Luis tenía veintiocho años, vivía en un apartamento chiquito en zona 10 de Ciudad de Guatemala y trabajaba como community manager freelance para marcas de ropa rápida que nadie iba a recordar en dos años. Su vida era puro scroll infinito: TikTok, Twitter o mejor conocido hoy en día como X, Noveltoon, Webnovel, Dreame, y vuelta a empezar. Le gustaban las novelas Omegaverse porque eran exageradas, dramáticas, llenas de feromonas, celos imposibles y hombres que parecían salidos de un gimnasio olímpico. Pero sobre todo le gustaban porque siempre ganaba el omega lindo que sufría bonito.
Y entonces leyó Obsesión Prohibida: El Delta y su Luna.
La sinopsis parecía perfecta: un delta frío y ambicioso, un omega actor humilde y talentoso, y un villano omega rico, guapísimo y completamente idiota llamado Zen que lo arruinaba todo por puro capricho. Luis llegó al capítulo 87 —el de la muerte miserable de Zen— un jueves a las 3:17 de la mañana, con una bolsa de Takis Fuego en una mano y el celular en la otra.
Y explotó.
—¿QUÉ ES ESTA MIERDA? —gritó tan fuerte que la vecina de arriba golpeó el piso con una escoba.
Zen acababa de ser expulsado de la mansión familiar, desheredado, sin un centavo, con el cabello verde (¡VERDE!) ahora sucio y enredado, llorando en una calle de Los Ángeles mientras llovía porque el autor evidentemente odiaba la felicidad. Y luego, la cereza del pastel: Zen, hambriento, intenta robar comida en un 7-Eleven, el cajero lo reconoce por los titulares (“Hijo del alcalde intenta sabotear carrera de actor por celos”), lo graban, se viraliza, alguien lo empuja, cae mal, se golpea la cabeza contra el borde del congelador de Slurpees y muere desangrado mientras el video llega a 40 millones de vistas.
Luis tiró el celular contra la pared. Rebotó. Lo recogió. Abrió la sección de comentarios y escribió la reseña más larga y venenosa de su vida:
“Autor, te odio con mi alma. Zen tenía TODO: cara de modelo, dinero, poder, olor a durazno con vainilla que vuelve locos a los alfas y deltas, cabello verde natural (¡NATURAL!), y lo conviertes en un simio con feromonas. ¿En serio? ¿Por un delta frío cómo la Antártida? ¿Y el omega actor ese que parece de comercial de shampoo barato termina ganando? Zen merecía redención, merecía ser el prota, merecía que alguien con DOS neuronas siquiera tomara el control de su vida y conquistara a Agares como se debe: con clase, con inteligencia, con estrategia, no lloriqueando y contratando hackers de pacotilla. Ojalá yo pudiera meterme en esa novela y arreglar esta porquería. Le daría a Agares lo que realmente quiere: un omega que no se arrodille… sino que lo haga arrodillarse a ÉL. 0 estrellas. Me voy a suicidar de la rabia.”
Publicó.
Y entonces sintió el pinchazo.
Primero en la sien izquierda. Como si alguien le hubiera clavado un clavo caliente. Intentó levantarse para buscar una pastilla, pero las piernas no le respondieron. El celular se le cayó al piso. La pantalla seguía encendida mostrando su propia reseña.
“Qué dramático sos, Luis”, pensó, y se rio. Se rio hasta que la risa se convirtió en tos, y la tos en ahogo, y el ahogo en un silencio negro que lo tragó entero.
No sintió dolor. Solo una explosión dentro del cráneo, como si todos los insultos que había escrito se hubieran hecho reales y le hubieran reventado el cerebro desde adentro.
Murió con el sabor de Takis Fuego en la lengua y la certeza absoluta de que el universo era injusto.
Y luego… despertó.
Lo primero que notó fue el olor.
No era el olor a humedad y cigarro viejo de su apartamento. Era… durazno maduro, vainilla caliente, un toque de cítricos y algo más profundo, algo que hacía que su propia piel se le antojara comestible. Abrió los ojos.
Techo alto, lámparas de cristal, cortinas de seda color esmeralda. Una cama que parecía un campo de fútbol de tan grande. Y su cuerpo… no era su cuerpo.
Manos finas, uñas perfectas con manicure francés, piel pálida sin una sola marca de acné ni cicatriz de varicela. Se incorporó de golpe y se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía enfrente.
Cabello verde.
Verde esmeralda, largo hasta la cintura, brillante, sedoso, absolutamente irreal y absolutamente natural.
Y la cara… Dios mío, la cara.
Pómulos altos, ojos grandes color miel con pestañas que parecían falsas pero no lo eran, labios carnosos, nariz perfecta. Era tan hermoso que le dio vergüenza mirarse.
—Puta madre… —susurró, y la voz salió suave, seductora, con un timbre que parecía hecho para susurrar cosas sucias al oído.
Se tapó la boca.
Era la voz de Zen.
Era Zen.
Se levantó de la cama tambaleándose, las piernas largas y delgadas respondían perfectamente. Llevaba solo un camisón de seda negro que le llegaba a medio musillo y marcaba cada curva de un cuerpo que claramente hacía yoga, pilates y se alimentaba de ensaladas y agua con limón.
Caminó hasta el espejo y se tocó la cara.
—Esto no está pasando. Esto no está pasando.
Pero sí estaba pasando.
Recordaba perfectamente la novela. Estaba en el cuerpo de Zen… ¿en qué momento de la novela?
Miró alrededor. El cuarto era enorme, minimalista, con tonos negros y dorados. Había un escritorio con una MacBook Pro, un iPhone 16 Pro Max (¿ya salía el 16? bueno, era una novela, qué importa), y una agenda de cuero con el logo de la empresa familiar.
Abrió el celular con el típico Face id (funcionó, obvio). La fecha: 14 de marzo de 2024.
¡Estaba al principio!
En la novela, Zen conoce a Agares por primera vez en una gala benéfica el 20 de marzo. Todavía tenía tiempo. Todavía no había hecho ninguna locura. Todavía no había saboteado al omega actor (que en este punto ni siquiera había debutado). Todavía era el omega dominante más codiciado de California, hijo del alcalde, dueño del 40% de las empresas tecnológicas del estado.
Luis —no, Zen ahora— se miró en el espejo y sonrió con una lentitud peligrosa.