El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 1 - Los secretos del baúl.

  ¿Alguna vez habéis sentido que no encajáis en la vida? Y no me refiero a un lugar o a un momento en concreto, sino a no encajar entre tu propia especie: los humanos. ¿Qué podría ser peor? Pues que sientas que solo encajas en casa, a pesar de tener una tía que te odia y que hace cosas muy extrañas.

  Definamos extrañas. ¿Vuestra familia tiene una piscina en el patio trasero que no usa nada más que para mantenerla llena de flores de loto? ¿Tiene rodeado el exterior de la casa por hortensias azules, moradas y rosas? ¿Hay cactus en el alféizar de cada ventana existente en la planta baja? ¿Soléis usar las velas para no encender la luz a partir de las diez? En casa de Nathaly, sí.

  —¡Nathaly, vete a dormir de una vez! —gritó Sara desde abajo.

  Se notaba que su tía estaba bastante enojada, algo habitual cuando Nathaly tenía la luz de su habitación encendida hasta tarde. Pero todavía no eran las diez, ¿no?

  Nathaly miró la hora en su reloj de pulsera, lo único que había heredado de su madre y lo único que su tía estuvo a punto de tirar a la basura. Menos mal que, cuando lo encontró en un cajón del salón hace casi un año, logró convencerla para quedárselo.

  —¿Ya son las diez y tres minutos? —saltó perpleja.

  —¡Nathaly! —gritó Sara, más furiosa que antes.

  —¡Lo siento, tía Sara! ¡Ahora mismo apago la luz!

  Nathaly no tenía inconveniente en seguir las normas de su tía e irse a dormir temprano, pero no podía dejar pendiente para otro día lo que hoy estaba estudiando. Mañana tenía un examen a primera hora y todavía no había terminado. ¡Y no era culpa suya! Bueno, en parte sí, porque de nuevo permitió que días atrás unas compañeras la engañaran.

  Suspirando y sintiéndose como una tonta por volver a confiar en la gente, Nathaly fue hacia su escritorio para sacar del primer cajón una vela y un paquete de cerillas. No sabía si era una obsesión de su tía o una costumbre muy arraigada, pero en cada cajón de su casa siempre había, como mínimo, un par de cada. Cuando preguntó el porqué, su tía solo le dijo que así era más romántico. Tiempo después entendió que su respuesta solo fue dicha con sarcasmo.

  —¡Nathaly! —la sobresaltó el furioso grito de su tía, segundos después de apagar la luz—. ¡Te he dicho que te vayas a dormir!

  —¡Sí, tía! —contestó—. ¡Me cambio y me meto en la cama ahora mismo!

  —¡Más te vale! —exclamó Sara, que volvió a apartar la cortina de la cocina lo justo y necesario para seguir revisando el exterior—. No puedo creer que esta niña esté pensando en estudiar a estas horas de la noche.

  Nathaly miró el libro de ciencias que dejó sobre la cama, dudando en si cambiarse ahora o después. En cuanto recordó que su tía olía su desobediencia a kilómetros de distancia, no se lo pensó más: cogió la vela por los lados, se dirigió hacia el armario y, dejando la vela en el suelo, tomó los pequeños y redondos pomos de las puertas para abrir el armario de par en par. Al encontrarse una de sus camisas tirada encima de lo único que quedaba de su pasado, se extrañó. ¿Cómo había acabado encima de su baúl? Seguro que debió descolgarse de la percha por la mañana, al tomar aprisa la ropa que decidió ponerse ese día.

  Extendiendo el brazo, Nathaly cogió la prenda, pero, en cuanto tiró de ella, se dio cuenta de que estaba enganchada con la parte central de la chapa decorativa de oro y plata que se extendía a lo largo del borde de la tapa. Poniéndose en cuclillas, le echó un vistazo minucioso, dando enseguida con el punto exacto: los dientes de un dragón que, entre su cuerpo, protegía una esfera perlada del tamaño de una canica.

  Desplazando la vela a un lado, Nathaly se lo tomó con calma. Maniobró con cuidado para no romper los hilos, pero, por desgracia, no iba a ser tan fácil como pensó.

  —Por fin.

  En ese instante, Nathaly perdió el equilibrio. Reaccionando más rápido de lo que nunca lo hizo, apoyó su mano derecha en la tapa del baúl, consiguiendo que sus rodillas no acabaran cayendo sobre el marco del armario. Fue entonces cuando escuchó un clic.

  El sonido desató al instante una horripilante ola de terror por todo su cuerpo. Al apartar la mano con cautela, se confirmaron sus sospechas: su pulgar había hundido la perla, desbloqueando el mecanismo que mantenía sellado su baúl.

  Nathaly se quedó paralizada por unos segundos, con la mirada clavada en la blanca y brillante perla. ¿Cómo era posible que se abriera de esa manera tan sencilla? Su tía intentó utilizar de todo para abrirlo y no consiguió hacerle ni un solo rasguño. Espera, ¡eso ahora daba igual! ¡El baúl se había abierto! ¡Por fin se había abierto!

  Poniendo la mano sobre su pecho, Nathaly no fue capaz de calmar la emoción que sentía. ¿Y cómo no estar feliz? Su tía le había dicho que ese baúl formaba parte de su pasado. Eso sí, solo debía abrirlo cuando volviera a recordar, nunca antes. Y claro, si la desobedecía...

  Nathaly tragó saliva mientras se esforzaba en olvidarse de los desagradables castigos de su tía. ¿Debería decírselo? Había sido un accidente. No lo había hecho a propósito. Pero, si hacía eso, lo más seguro es que su tía no la dejara ni echar un vistazo. ¿O quizá sí?

  Nathaly suspiró con pesar. ¿A quién pretendía engañar? Su tía siempre se negaba a hablarle de su pasado. Del suyo, del de ella y del de cualquier otro familiar. Y después de que hubiera pasado casi un año desde el accidente que ella misma se causó, no tenía muchas esperanzas de recordar algo ni pronto ni nunca, así que...

  Empujada por la oportunidad de saber algo sobre su pasado, Nathaly miró hacia la puerta para comprobar si se filtraba la luz por debajo. Al ver que no había nada más que oscuridad, puso atención a los sonidos para ver si lograba escuchar los tacones de su tía. En cuanto los oyó por unos segundos, supo de inmediato que se encontraba en la cocina. No era habitual que a esas horas estuviera revisando el exterior con suma obsesión, pero últimamente lo estaba haciendo todas las noches. Hasta llegaba a tirarse horas pegada a cualquier ventana que diera al patio delantero de su casa.




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