El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 24 - Parte 2

  Negándose a ceder ante los caprichos de su don, Leo cerró los ojos, respiró hondo y se centró en callarlo. El muy descarado le estaba intentando empujar a hacer algo que no quería hacer, porque sabía, al igual que él, que estaba listo para aceptar una mayor cantidad de magia. Cantidad que, si absorbía de golpe, no le perjudicaría en absoluto.

  —Malditos sentimientos —protestó por lo bajo, al no conseguirlo—. ¿Por qué tienen que ser así de dulces y suaves?

  Levantándose, Leo cogió a Nathaly en brazos y la llevó a su habitación. Sabía que no era bien visto, que no era lo correcto, pero no lograría absorber todo el exceso de una sola vez, y no se iba a arriesgar a que Zarco los encontrara juntos en la misma habitación. Una razón de peso más que suficiente. La segunda era Moony. Se pondría histérica si fuera ella quien los descubriera, sobre todo con Nathaly inconsciente.

  Leo dejó a Nathaly boca arriba en su cama y se sentó a su lado. Tomó su mano, le ladeó el rostro hacia la izquierda, buscó en su cuello el flujo de magia más grueso y, una vez que lo localizó, se inclinó hacia ella. En cuanto posó los labios en su piel, todo un sinfín de caminos que explorar se expandieron ante él: cálidos, como la luz del sol en un día primaveral; suaves, como el más delicado algodón; tentadores, como la mejor de las caricias; apetitosos, como el mejor de los manjares.

  Leo perdió toda la razón en un mísero segundo. La sed, el hambre y la necesidad de más lo empujaron a engancharse a ella con un suave mordisco, el cual provocó que Nathaly gimiera de dolor y se retorciera de incomodidad.

  «Aguanta».

  Nathaly abrió los ojos de golpe, despertando de la pesadilla en la que la sombra que dijo esa incoherente palabra sujetaba sus brazos con fuerza mientras le propinaba un doloroso mordisco en el cuello. Incorporándose en la cama, se abrazó a sí misma del miedo. Al ver que estaba en su habitación, que era de día y que no había nadie frente a ella, cerró los ojos con calma y se frotó el cuello con la mano.

  Nathaly miró su reloj. Por primera vez se despertaba quince minutos antes de la hora a la que debería despertarse, y eso le arrancó una pequeña sonrisa forzada. «Al menos una pesadilla que no me hará llegar tarde a clase», pensó, mientras se frotaba los ojos con las manos. Cuando su mente intentó hacer memoria de lo último que sucedió, su cuerpo se sobrecogió. ¡No lo recordaba!

  —A ver, ve paso por paso —se dijo a sí misma, en un susurro casi imperceptible.

  Recordó que se había despertado de madrugada. Era de noche. Le costó levantarse. Bien, ¿y después? Nathaly levantó la vista y se fijó en la cornisa de la puerta, pues era lo siguiente que recordaba. Después...

  Sus pensamientos se esfumaron en cuanto su vista captó algo inusual: más a la izquierda, en la pared que había sobre el escritorio, había decenas de cuadraditos de colores enmarcados por un borde blanco. ¿Recordatorios? ¿Quién los había puesto ahí? Un momento. Su estantería en la pared no estaba, y el escritorio que había debajo de los recordatorios no era su escritorio. Tampoco el edredón de su cama, que, en lugar de ser blanco, era de color azul zafiro.

  Antes de que sus pensamientos concluyeran, Nathaly se asustó en cuanto vio las piernas de alguien sobre la cama. Al girar la cabeza y ver el rostro del extraño, se sacudió de la impresión. ¿Leo? Oh, no. Esa no era su habitación. ¡Era la de Leo! Entonces la había traído él, ¿no? ¿No?

  Nathaly entró en pánico al no obtener respuesta alguna de su mente, por lo que tomó con rapidez el control de sí misma para calmar a su agitado interior antes de que fuera a más. Lo que menos quería era que Leo se despertara, y no por temor a su reacción. Si él la había traído, no había de qué preocuparse, pero, si no lo había hecho y la veía allí, ni quería imaginarse lo que pasaría después, pues las normas de su raza eran muy estrictas en cuanto a las relaciones entre un hombre y una mujer. «No, espera —saltó en su mente—. Aunque Leo me haya traído, ¡es mucho peor si alguien nos descubre! Tengo que marcharme cuanto antes de aquí».

  Clavando la mirada en el rostro de Leo, Nathaly gateó hacia atrás con cautela y se bajó de la cama. En cuanto se puso a buscar sus zapatillas, se dio cuenta de que no estaban. «¿Quizá se encuentran al otro lado de la cama?». Viendo riesgoso quedarse allí por más tiempo, se olvidó de ellas y se puso en marcha hacia la puerta. Justo cuando pasó por delante de los recordatorios, la tentación de verlos la hizo pararse de sopetón. «No. Tengo que irme ya», se dijo a sí misma con decisión, mientras evitaba mirarlos.

  Un sentimiento de necesidad y emoción ascendió en su interior, causando que se mordiera el labio inferior. ¿Y si eran los suyos? Temiendo que sus sentimientos pudieran despertar a Leo, se fijó en él mientras se llevaba la mano al pecho. Al ver que seguía durmiendo, se tranquilizó y tomó una decisión.

  Con una sonrisa imposible de borrar, Nathaly se giró y posó la vista en un recordatorio al azar. Verse con esa gran margarita entre las manos cuando ellos eran pequeños la hizo sonreír, y verse con su tío Zarco en el jardín delantero de su casa amplió su sonrisa aún más.

  Pasando al siguiente con la promesa de marcharse después, a Nathaly le fue imposible parar. Uno a uno, y terminando con el último que le faltaba por ver, comprobó que todos sus recordatorios estaban allí. ¡Y en perfecto estado!

  Al escuchar un pequeño y corto ruido a sus espaldas, Nathaly se giró, encontrándose a Leo sentado en la cama con un sueño más que notable en él. Con la mano derecha sostenía el peso de su cuerpo, mientras que con la izquierda se frotaba el rostro con intensa pereza. Y sí, debía haber aprovechado para irse con cualquier excusa, pero el mágico y feliz sentimiento que la estaba embargando hizo que se subiera a la cama y lo abrazara con emoción.




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