El viento movió el follaje de los árboles más cercanos. El asfalto bajo las botas parecía arenoso y brillaba su humedad gracias a la luna pequeña que se mantenía expectante entre las tenues nubes que envolvían la ciudad. Los silbidos de los disparos volaban sobre nuestras cabezas como abejas furiosas y ciegas. El capitán y Francisco se mantenían acuclillados junto a la rueda delantera de la camioneta, parecía que intercambiaban algún tipo de información que de ningún modo querían compartir.
Era verdad. Aquella ciudad ahora tranquila y sombría no era para nada acogedora desde todo punto de vista racional. Y el miedo que los militares sentían por ella no parecía ser para nada exagerada. En la lejanía pude percibir un tipo de aullido… Fue un sonido gutural no antes definido por el hombre moderno; un sonido de tal extrañeza, comparado, al menos a mi parecer, con escucharse a sí mismo en una grabación. Pero el tono en el que se ejecutó el aullido no fue como el de un lobo que le aúlla a su manada en una noche de luna llena. Más bien fue un grito de desesperación, de miedo. Cualquier situación que se estuviera desarrollando en los asfaltados caminos de la ciudad no era para nada una señal alentadora que nos animara a refugiarnos en ella.
Por un momento pensé que, el aullido habría sido escuchado por todos, pero no fue así. Flavio le decía a Jorge que estar afuera no era seguro. Rubén y Martínez cuchicheaban a cerca de lo que en realidad se escondía en el oscuro interior de los edificios, pero el chico sabía tan poco de esos seres como Martínez. Por otra parte Francisco y el capitán discutían la posibilidad de adentrarnos en la ciudad por los canales de desagüe.
—No me parece muy buena idea —contradijo Francisco entre susurros—. Esas cosas parecen ver perfectamente en la oscuridad y…
—Y nosotros contamos con visión nocturna y toda la munición que podamos cargar —dijo el capitán sin apartar la vista de los sombríos edificios que parecían observarnos.
—Pero tanto peso será una carga innecesaria y nos impedirá el escape en caso de…
—La dejaremos donde sea que nos estorbe —se llevó el puño a la nariz e hizo como si se la limpiara—. Además en un espacio tan pequeño podemos contener un ataque. Piénsalo un momento, has cálculos… ¿Cuántas personas enfermas crees que hay en esa ciudad? Recuerda con qué rapidez aniquilaron a todos esos soldados… Ahora dime, ¿cuánto tiempo crees que podamos soportar los siete? Nos harán cachos una vez pongamos pies en su territorio. Seremos orugas a las puertas del hormiguero.
—¿Por qué no se los entregamos? Es lo que quieren y…
El capitán sujetó por el cuello a francisco en lo que fue claramente un arrebato de ira pura.
—¡No entregaré a nadie bajo mi mando! ¡Oíste soldado! ¡A… na…di…e!
El capitán soltó a Francisco y éste se llevó las manos al cuello en un intento por apaciguar el dolor infligido por su superior.
—Puedes dar media vuelta —dijo el capitán a modo de disculpa— y tratar de que te perdonen la vida. Como quiera, a mi lado nadie te asegura que vivirás más allá de del amanecer…
—Usted lo dijo hace un momento señor —dijo Francisco asiendo firmemente el rifle—. Estamos muertos hasta que el destino diga lo contrario. Dar marcha atrás sólo prolongará el sufrimiento. Si nos quedamos donde estamos, será lo mismo que si damos marcha atrás o si avanzamos. Al final, acabaremos muertos.
Giré un poco la vista para sólo encontrar el rostro preocupado de Rubén.
—Esto es una mala idea —dijo el muchacho. Martínez sin bajar la guardia y apuntando el arma hacia la procedencia de los disparos reforzaba negando con la cabeza todo aquello que Rubén decía—. ¡Maldita sea! Deberíamos dar marcha atrás. Prefiero morir torturado por personas normales y no por esos monstruos grotescos. ¿Por qué no me suicidé cuando tuve oportunidad…?
—Es contradictorio —habló Martínez intentando mantener la calma mientras mascaba el tabaco de un cigarrillo recién desmenuzado entre labios—. Que alguien que ha contemplado por largo tiempo una salida como esa tenga miedo a morir. Lo que digo es que, si ahora piensas con tanto énfasis en el suicidio, da igual si mueres en tal o cual circunstancia. Al final, el resultado no cambia…
—No me interesa el resultado… por algo se llama suicidio. Lo que no quiero es servir de alimento a los pálidos…
—¿Pálidos? —Martínez miró el semblante del muchacho.
—Así les llamamos a esas… a aquello en lo que sea convertido la gente de la ciudad. Por la piel pálida, las uñas largas y las costumbres nocturnas tan propias de los vampiros…
Editado: 08.09.2019