El Violinista Que Odié

ONCE

El sonido era amortiguado, como si el mundo a su alrededor estuviera sumergido. Entre las rendijas de la inconsciencia, Jasmine escuchaba notas dispersas de un piano, distorsionadas, como si estuvieran siendo tocadas bajo el agua. No sabía dónde estaba. Su cuerpo parecía flotar en un espacio sin tiempo, donde todo lo que existía era música y oscuridad.

Y entonces, en medio de esa melodía rota, surgió una nueva nota, arrastrada, profunda, como un grito de dolor. El sonido no venía del piano. Era más visceral, pulsante — gotas de sangre cayendo sobre las teclas, como si el instrumento fuera su propio cuerpo, desgarrado. Con cada gota, una nota. Cada gota, una sensación. La sangre, caliente y espesa, se mezclaba con la música, en un ritmo errático. La presión en el pecho aumentaba, y el piano parecía tocarlo, como si fuera parte de ella. La sensación de ahogo era completa.

"No... no es real", pensó, o tal vez fue un susurro dentro de ella misma. "No puede ser."

Pero el dolor era real. El dolor tenía el sabor amargo de la carne herida, y sentía cada golpe de la música en su piel. Algo la hacía resistir. Algo la llamaba de vuelta. El piano no la dejaba ir.

— No... — intentó decir, pero la voz estaba ahogada, atrapada por la oscuridad. "No... puedo..."

Pero, entonces, algo la tiró de vuelta, algo fuerte. El dolor en el pecho fue reemplazado por una extraña calma. El mundo comenzó a cobrar forma nuevamente.

Los ojos de Jasmine se abrieron lentamente, como si hubiera despertado de una pesadilla. Estaba en la camilla, el olor a desinfectante mezclado con el aire denso de la UCI. La luz fría del hospital la cegó por un momento, y la cabeza le dolía como si la hubieran aplastado. Pero había algo más allí. Una presencia familiar. Algo cálido y firme.

Ella lo vio. Noah estaba allí, los ojos fijos en ella. Estaba de pie junto a ella, con la mano sujetando la suya con fuerza. Sus dedos estaban apretados, como si intentara aferrarse a algo, y Jasmine sintió el calor de su piel, un ancla en medio de la turbulencia.

Él parecía frágil, más roto de lo que ella jamás lo había visto. Sus ojos estaban rojos, como si hubiera llorado sin parar. Su expresión era una mezcla de desesperación y algo más, algo que ella no sabía cómo interpretar.

— Todo va a estar bien, Jasmine. Te lo juro... pasará. — Su voz estaba ronca, cargada de dolor. Las palabras salían en un susurro entrecortado, como si él mismo no creyera lo que estaba diciendo.

Jasmine intentó responder, pero la garganta estaba seca, la lengua pesada. Quería hablar, decir que estaba allí, que lo sentía, pero las palabras no salían. El dolor que sentía parecía haberlo tragado todo, incluso su capacidad de comunicarse. Lo que quedaba era solo el sonido amortiguado de su propio corazón, latiendo fuerte contra el silencio del hospital.

Cerró los ojos por un momento, intentando entender lo que estaba sucediendo. La melodía del piano aún estaba en su mente, pero ahora era más tranquila. Como si fuera una canción de despedida, una melodía final. La música que había sonado en el fondo de su mente se estaba disipando, dejándola solo con la sensación de algo incompleto.

Noah la miró con una expresión de duda, como si estuviera esperando una respuesta. Algo que ella no podía dar.

— ¿Me escuchas? — preguntó, con los ojos fijos en los de ella. No quería creer que ella estaba perdida allí, en el umbral entre la vida y la muerte.

Jasmine intentó mover los labios, pero lo máximo que logró fue un suspiro bajo, casi inaudible. El dolor en el pecho seguía, como un peso insoportable. Pero sentía su presencia. Y eso, de alguna manera, la mantenía allí. No era el fin.

De repente, la puerta de la habitación se abrió, interrumpiendo el silencio. El médico entró, con una mirada seria, casi impersonal. Estaba sosteniendo un pedazo de papel, los resultados de los exámenes de Jasmine.

Noah se levantó inmediatamente, los músculos tensos, como si estuviera esperando un veredicto final. El médico lo miró antes de hablar, con la expresión cerrada.

— El examen confirmó el diagnóstico. Es lupus. — Hizo una pausa, observando la reacción de Noah. — El sistema inmunológico de ella está atacando su propio cuerpo. Esto puede causar crisis recurrentes. No hay cura, pero con tratamiento, el control es posible.

Las palabras resonaron en el aire como un golpe. Noah no supo qué hacer primero. Su cuerpo se tensó, los puños apretados, y miró a Jasmine, que aún estaba allí, pálida, con los ojos fijos en él, pero sin energía.

— ¿Ella... mejorará? — preguntó, con la voz quebrada, una súplica silenciosa en cada palabra.

El médico vaciló antes de responder.

— El tratamiento será intenso, pero con el debido seguimiento, puede controlar la enfermedad. No es fácil, y pueden haber recaídas, pero... es posible.

Noah miró a Jasmine, y la sensación de impotencia lo invadió. Apretó su mano con más fuerza, como si la agarrara con todo lo que aún le quedaba de fuerzas. Sabía que, en el fondo, nada sería como antes. Lo que quedaba era el peso de la promesa de que él estaría allí. Incluso frente a todo.

— Todo va a estar bien, Jasmine. Voy a hacer que esté bien. Te lo prometo. — Dijo una vez más, como un susurro desesperado.




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