El Virus de la Purga

Capítulo XIII

Me sentí como un perro de caza, con las fauces espumeando, los ojos enormes y desorbitados, con las orejas tensas y parsimoniosas, a la espera de lo que se suscitaría a continuación. Aunque no podía ver más que la silueta de aquel ser agazapado en la penumbra, bajo un camastro, sabía que estaba cansado, agotado, rendido, pero lo suficientemente excitado como para calmarse y emprender una huida. Aprecié con claridad sobrecogedora a aquel ser… era o fue, una mujer. Pude saberlo al verle los senos caídos que al principio creí eran sus ropas raídas. Al verle recostada y amagada en el camastro no pude apreciar bien su fisonomía debido a que estaba cubierta por esa manta que le cubría todo menos la cabeza. Debí haberlo sabido al ver esas delgadas uñas que se enterraban a la colchoneta. Sin embargo no era esto todo por lo cual me sorprendí, había algo más obscuro que saber que aquello que nos acechaba en la negrura en un tiempo atrás debió haber sido una hermosa joven, que por su compleción no rebasaría la veintena. Entre sus piernas huesudas se podía ver una barriga redonda y bien formada. Estaba embarazada.

Aquella criatura era hembra y estaba encinta. Que más peligrosa podía ser una criatura que protege a su descendencia  más que a sí misma. Todo estaba claro. Las personas que la capturaron no se atrevieron a matarla por esta razón. Y por la misma razón tanto Flavio como Jorge e inclusive Martínez, no se atrevieron a terminar con su vida. Pero en cambio era una completa estupidez rendirle culto a algo que era meramente simbólico. Ese embarazo tenía que haberse efectuado mucho antes de que esto hubiera empezado y por consiguiente, el producto debía estar muerto.  

Los rayos amarillentos de las lámparas pasaron rápidamente sobre ella, sin que nadie excepto yo me diera cuenta de que dejaba al descubierto sus aperlados dientes filosos.

El Capitán se percató de mi extraño mirar y cuando volvió la mirada hacia donde yo la tenía fija, ya sea por inercia o por curiosidad, aquella pseudo-humana se abalanzó sobre él sin siquiera darle tiempo de reaccionar. Los soldados apuntaron a la maraña de extremidades que eran ahora el Capitán y la fémina. Los dos cuerpos rodaron hasta mis pies, quedando en la parte superior aquel ser,  y sin pensarlo, asesté una patada con todas mis fuerzas restantes. La criatura rodó lejos del Capitán tocándose el vientre y chillando de dolor. Todos le apuntaron y listos estaban a dispararle de no ser porque me interpuse extendiendo los brazos a la vez que caminaba hacia ella.

—¡No disparen! —Gritó el Capitán.

De los ojos verdosos de pupilas verticales, tan familiares para mí, pude ver como nacían varias decenas de lágrimas que rodaban al son de sollozos o lo más parecidos a unos. Me acuclillé, obedeciendo a un sentimiento tan viejo como la humanidad misma, y posé la mano sobre su vientre desnudo. Tenía varias costillas rotas. El producto, el bebé, estaba vivo. Pude sentir su corazoncito palpitar al compás del de su madre. Aquella criatura me pareció más humana que cualquiera de los que ahí nos encontrábamos. No me temía, yo no le temía a ella ni provocaba en mí ningún tipo de desprecio. El sentir su piel helada trajo a mí una esperanza reconfortante, una luz nueva para la humanidad. Tal vez sí me estaba volviendo como ellos.

Me miró con los ojos desorbitados como pidiendo clemencia, no para ella, sino para su hijo. Le ayudé a sentarse con la espalda hacia mí. La cobijé entre mis brazos y pecho. Le acaricié la cabeza, las pocas marañas que tenía por cabellos, debió extrañarle porque se estremeció, pero no hizo por apartarse. Bajé la mano hasta su barbilla mientras escuchaba su respiración pausada, cansada, pasé el dedo pulgar por sus largos dientes húmedos por la sangre y me sorprendió lo afilados que eran. Con mano sujetándole la barbilla y la otra en la nuca, giré su cabeza con un movimiento rápido y enérgico en el sentido de las manecillas de reloj hasta que crepitó como una rama seca bajo la bota de un leñador. Las manos se alzaron violentas en busca de mi rostro sin alcanzar a tocarlo.

A los pocos segundos dejó de moverse y su corazón con calma se resignó. Mientras me levantaba pude sentir como aquella pequeña maquinita se retorcía bajo esa capa de piel blanca, su destino estaba sellado, al cabo de treinta minutos, igual moriría.

Los soldaos me rodearon mientras escuchaba como el Capitán lamentándose se levantaba del suelo.

—Aquí está la viva prueba de que es uno de ellos —dijo el soldado Francisco limpiándose el sudor que manaba de esa cabeza calva—. Será para mí un placer terminar con su mísera existencia si me lo pide Capitán.

—No acabaremos con nadie más esta noche —habló el Capitán y pude apreciar en su voz cierta preocupación. Tosió.

—Pero Capitán, qué acaso no se da cuenta de lo que significaría dejarlo con vida. En cualquier puto momento podría volverse contra nosotros…



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En el texto hay: apocalipsis, virus, pandemia

Editado: 08.09.2019

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