El Virus de la Purga

Capítulo XXIII

Sentí como fluía todo mi cuerpo con el agua, me arrastraba de una lado para el otro, como hojas secas de un árbol viejo que las suelta que desde hace días ya no le pertenecían a él, sino a la benevolente muerte. Había perdido la noción del tiempo, las ganas de seguir luchando. Cada centímetro del cuerpo reclamaba por un poco de paz; paz que la noche no estaba dispuesta a darme.

Me sujetaron por los cabellos y de un tirón sentí como me arrancaban de las garras de la muerte helada y húmeda. Quedé recostado boca arriba, miraba las estrellas titilar en la lejanía, distantes e imparciales. No eran más que puntitos luminosos que entraban por mis ojos y se clavaban en mi alma, despacio y cálidamente. Una sensación reconfortante me invadió, el cerebro me sugirió que dejara de luchar contra el cruel destino que, no hacía más que poner barricadas para que dejara mi lucha en manos de la fuerza del cosmos.

Una sombra eclipso las estrellas, me miró como lo hace un amigo preocupado y dijo mi nombre. Las palabras que salían de esa boca me parecieron tan lejanas e indescifrables como los pensamientos del hombre que está a punto de caer en un coma etílico. La silueta se montó en mí y presionado mi cuerpo con fuerza, sentí como mi respiración muerta trataba de ser reanimada.

—Uno… dos… tres… —dijo abalanzándose hacia mí, abriéndome la boca y soplando con todas sus fuerzas.

Si hubiera tenido las suficientes fuerzas para levantar uno de los brazos le hubiera pegado para que se quitara de estorbarme la hermosa vista que me estaba perdiendo.

—Uno… dos… tres… —decía antes de soplarme en el interior de la boca.

Las botas que, aún estaban dentro del agua, no paraban de moverse. La corriente era fuerte, no como las ganas que tenia de seguir viviendo.

—Eh, Marcos, lo has hecho muy bien, pero aún no es tiempo de descansar.

Tosí convulsivamente mientras expulsaba toda el agua de mi sistema respiratorio. Martínez me puso de lado y pude ver a Jorge recostado a pocos centímetros de mí.

—¿Él, está…? —Intenté decir.

—Ha perdido el conocimiento. Se ha dado un gran golpe en la cabeza, pero me ha ayudado a salir del agua antes de desmayar. Estará bien, sólo tiene que descansar un poco. Has perdido mucha sangre. Tengo que curar esas heridas. Pero no podemos hacerlo aquí. Tenemos que movernos antes de que nos encuentren. Necesito que hagas todo lo posible por ponerte de pie.

—No tengo ganas de hacerlo, Martínez. Estoy cansado de todo esto. Sólo quiero quedarme aquí tendido, mirando las estrellas hasta que el último suspiro me abandone.

—No puedes decir eso. Tienes una familia que te espera…

—La noche es hermosa, pero más lo son las estrellas, inalcanzables, eternas… ¿crees que al morir estemos un poco más cerca de ellas? ¿Crees… crees que al morir lleguemos a un lugar lleno de luz y paz en donde el tiempo y el dolor no existan y lo único que se puede hacer allí sea hacer lo que más guste?

—No lo sé, Marcos. Ya no estoy muy seguro de si en lo que creo sea verdadero. Tal vez al morir nos encontremos un recinto oscuro que sólo se ilumina parcialmente cuando somos recordados por los vivos. O tal vez la muerte sea la nada… de lo contrario esos monstruos a dónde van cuando mueren.

—Al cielo para los monstruos —bromeé.

—A diferencia de muchos, no creo que haya un cielo para cada cosa. Sería decir que hay un cielo para gatos y uno para perros… la verdad no sé qué digo, creo estoy perdiendo la fe y fue la fe lo único que me impulsó a seguirlos.

—La mayor parte de mi vida estuve pensado en la muerte y ahora que estoy tan cerca de ella quisiera no conocerla —hice una pausa—. Deberías dejarme aquí —dije serio—. Debes intentar salvarte, escóndete en algún lugar y espera el amanecer. Tal vez con suerte, te encuentres con los supervivientes de los cuales nos ha contado Liz. Llévate a Jorge, él es un hombre bueno y no merece morir de esta manera.

—Marcos, tiene años que no veo a mis padres y dudo que los vuelva a ver. Ustedes son lo más cercano que tengo a una familia. Y yo… —se le atragantaron las palabras— yo no los dejaré. Si vamos a morir, moriremos juntos.

—No seas tonto —dije sentándome con dificultad. El pecho me ardía—. En momentos como estos hay que dejar de lado los sentimientos para salvaguardad el bienestar propio. Tanto yo como Jorge no podemos hacer nada para apoyarte en caso de que lo requieras. En estas circunstancias es una  completa estupidez aferrarse a cualquier cosa que reste en vez de sumar. Deberías, si fueras lo suficiente egoísta, dejarnos morir aquí.



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En el texto hay: apocalipsis, virus, pandemia

Editado: 08.09.2019

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