La sala de ensayo 12 era la más olvidada del conservatorio. Mala acústica, bancos viejos, una ventana atascada que insistía en dejar pasar el frío de la mañana.
Pero fue allí donde ocurrió.
— Entonces... ¿realmente quieres intentar esto? — preguntó Jasmine, sentándose al piano.
— Quiero ver de lo que eres capaz sin corregirme con cada nota — respondió Noah, apoyando el violín sobre su hombro. — Y quién sabe, tal vez descubra que tienes más talento que veneno.
Ella sonrió levemente.
— Y tú, ¿más corazón que ego?
Él no respondió. Solo posicionó el arco.
El primer acorde fue lanzado, sin dirección. Una improvisación.
Luego ella lo siguió. Y, como una danza que ninguno de los dos había ensayado, la melodía nació.
Era un lamento al principio. Un intercambio tímido entre el grave del piano y la voz aguda del violín. Luego, la música se elevó. Creció. Ganó color, intensidad. Los dedos de Jasmine deslizaban como si danzaran sobre las teclas. El violín de Noah lloraba y sonreía al mismo tiempo.
No era ninguna pieza famosa. Ninguna obra de repertorio.
Era de ellos.
Y por primera vez... parecía correcto. Parecía inevitable.
Cuando terminó, ninguno de los dos habló durante largos segundos.
Hasta que Jasmine rompió el silencio.
— Eso fue... raro.
— Sí. Como ver un cometa pasar y no saber si pedir un deseo o correr.
Ella lo miró. El sol se filtraba por la ventana atascada, creando un dibujo dorado sobre el suelo de madera. El rostro de Noah, por un instante, no parecía arrogante. Parecía joven. Lleno de dudas.
— Tal vez funcionemos mejor cuando no intentamos matarnos — dijo ella, más bajo.
Él esbozó una media sonrisa.
— O tal vez sea justamente por eso que la música funciona.
Ella se rió.
Pero la risa duró poco. Porque cuando él fue a guardar el violín, dejó caer un papel doblado. Jasmine lo vio.
— ¿Qué es eso?
Él se giró rápidamente, recogiendo el papel antes de que ella pudiera tocarlo. Pero ella lo vio. Una receta médica.
— ¿Noah?
— No es nada. Solo una consulta. Algo antiguo.
Pero ella no era tonta. Ni tonta. Ni ciega.
— ¿También tienes un secreto, verdad?
— Todos tienen. Incluso tú — respondió él, mirándola de vuelta. — La diferencia es que yo no me desmayé a mitad de una nota si.
La tensión volvió. Pero era otra. Ahora llevaba curiosidad, temor... y algo mucho más peligroso:
Preocupación.
Porque cuando te importa, te entregas.
Y cuando te entregas... te rompes.
Pero, en ese ensayo improvisado, ya se estaban rompiendo lentamente — uno al otro.
Editado: 30.05.2025