. No quiero que me note asustada, aunque lo estoy. Tampoco debo dejar que se acerque mucho a la entrada de mi casa, tengo que perderme entre la gente. A los metros veo un bar con mucha gente dentro, comienzo a caminar a paso calmado y lo más relajada posible, y cuando llego a la puerta, entro tranquilamente.
—¡Hola! ¿Podría entrar al baño? —pregunté al empleado que servía en la barra.
—Solo si consumes algo, linda —dijo con poca gracia.
—Bueno, ¿una cerveza puede ser?
Luego de pagar le hago una seña para indicar que voy al baño primero. Gracias a dios que el baño estaba en un pasillo conectando tanto la cocina como la puerta trasera, ésta daba a la calle perpendicular de donde antes me encontraba. No había forma de que él me viera salir.
Una vez afuera miré a todas las direcciones por si acaso y, cuando me aseguré de no ver a nadie corrí tan rápido como pude en dirección a mi edificio que estaba siguiendo recto por esa calle. Cuando me acerqué lo suficiente, alcé mi mirada a la gran edificación del complejo de apartamentos donde vivía. Subí los pequeños escalones hacia la puerta y entré rápidamente cerrando la puerta justo detrás de mí. Por último, subí las escaleras al trote y me dejé caer cuando cerré la puerta de entrada de mi casa. No pude relajarme demasiado, tenía que ver que todo esté en su lugar, que ninguna puerta o ventana esté rota o forcejeada. Cuando las luces estuvieron prendidas y todo se veía en orden ahí sí, me dejé soltar un gran suspiro de alivio.
Me di cuenta que alguien me estaba siguiendo hace algunos días. Casi dos semanas para ser exactos. Era martes y salía del supermercado luego de la hora del almuerzo, temprano en la tarde, esa hora en que los ancianos duermen la siesta y los adultos vuelven a sus casas luego de la jornada laboral, o al trabajo luego del almuerzo. Los niños del turno mañana ya se encuentran en sus casas y los niños del turno tarde están sentados oyendo a sus maestros. Yo era la única caminando por esa calle desolada, o eso pensé, hasta que escuché unos pasos pesados y firmes, que caminaban rítmicos a unos metros de mi persona. Luego de unas cuadras de escuchar las pisadas, divertida, quise ver quien era la persona que transitaba el mismo recorrido que yo, pero al girar no vi a nadie, algo extrañada seguí mi camino pero a los momentos volví a escucharlos, giré nuevamente apenas los oí, pero no había nadie allí. Dejé de intentarlo y seguí mi camino, aunque algo más preocupada que divertida que antes. Al llegar a la última cuadra que separaba mi departamento de donde yo estaba, veo que Héctor, el frutero de la cuadra, está acomodando nueva mercadería en sus estantes de fuera, así que me acerco para comprar un poco y saludarlo, aunque él se me adelanta.
—Dahlia, tengo unas ciruelas recién llegadas, ¿te pongo unas cuantas?
Antes de irme de la frutería con una bolsa llena de frutas miré para todos lados por si veía a alguien, me quedé más tranquila al no ver a nadie, parece ser que quien sea que haya sido siguió su camino. Volví a casa más tranquila.
Pensando ya en casa, se me ocurrió que podría ser mi ex novio, Alejo, cuando terminé la relación hace un mes no quedó muy contento, él quería algo más serio y yo no busco mantener ningún compromiso. Aún así no le di más vueltas al asunto.
Al par de días, salía de la escuela donde trabajo muy contenta, ya que la directora nos había obsequiado a todos los maestros y a mí una invitación a una exposición de arte para el próximo fin de semana. Era algo exclusivo por ser los primeros días de exposición, así que sería un evento elegante y privado. Se me borró la sonrisa al escuchar nuevamente las pisadas tras de mí. Freno de golpe y me giro a los segundos, vuelvo unos pasos sobre el camino pero no veo a nadie. Ésta vez la calle está más transitada. Vuelvo a retomar el camino, «estaré siendo algo paranoica» me digo. No volví a ver nada extraño, y regresé a casa pensando qué me pondría para ir al museo el otro fin de semana.
La tercera vez que sucedió supe que no era paranoia. Comenzaba a cansarme la situación pero no quería darle importancia a un ´loco´ en la calle. Algo que me tenía preocupada era el hecho que la persona conociera mi lugar de trabajo; si era así, pensé entonces, podría ser el padre de mi alumno Nahuel, éste me amenazó hace unos días por haber reprobado a su hijo en un examen. Fuera quien fuera no quería que supiera donde vivo, así que apenas tuve oportunidad entré a una tienda que resultó ser de antigüedades. Iba a quedarme ahí unos minutos hasta que se canse y se marche.
Agradezco haber entrado, ya que encontré unos hermosos aretes de piedras de nácar de color blanco que quedarían hermosas en mi salida del sábado. Los compré y cuando terminaba de pagar apareció como un ángel entrando por la puerta:
—¡Aurel! —dije contenta.
—¡Dahlia! ¡Hola! Cuánto tiempo sin verte —contestó Aurel igual de contento y sorprendido.
Aurel es el mejor amigo de mi hermano. Pasaba mucho tiempo en casa durante los años de secundaria, luego se fue a la universidad y lo dejé de ver.
—Que alegría verte después de tanto tiempo —dije alegre.
—¡Es verdad! El fin de semana estuve con Elmer y tus padres, cenamos después de mucho tiempo.
—Como en los viejos tiempos —comenté y ambos reímos. —Oye y, ¿qué te trae a esta tienda de antigüedades? —Pregunté curiosa.
Editado: 02.06.2025