El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 25 – Parte 2

  El sagrado vínculo del matrimonio era el más poderoso y hermoso de todos los vínculos. Los que pertenecían a las razas mágicas no eran los únicos que lo contraían, y cada raza tenía su ritual y sus conexiones. Eso sí, todas coincidían en lo mismo: una vez contraído, era para siempre, algo que a Nathaly no le gustaba en absoluto.

  —¿Es que en nuestro mundo no existe el volver a enamorarse? —preguntó con fastidio.

  —¿Y de quién pretendes enamorarte tras la muerte de tu alma gemela? —contestó Leo—. ¿Acaso no sabes lo que significa alma gemela?

  —Sí que lo sé, y es la mayor estupidez que he oído en mi vida.

  —Es la realidad. Y estupidez no existe. No vuelvas a nombrar esa palabra.

  —¿Cómo va a ser real que dos personas fueran una sola antes de nacer? Y ya ni hablemos sobre eso de que la muerte de uno de ellos arrastra al otro tarde o temprano. ¡Es que no tiene sentido!

  —No hay otra realidad. Nacemos, crecemos, nos enamoramos, nos unimos con nuestra alma gemela y…

  —Que sí, que sí, que no hace falta que sigas. Los humanos nombran algo parecido para dar sentido a su existencia. Además, si lo de las almas gemelas fuese cierto, el gobernador debería haber muerto hace tiempo.

  —El gobernador es una excepción porque no recuerda a su mujer.

  —¿Y qué me dices de tu padre?

  Leo la miró un instante con duda, pero su vínculo no tardó en revelarle información. Como ella ya sabía que su madre había muerto hace años, no vio problema alguno en contestar.

  —Él solo se aferra a la absurda idea de que sigue viva.

  —¿Puede estar viva? —le sorprendió la noticia.

  —No. Y no preguntes sobre eso porque no pienso hablarte de la época olvidada.

  Nathaly se frustró. Pero ¿qué le iba a hacer? No quería acabar inconsciente de por vida. Todo el mundo sabía lo que había sucedido en esa época, así que ella no podía ser la excepción.

  —Por cierto, Leo, con la unión entre almas os referís a la intimidad de una pareja, ¿no?

  —Sí.

  —¿Y por qué no se les cuenta a las mujeres cómo es?

  —Que tú sepas lo que tienen que hacer los humanos para reproducirse no tiene nada que ver con nosotros.

  —¿Es completamente distinto? No puede ser. Eso no tendría sentido. También tenemos que heredar cómo… bueno… ya sabes… ¿no?

  —Nathaly, no voy a debatir contigo en qué se parece nuestra forma de intimar a la de los humanos, porque sería como hablar de un humano refiriéndose solo a su esqueleto. Y un humano no se compone solo de huesos, ¿verdad?

  —No…

  —Pues hasta aquí llega tu curiosidad. Con que sepas que se realiza en la noche de bodas y en los posteriores días a ese según las necesidades de ambas partes es más que suficiente.

  Nathaly puso mala cara. Eso sonaba tan frío y soso…

  —¿Y solo porque soy mujer nadie me va a explicar cómo nos reproducimos?

  —La reproducción de las razas mágicas no depende de nosotros.

  —¿Cómo que no? —saltó ante semejante absurdez.

  —Eso es cosa del destino. Y tal vez del profundo y mutuo deseo de tener un hijo —añadió Leo, al recordar las palabras de su padre.

  —Sí, claro, ¿y qué más? En serio, no tiene ni pies ni cabeza. Si no fuera porque leí que la decisión de que nadie nos explicara cómo nos reproducimos fue impuesta por las mujeres, esto sería machismo.

  —El machismo y el feminismo no existen en nuestro mundo. Solo el equilibrio necesario y adecuado.

  —¿Y tú estás de acuerdo con que no se nos diga nada?

  —La primera pregunta que le planteé al gobernador tras explicármelo todo es por qué no se os debía decir nada. Su respuesta fue simple: las mujeres son las únicas que, al principio del ritual, no se dejan llevar.

  —¿Cómo que no nos dejamos llevar? —le sonó extraño.

  —Acabáis presas del pánico por el conocimiento de lo que ocurrirá, y también por la sensación de falta de control. A nosotros, en cambio, nos sucede todo lo contrario.

  —¿Por qué?

  —Porque así es como funciona el ritual por primera vez. Alguien tiene que llevar la voz cantante, ¿no?

  —¿Y consideráis un ritual intimar?

  —Así es. El gobernador no lo recuerda, pero mi padre dice que es lo más hermoso que ha experimentado jamás. Las primeras veces resultan salvajes, pero luego se vuelve más natural, variado e intenso, dependiendo de los sentimientos y del tiempo que pase entre ritual y ritual.

  Nathaly levantó una ceja y entreabrió la boca. ¿Salvaje? A saber qué es lo que hacían ellos en comparación con los humanos. Al menos esperaba que no fueran de gustos extraños y retorcidos, porque si era así, no pensaba casarse nunca.

  —¿Y por qué fue el gobernador el que te habló sobre eso?

  —Mi padre lo intentó, pero, nada más empezar, se echó a llorar. Por eso el gobernador se ocupó de ello en su lugar.

  —¿Y por qué se echó a llorar? ¡Ah, ya entiendo! Se acordaba de tu madre, ¿verdad?

  —Sí —contestó agotado—. Es insoportable cuando entra en esa espiral.

  —No digas eso, Leo. Es normal que la eche de menos si todavía la ama. Y al mismo tiempo es muy triste —añadió apenada.

  —¿Ya te has terminado ese libro? Pues distráete con otro —dijo Leo enseguida—. Pronto será la hora de comer.

  Leo se concentró de nuevo en su lectura, un libro viejo y desgastado que trataba sobre la anatomía del alma blanca humana. Nathaly no tardó en darse por vencida; apartó a un lado el libro que hablaba sobre los vínculos y echó un vistazo a los que Leo había apilado sobre la mesa.

  Posando su atención en uno que se titulaba El alma de un alma blanca: conexiones y funcionamiento, Nathaly lo cogió y comenzó a leer. Sin darse ni cuenta, pronto empezó a acelerar la lectura. ¡Lo estaba entendiendo todo!

  —Leo, tú no has establecido ninguna conexión entre nosotros, ¿no?




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