El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 12 – Parte 3

  —Eso que has dicho ha sido muy cruel, Alexia —se molestó Anabelle.

  —¿Cruel? El comportamiento de Leo sí que es cruel. El profesor Zarco, a su lado, es un ángel.

  —¿No crees que exageras un poco? —opinó Celia.

  —¿Exagerar? Siempre está de mal humor, se vuelve agresivo cuando no consigue lo que quiere, su paciencia roza la escasez y siempre cree tener el control de todo lo que le rodea. Si fuera un Swarzof, lo aceptaría, pero un Leozwort jamás se comportaría de ese modo.

  —Con las mujeres le falla ese control —puntualizó Anabelle.

  —Por eso he dicho que cree tener el control, no que lo tiene.

  —Crea o no crea, tienes que admitir que no le teme a nada. Es de las pocas almas blancas que demuestran una firme decisión.

  —Tan firme como lo simpático que es cuando alguien le dirige la palabra.

  —Lo admito. No es nada simpático y siempre está de mal humor, pero algún motivo tendrá.

  —Ya estás de nuevo justificándole.

  —Y tú de nuevo juzgando a alguien sin tener todos los detalles.

  Nathaly se sorprendió. ¿Cómo habían llegado a hacerse amigas esas dos? Lo más extraño es que, cuando Alexia miró a Anabelle con la misma antipatía que Leo solía demostrar, Anabelle le sonrió con ternura. Fue muy lindo que, en cuestión de segundos, Alexia terminara derritiéndose ante su amiga.

  —No me puedo enfadar contigo. —La achuchó y le plantó un beso en la mejilla—. Eres una dulzura.

  —Gracias.

  —¿Por qué no eres mi alma gemela? Tendrías que haber sido chico.

  Menos mal que Tom le aclaró tiempo atrás que jamás había oído de ningún caso en el que dos mujeres o dos hombres formaran una pareja, y menos mal que lo confundió con la amistad, no indagando más en el tema. Su tío Zarco y la señorita Moony se lo confirmaron después: en su mundo no existía la homosexualidad. Cuando Nathaly les explicó que sí existía entre los humanos, entre otras formas de amar más, les resultó más curioso que ilógico, y no entendían que otros humanos rechazan a esos humanos solo por querer a alguien de su mismo sexo. A fin de cuentas, el amor era el amor. ¿Qué diferencia había entre amar al sexo opuesto, al mismo, a tu compañero peludo o a la madre naturaleza? Ninguna, salvo la intensidad y la prioridad que le dabas a cada uno dentro de tu corazón.

  —¿De qué serviría que hubiera sido chico en vez de chica? Yo no soy Bryan —dijo Anabelle con picardía.

  —No me hables de ese impresentable.

  Anabelle se echó a reír con disimulo.

  —¿Habéis discutido? —preguntó Celia.

  —¿Discutir? Si se le hubiera ocurrido discutirme, lo hubiera tirado de cabeza al estanque que hay en el jardín este de Zhorton.

  —No lo hubieras hecho —dijo Anabelle.

  —Sí que lo hubiera hecho —replicó.

  —Alexia —habló un chico alto tras ellas.

  Alexia palideció y se giró de inmediato.

  —Bryan —le tembló la voz—. ¿Qué haces aquí?

  —Te estaba buscando —contestó, sacando una rosa roja que mantenía oculta tras su espalda. Ofreciéndosela, Alexia la tomó y se deleitó con su olor—. Perdóname por lo de ayer. Tuve que... —se quedó sin palabras cuando Alexia se abalanzó a su cuello y le dio un beso en la mejilla.

  —Me debes una cita.

  Bryan sonrió con ternura.

  —¿Puedo compensarte con un adelanto antes de fijar nueva fecha?

  —¿Adelanto? —no entendió Alexia.

  —Chicas, con vuestro permiso —les dijo a las demás. Levantando a Alexia en brazos, dio media vuelta.

  —Que os divirtáis —los despidió Anabelle, mientras Alexia las miraba perpleja.

  —No me importaría encontrar a un Swarzof como él —comentó Celia con una ilusionada sonrisa.

  —¿A ti también te parece adorable?

  —Tiene ascendencia de Zarswok, ¿a que sí?

  —Sí. Y un buen puñado de consejos míos. Alexia no es muy fácil de tratar. En el fondo es una verdadera Leozwort.

  —¿Noble y fiel? —preguntó Nathaly.

  —Sí, eso también, pero yo me refería más bien a orgullosa y fácil de enfadar.

  —Las maravillas que hace el amor —suspiró Celia.

  —¿A que sí? —Sonrió Anabelle de oreja a oreja—. Por eso es lo más hermoso que tenemos.

  —Pues a ver cuándo se digna a aparecer el amor para Leo, porque no le vendría nada mal recibir un poco.

  —Eso lo veo muy difícil, la verdad.

  —¿Por qué? —preguntó Nathaly.

  —Es muy indiferente a cualquier sentimiento. Ni la escena más triste de todas le haría llorar. Y ya ni hablar de sentir pena por la persona que lo está pasando mal.

  —A lo mejor lo siente y no lo expresa —planteó Celia—. Su expresión siempre es de una seriedad absoluta. ¿Quién sabe lo que se le puede estar pasando por la mente?

  —También es verdad. Nadie sabe lo que piensa o siente. Sus contestaciones casi siempre son absurdas o fuera de lugar.

  —¿Y no vamos a nombrar una sola cosa buena de él? —comentó Nathaly, curiosa por saber qué responderían al respecto.

  —¿Una buena? —saltó Celia, escéptica.

  —Tiene una —dijo Anabelle—. Su magia. Es muy poderosa.

  —Eso es porque es el heredero de Leozwort.

  —Lo único negativo es que con los hechizos más poderosos no puede evitar perder el control —añadió concentrada.

  A Nathaly le extrañó oír eso. ¿Leo, perdiendo el control con la magia? ¡Si se le daba muy bien!

  —No estarás hablando en serio, ¿verdad? —dijo Celia—. Porque no estamos hablando de un alma blanca cualquiera.

  —Lo vi con mis propios ojos el año pasado, un día que estaba entrenando con el director en el jardín del tercer piso.

  —¿Lo estabas observando?

  —Sí... Admito que yo también caí en su encanto —comentó, nada orgullosa de ello.

  —Perdonad mi ignorancia, pero... —Nathaly se armó de valor y le preguntó a Anabelle—: ¿A qué te refieres cuando dices que caíste en su encanto? Si no es impertinencia preguntar, claro.




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