El Violinista Que Odié

DOS

— Llegó, Jasmine. Y está con ese abrigo ridículo otra vez —dijo Alicia, compañera de clase y la chismosa oficial de la institución.

Jasmine ni miró. Estaba con los ojos cerrados, sintiendo las teclas bajo sus dedos como si pudiera esculpir la próxima obra maestra del siglo XXI.

— ¿Ridículo como qué?

— Como su autoestima. Largo, negro, con cuello alto y un aire de "soy incomprendido, por favor admírenme". Creo que huele a drama.

— Le queda.

Cuando abrió los ojos, Noah ya estaba al lado del piano, apoyado casualmente como si hubiera nacido allí, hecho mueble de sarcasmo.

— ¿Vamos a intentar no convertir esto en un show de horrores hoy? —preguntó ella.

— Depende. ¿Vas a seguir tocando como si te echaran de Hogwarts?

Ella no respondió. Solo ajustó el banco, posicionó los dedos y empezó a tocar.

Primero nota por nota. Luego, como un torbellino.

Noah la acompañó. Y, por primera vez, algo pasó entre los dos como una conversación sin palabras. Él la miró. Ella fingió que no lo vio.

Pero lo sintió.

Esa música... no era un ensayo. Era pelea, era risa, era provocación, era coqueteo disfrazado de melodía. Era guerra con armonía perfecta.

Y eso fue exactamente lo que asustó a Jasmine.

Cuando pararon, el silencio que quedó en el salón era casi sagrado.

Hasta que él lo estropeó todo.

— Mira, puedes tocar sin querer matarme. Progreso.

— O quizás solo estoy esperando el momento adecuado —respondió, levantándose con una elegancia que haría que cualquier actriz de cine mudo aplaudiera.

Él la siguió hasta la puerta, con el arco del violín colgado en el hombro como una espada.

— Admítelo, Renaud. Te gustó. Nuestra sintonía.

Ella se detuvo. Lo miró a los ojos.

— Prefiero la sintonía de un gato arañando una pizarra.

Pero su voz falló medio segundo. Y él lo notó.

Porque Noah era muchas cosas. Arrogante. Petulante. Egocéntrico. Pero tonto?

Nunca.

— Está bien —sonrió él—. Pero cuando quieras odiarme en do mayor otra vez, avísame. Tocar contigo es casi... divertido.

Ella cerró la puerta con fuerza. Pero demoró dos segundos más de lo que debía para salir del salón.

Por fuera, Noah sacó los auriculares del bolsillo, pero no los puso. Se quedó parado allí por un instante, mirando las yemas de sus dedos. Estaban temblando un poco.

Y, por primera vez desde que pisó ese conservatorio, se preguntó qué demonios estaba haciendo.

O mejor: ¿con quién?




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