El Virus de la Purga

Capítulo VII

 

La noche era cálida, como lo son todas las noches de verano. El viento soplaba despacio y pausado, lo hacía con tal calma que me pareció que el planeta entero era como el anciano al que no le importa morir sentado sobre el viejo sillón de toda la vida mirando el redondo televisor de bulbos. No pude sacarme de la cabeza a mi esposa y a mi pequeña e indefensa hija y en lo incompetente que era como hombre para estar a la altura de una situación así.

El helicóptero parecía flotar sobre agua, se meció rítmicamente y el rugir de los motores cansados en combinación con los gritos y las risas histéricas de los soldados y los sonidos lastimeros que proferían esas criaturas aladas, creaban una sinfonía de ensueño, casi placentera. El estómago me fue apretado por una mano invisible que me estrujó las entrañas con placer y sin compasión. Sentí como bajo la lengua nació un líquido en extremo salado que anunciaba el vómito; y el miedo a la muerte se hizo presente por primera vez en toda mi vida ¿era este mi fin? ¿La extraña enfermedad que tarde o temprano terminaría por destronar a la raza humana de su enorme imperio me había alcanzado?

Intenté en vano contener las horcajadas y un sudor frío cubrió por completo mi cuerpo convulsivo.

Era sólo cuestión de tiempo para que todos mis órganos salieran deshechos por mi boca, para que la persona que había sido durante toda una vida, desapareciera con tanta rapidez que nadie podría recordarme a ver mis huesos apilados sobre el inerte metal del helicóptero. La muerte desde siempre ha significado mucho para mí; la muerte es el fin de una carrera que nadie gana, el foso húmedo y lleno de seres diminutos a los que nadie les presta atención; seres que reptan por las paredes lodosas y las raíces de los árboles cercanos, ese es el único paraíso que le espera a las personas que jamás han podido creer en un ser tan poderoso que está por encima de la comprensión humana. Entonces, entre ese mar de agonías en las que estaba sumido, entre ese remolino de incertidumbres y pensamiento caóticos que  no me llevaban a ninguna parte, pero que  sin embargo satisfacían la desdicha de saber que dejaría de existir de un momento a otro, me llegó una visión, una imagen congelada en el tiempo, un cuadro pintado en colores rojizos combinado con tonos grises, en el cual se retrataba mi tan lamentable situación. Era cómico, pensar eso en aquellos momentos, pero no me gusta atormentarme por cosas que de todos modos van a suceder.

—…tres —gritó el piloto.

La puerta corrediza golpeó con fuerza al abrirse por completo. Martínez y los demás soldados se movieron con una rapidez cegadora que me parecieron pertenecientes a una dimensión distinta a la mía. Me dejé caer de bruces y los arneses me sujetaron en el aire, como la mano divina que protege a quien le esperan grandes cosa.

De la Minigun salieron disparadas centenares de balas consecutivas que se convertían ante mis ojos en un chorro luminoso e incandescente que se impactaba contra una dispersa masa negruzca, que volaba erráticamente a un costado del helicóptero y que, pretendía a toda costa impactarnos, pero la ráfaga de plomo infernal los traía a raya. Si el infierno existe, seguro está plagado por las mentes más maquiavélicas que han creado ya, en ese jodido lugar, las armas más aterradoras y que en nada se compararían con la que se alzaba ante la mirada de todos nosotros.

Aquellas criaturas dentadas que, al principio volaban desordenadas en rededor nuestro y que de vez en cuando se abalanzaban contra el fuselaje, al ver las bengalas surcar en negro, vacío y triste cielo, se agruparon formando un enjambre que se movió al unísono, como en su tiempo lo hicieron algunas aves migratorias, creando una nube viviente, una mano demoníaca que deseaba ardientemente destrozarnos. Eran cientos los ojos que nos miraban furiosos aquella noche, al verse indefensos ante el armamento que no dejaba de escupir fuego. La Minigun era nuestro dragón, nuestro arpón, nuestros remos en un bote salvavidas que se hundía rápidamente.

—¡Los pierdo de vista! —Gritó Martínez por el auricular—. Traten de rodearlos… ¡Vamos! ¡Vamos!

El helicóptero empezó a trazar cirulos violentos. Era una persecución, una espiral que descendía vertiginosamente, ellos el yin y nosotros el yang. El arma no dejaba de escupir balas y las criaturas no dejaban de caer muertas al suelo del oscuro bosque. Nos habíamos alejado del aeropuerto y me imagine que bajo nosotros nos esperaban las fauces hambrientas de un viviente recinto verdoso, repleto de criaturas feroces hambrientas de dolor, gritos, sangre y carne humana.

Flavio se percató de mi tan lamentable situación y rápidamente extrajo una pequeña caja que guardaba en su chaleco. Mi visión se tornó borrosa y pude ver como algunas de esas criaturas se agolpaban en el marco de la puerta intentando alcanzar a Martínez, pero sus colegas las despedazaban con los subfusiles automáticos, mientras se daban valor gritando blasfemias.



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En el texto hay: apocalipsis, virus, pandemia

Editado: 08.09.2019

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