El Violinista Que Odié

NUEVE

El reloj marcaba las dos y veinte de la madrugada. El chalet dormía envuelto en el silencio de la nieve. Pero en aquella habitación... el tiempo estaba despierto, en suspensión.

Jasmine seguía de pie, vistiendo su suéter — ese viejo, gris, holgado, con olor a recuerdos y a algo que ella ni siquiera quería nombrar. Los ojos aún húmedos. El corazón, un compás desafinado.

Noah cruzó la puerta despacio. El sonido de sus pasos era como caminar sobre vidrio. Cada movimiento, cada milímetro, calculado. Pero cuando sus miradas se encontraron, el mundo pareció dejar de girar.

— Vi el video — dijo ella, con la voz baja, casi un susurro cargado de emoción.

Él simplemente esperó.

— La flauta. La melodía. La forma en que hablaste de mí sin nombrarme directamente... — respiró hondo — nunca había escuchado algo tan claro.

Noah dio un paso. Luego otro.

Ella no retrocedió.

— Siento mucho lo que escribí. Por haber huido. Me saboteé. Me asusté. Vi a Lilith y... vi todo lo que creía que nunca sería.

— Ella no eres tú — dijo él, de manera cortante. — Y no quiero que lo seas. Yo te elegí a ti. Incluso cuando tú piensas que no vale la pena. Incluso cuando no crees en ti. Yo... te elijo a ti.

El silencio cayó otra vez. Pero ahora era denso.

Cargado.

Ella soltó una risa débil, nerviosa.

— Siempre me llamas terca, pero tú eres peor. El ogro más insistente del planeta.

— Y aun así, te pones mi suéter cuando estás triste.

Ella sonrió.

— Y tú... — empezó, pero la voz le falló — tú me hiciste querer volver a escuchar música otra vez.

Él se acercó.

Tan cerca que ella pudo ver cada párpado temblar, cada músculo de su mandíbula tensarse. La mirada de Noah estaba en llamas, pero no era un incendio destructivo.

Era calor.

Era hogar.

— ¿Puedo? — preguntó, como si cada sílaba fuera una súplica al alma de ella.

Ella no respondió con palabras.

Simplemente alzó el rostro, como si estuviera hecha de deseo y miedo, de esperanza y caos.

Y entonces...

el beso ocurrió.

Primero, fue solo un roce.

Lento. Inseguro. Como si un pianista dudara al posar el dedo sobre la primera tecla después de años de silencio.

Luego, el toque cobró cuerpo. Firmeza. Pasión.

La mano de él subió por el rostro de ella, enterrando los dedos en el cabello revuelto, mientras la otra la atraía de la cintura con una urgencia contenida. Jasmine correspondió, abrazándolo por el cuello, como si quisiera fundirse en un solo ser.

No era un beso de película.

Era más.

Era el beso de dos sobrevivientes. De dos desafinados que, juntos, habían encontrado la melodía perfecta.

Se separaron poco a poco, aún jadeantes, con las frentes apoyadas, los ojos cerrados.

— Eso fue... — comenzó ella.

— Increíble — completó él.

— Un poco desafinado — bromeó ella.

— Pero la música más hermosa que he tocado — susurró él.

Y allí, en aquella habitación de madera, con la nieve derritiéndose en el alféizar de la ventana, ya no había silencio entre las teclas.

Había un dueto a punto de renacer.




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