Se suponía que sería un día glorioso. Jasmine llegó al Conservatorio Margueritte con una blusa blanca impecable, su falda de lino favorita y la arrogancia típica de quien tocaba el piano desde los cuatro años y ya había ganado dos premios que nadie fuera del mundo musical conocía —pero que ella se encargaba de mencionar.
Todo iba bien. Hasta que el taxi dio un golpe y el croissant del desayuno se rebeló.
Vomité. En su regazo. Dentro del auto.
Llegó con el blazer cubriendo la tragedia y el alma un poco menos altiva.
— Al menos nadie vio —murmuró, subiendo las escaleras.
Nadie vio, excepto la mitad de la nueva clase, incluido el coordinador y un chico apoyado en la puerta del auditorio, con un violín en la espalda y una sonrisa de quien nunca olvidará esa escena.
— Qué entrada triunfal, Mozart —dijo él, sin disimular el sarcasmo.
Ella levantó una ceja.
— ¿Y tú quién eres?
— Noah Han. Violín principal. Genio. Y ahora tu compañero, aparentemente.
Silencio.
Ella miró su gafete. Luego el suyo. Sí. Estaba allí: Dúo obligatorio. Proyecto final del semestre.
— Yo toco el piano, no trato con egos inflados.
— Qué suerte la tuya. El mío ya viene listo de fábrica.
Tuvo ganas de golpear sus dedos con la tapa del piano. Pero aún no sabía cuán tentador iba a ser eso durante las próximas semanas.
La primera sesión de ensayo fue... caótica.
Él quería Schubert. Ella quería Chopin.
Él tocaba acelerado. Ella disminuía el tempo solo por despecho.
El maestro llegó a decir:
— Parece que están en un duelo de quién grita más fuerte con las teclas.
— Él me provoca —acusó Jasmine, levantando las manos como si fuera a estrangular a alguien.
— Ella me desafina con la mirada —respondió Noah, acostado en el suelo como si fuera la víctima de una película de cine negro.
Al final del ensayo, habían tocado tres acordes decentes, se odiaron un poco más y conquistaron la atención de toda la sala. Algunos pensaban que se matarían antes del concierto. Otros apostaban que terminarían en el camerino.
— Solo para que lo sepas —le dijo él al pasar junto a ella al salir—, fue la primera vez que alguien casi me hace gustar del piano.
— Y fue la última vez que tocarás con alguien que sabe lo que está haciendo —respondió ella, con una sonrisa digna de veneno francés.
Él salió riendo.
Ella se quedó quieta, con los dedos aún sobre las teclas, tratando de ignorar el hecho de que, a pesar de toda esa arrogancia...
...habían tocado algo que la hizo temblar.
Y Jasmine no temblaba por nadie.
Editado: 23.05.2025